sábado, 12 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 42




Esa noche quedaron todos para cenar en un restaurante cercano al hotel.


Las hermanas Granger insistieron en que las cuatro debían ponerse sus nuevos vestidos, hechos con vistosos pareos. Las mujeres caminaron hasta el restaurante, donde esperaban ya los hombres. Paula se alegró de que Lily y Lyle las hubieran convencido para ponerse esos vestidos. Se sentía muy cómoda y relajada, como si estuviera realmente de vacaciones.


Caminaban por la playa y ella se quitó las sandalias. Era muy agradable sentir la arena en los pies. Aquel sitio le encantaba. Incluso pensó que podría vivir en un lugar así.


Estaba atardeciendo cuando llegaron al restaurante. La puesta de sol era espectacular. 


Con mil colores anaranjados y rojos tiñendo el cielo y el océano.


Se quedaron charlando a la puerta mientras comprobaban que la mesa estaba lista ya. Le daba la impresión de que había conocido a esas mujeres toda la vida.


—Habrías ganado de no ser por ese hombre de Jersey.


Se dio la vuelta al oírlo. Pedro la miraba divertido. Hernan y el profesor Sheldon estaban a su lado. Los dos miraban a Margo y su vestido, pero sus expresiones eran completamente distintas. Estaba segura de que sus pensamientos lo eran mucho más. En los ojos de Hernan había admiración, en los del profesor, preocupación y poco más.


Margo pasó a su lado y entró en el restaurante. 


Su padre y Hernan la siguieron a la vez.


—¿Se supone que eso debe hacer que me sienta mejor? —preguntó ella—. Creo que ya te has vengado.


—Sí, creo que sí —repuso él con una gran sonrisa.


Quería seguir enfadada con él, pero no lo creía posible.



****


Pedro había comido un montón de veces en ese restaurante. La comida era excelente, pero esa noche no parecía tener apetito.


No podía dejar de pensar en Paula.


Paula, cuya risa se había convertido en un sonido tan familiar en esos pocos días y siempre estaba deseando oírla.


Paula, que parecía una diosa pagana con el vestido que llevaba esa noche y a la que no podía dejar de mirar, por mucho que se esforzara en no hacerlo.


Estaba sentado frente a ella y su aroma le llegaba con la brisa del mar.


Tenía muy claro que esa mujer le estaba afectando tanto que no pensaba en otra cosa.


Lo difícil era decidir si iba a hacer algo al respecto.




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