sábado, 12 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 40




Pedro y Hernan cruzaron la calle y se acercaron a las cuatro mujeres.


—¿Habéis encontrado todo lo que buscabais? —les preguntó Hernan.


—No hemos empezado mal —repuso Paula mostrándole las bolsas.


—Estupendo. Parece que vamos a pasar más tiempo aquí del que pensábamos —les dijo Hernan.


—¿Es que pasa algo, capitán? —le preguntó Lyle a Pedro.


—Vamos a tener que pasar aquí la noche —les dijo—. La parte que falta para reparar el ancla tienen que encargarla a otra de las islas. Puede que llegue a aquí esta tarde, pero lo más seguro es que no llegue hasta mañana. Creo que lo mejor es que nos quedemos. Pueden pasar la noche en el barco o en un hotel. Hay uno muy agradable en la playa.


—Lo del hotel suena fenomenal —repuso entusiasmada Lily mientras miraba a las otras mujeres—. ¿Que os parece, chicas?


—No me importaría salir unas horas del barco, la verdad —confesó Margo.


—A mí tampoco —añadió Paula.


—Bueno, parece que está decidido —concluyó Pedro.


La joven que les había vendido los collares cruzó entonces la calle y fue a sentarse en el muro donde había estado Pedro unos minutos antes. Sacó un biberón de leche de su bolso y se lo dio al niño, que lo tomó con ansia y apetito.


Miró a Paula, que también contemplaba la escena. Ella lo miró entonces, los ojos húmedos, llenos de emoción. Él asintió con la cabeza y ella apartó la mirada, pero sólo unos segundos. 


Después le sonrió. Se dio cuenta de que a Paula le había gustado mucho que apreciara su gesto. 


Lo más extraño fue darse cuenta de que aquello significaba también mucho para él.


Comieron en la ciudad, en un pequeño restaurante cerca de las tiendas. El sitio era minúsculo, pero la comida era excelente.


Sentados a una gran mesa redonda bajo la sombrilla de la terraza, se pasaron cuencos de gambas picantes, arroz y otras exquisiteces.
Hernan les contó historias sobre su familia. 


Parecía el argumento de un culebrón televisivo. 


No pararon de reír. A Paula le parecía increíble que sólo conociera a esas personas desde hacía unos días porque ya le importaban como si fueran viejos amigos.


Estaba sentada al lado del profesor Sheldon, que había ido a buscarlos a la ciudad, y se esforzó por ver más allá de la fachada que el hombre mostraba al mundo, ahora que sabía cuánto había sufrido con el secuestro de su hija.


Frente a ella estaba sentado Pedro y de vez en cuando sentía que la miraba. Tan a menudo que no pudo evitar sentir una especie de felicidad dentro de ella. En su mirada aún había algo de la admiración que había visto antes. Pocas veces había sentido a alguien mirándola así. Era el tipo de mirada que había echado de menos en su padre.


Apenada por los recuerdos, tuvo que cerrar los ojos un instante.


Estaba convencida de que si Pedro supiera cómo era de verdad y lo que había hecho, la admiración desaparecería pronto de sus ojos.



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