jueves, 10 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 34




Pedro y Hernan detuvieron el barco al día siguiente en otro sitio perfecto para el buceo.


Había conseguido no acercarse a Paula durante toda la mañana. Se dio cuenta de que ella también había estado evitándolo.


Soltaron el ancla y los dos hombres se pusieron a sacar todo el material para el buceo. Las hermanas Granger fueron las primeras en prepararse. Se habían puesto trajes de neopreno de color verde fosforescente. No era posible mirarlas durante mucho tiempo sin la protección de gafas de sol. Pedro les dio unas aletas y vio que Paula era la siguiente en la cola para bajar al mar.


Sus ojos se encontraron por primera vez en toda la mañana.


—¿Qué talla necesitas? —le preguntó él.


—La pequeña.


Sacó una bolsa con aletas y gafas y se la entregó.


—¿Hay tiburones por aquí?


—Sólo uno —repuso él mientras miraba a Hernan.


Su amigo estaba entretenido enseñando a Margo a usar las gafas y el tubo de buceo.


Paula sonrió y Pedro apartó la vista. Se había quedado sin palabras. Había sido abogado en su vida anterior y era raro en él que no encontrara nada que decir. A lo mejor tenía algo que ver con el biquini blanco y rosa que llevaba Paula esa mañana. O, mejor dicho, con cómo lo llevaba.


El profesor Sheldon salió a cubierta y miró a Margo con el ceño fruncido. Su hija reía alguna broma de Hernan.


—Necesito material para bucear, por favor —le dijo a Pedro sin dejar de vigilar a su hija.


Pedro le preguntó la talla y le entregó la bolsa correspondiente.


—Estaremos aquí un par de horas —le anunció—. Por su seguridad, les aconsejo que buceen en parejas, por favor.


—Yo iré con mi hija, por supuesto —repuso el profesor.


—La verdad es que esperaba poder ir con usted —le dijo Paula—. Margo me ha dicho que conoce casi todas las especies marinas —añadió con dulzura.


El profesor Sheldon miró a su hija. Hernan la estaba ayudando a ponerse las gafas. Estaba claro que no le gustaba nada la situación.


—Estaré encantado de mostrarle lo que sé —repuso.


Estaba claro qué estaba intentando Paula. Pedro acabó buceando con las hermanas Granger. Las señoras parecían estar divirtiéndose mucho. No paraban de reírse y estaban consiguiendo que se sintiera como si fuera el mejor guía del mundo. Se dio cuenta de que era algo que las mujeres del sur hacían con facilidad, conseguir que cualquier hombre se sintiera fuerte, listo e invencible.


Miró a Paula. Ella le sonreía desde la distancia. 


Estaba claro que le hacía gracia la situación.


Algún tiempo después, el profesor Sheldon consiguió por fin escapar del interrogatorio al que lo estaba sometiendo Paula y volvió al barco.


Más o menos al tiempo, Lyle y Lily se dieron cuenta de que debían ponerse más protector solar si no querían quemarse. Las señoras siguieron al profesor hasta el Gaby.


Paula estaba flotando en el agua cerca de él. 


Hizo un gran esfuerzo para ignorarla. Estaba subiendo al barco cuando ella le habló.


—Sé exactamente que es lo que estabas pensando…


Pensó en hacer como que no la había oído, pero sabía que no podía ser tan maleducado. La miró mientras escurría el agua de su pelo con una mano.


—¿El qué?


—Que es una pena que la facilidad que tienen esas señoras para hacer que un hombre se sienta como un hombre no haya sido heredado por la siguiente generación de mujeres.


Él levantó una ceja.


—No hagas como que no sabes de que te estoy hablando —añadió ella—. Te ha encantado ser el centro de atención. Son encantadoras y todo lo que dicen lo dicen de corazón.


Pedro se dejó caer en el agua y le salpicó.


—Conducta pasiva agresiva —le dijo ella a modo de acusación.


Él se quedó flotando boca arriba y cerró los ojos para que no lo deslumbrara el sol.


—Atraer a las abejas con miel en vez de con vinagre es todo un arte que se está perdiendo —le dijo él.


—Lo que está claro es que te tenían comiendo en las palmas de sus manos.


—¿No es eso lo que queréis?


—¿Quienes?


—Las mujeres —repuso él.


—Creo que me estás tendiendo una trampa…


—Nada de trampas —prometió el entre risas.


—Supongo entonces que hablas por propia experiencia.


—Digamos que, si tengo que ser manipulado, prefiero el sutil sistema de las hermanas Granger a que me den con un bate de béisbol en la cabeza.


Paula se quedó callada durante tanto tiempo que pensó que no iba a contestarle.


—Las mujeres no son las únicas que usan esos métodos, ¿sabes? —le dijo por fin.


Había algo nuevo en su voz. Había bajado la guardia y parecía muy vulnerable. Nada que ver con la imagen de fuerza y superficialidad que solía protegerla.


Tomó uno de los flotadores que estaba atado al barco y se lo tiró. Después tomó otro para él.


—Gracias —repuso ella mientras se apoyaba en el flotador.


Él hizo lo mismo y se quedaron mirándose a los ojos. No sabía qué pensar de Paula Chaves. Tan pronto sospechaba de ella como sentía curiosidad por conocerla mejor.


—¿Por qué viniste sola a este viaje? —le preguntó mientras miraba su mano carente de anillos.


Paula se encogió de hombros.


—Necesitaba unas vacaciones.


—Y no pudiste encontrar ninguna opción mejor, ¿verdad? —preguntó con escepticismo.


Oyeron risas desde el otro lado del barco. Eran Margo y Hernan. Estaba claro que se lo estaban pasando bien.


—Me divorcié hace sólo unos meses —le dijo ella en voz baja—. Y fue bastante desagradable.


—¿Hay algún divorcio agradable?


Ella bajó un poco la cabeza.


—Nuestro matrimonio no era lo que yo creía que era. Él no era quien yo creía que era…


—Eso pasa muy a menudo —contestó el con amargura.


—¿Habla de nuevo la voz de la experiencia?


—Por desgracia.


Pasaron un par de minutos en silencio, sólo se oía el golpeteo del agua a su alrededor.


—A unas personas se les da mejor que a otras esconder lo que no quieren que la gente vea —dijo Paula.


—Sí…


—¿No lo haces tú?


—¿El qué?


—¿No estás escondiendo algo? —preguntó ella.


Sus palabras eran muy claras y directas. Él hizo lo que mejor hacía. Huir cuando estaba en la línea de fuego.


—Bueno, tengo que volver al barco. Hay muchas cosas que hacer antes de seguir el viaje.


Subió las escalerillas del Gaby sin mirar atrás. 


Se imaginaba que Paula ya se habría dado cuenta de que se le daba muy bien escapar cuando las cosas se ponían complicadas.



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