sábado, 21 de septiembre de 2019

UN ÁNGEL: CAPITULO 9




Pedro se despertó de golpe y se sentó en la cama. Sentía oleadas de miedo, mezcladas con un poco de ira. Dejó que sus sentidos se afinaran, como un lobo que olfatea la brisa y enseguida lo supo:
Paula.


Salió de la cama y se puso de pie, como en cámara lenta. Tomó los vaqueros, se los puso y salió corriendo descalzo por el pasillo hacia la habitación de ella, en la que nunca había entrado antes.


Estaba sentada en la enorme cama con dosel, con la mano aferrada con fuerza al teléfono. 


Temblaba y mirada al aparato como si se hubiera equivocado y hubiera asido una serpiente que no soltaba por temor a que la mordiera.


—Paula…


En un momento cruzó la habitación. Se sentó al borde de la cama y le quitó el auricular de las manos. Luego encendió la luz de la mesita de noche.


—Creí… que esto ya había terminado.


Le temblaba la voz y estaba tiritando. Él sintió una extraña tensión al verla en la enorme cama, una reacción que no entendió en absoluto. 


Intentó olvidarlo, tenía que concentrarse en el terror que la hacía temblar.


—¿Qué, Paula? ¿Qué pensaste que había terminado?


—Pensé que ya se había acabado. No llamaba desde hacía varias semanas.


—¿Quién?


—No lo sé. Disimula la voz.


—Paula, ¿qué te dice? ¿Era una llamada obscena?


Él ya sabía cuál era el problema; una llamada obscena podría enfadarla, pero nunca causarle aquel terror que él advirtió al despertarse. Paula Chaves era muy dura, tenía que ser algo más.


—¿Obscena? En parte, me imagino. Cuando habla de… lo que se imagina que hago aquí, con siete hombres.


Pedro tomó las placas de oro de la cadena. 


Nada. O no lo sabían, o lo habían dejado solo. 


Le asió las manos.


En cuanto la tocó, sintió el horror de todo aquello y enfureció. Todo estaba allí, las groseras insinuaciones, las cosas lujuriosas que imaginaba susurradas con una voz ávida, incluso ansiosa… "¿Todos a la vez, o lo haces de uno en uno, ramera?"


Sus manos temblaban y él las apretó con más fuerza. El terror estaba allí, las amenazas y entonces supo por qué estaba tan asustada.


—Hay algo más, ¿verdad? ¿Te amenazó?


—Lo siento, Pedro. Este no es asunto tuyo.


—Quiero que lo sea. Esta no es la primera vez que te llama, ¿verdad?


Ella desvió la mirada. Pensó que era muy extraño cómo podía sentir sus ojos. Levantó la cara para mirarlo, porque parecía que no tenía elección.


—Confía en mí, Paula. Quiero ayudarte. ¿Es siempre la misma voz?


Ella dijo que sí con la cabeza.


—¿Pero esta vez ha sido diferente?


—Sí. Antes eran sólo… las obscenidades. Y decía que lamentaba mucho que no cerrara el refugio. Claro que no lo llamaba así. Tiene su propio nombre para nosotros. Especialmente para mí. Es… horrible, vicioso. Tanto odio… Esta vez… Esta vez dijo que alguien iba a resultar herido.


Vio que volvía a temblar con violencia y se dio cuenta de que iba a necesitar todas sus fuerzas. 


Se apoyó contra uno de los postes de la cama y la atrajo contra sí, abrazándola para relajarla. 


Ella no se resistió.




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