sábado, 21 de septiembre de 2019

UN ÁNGEL: CAPITULO 8




Más tarde ya en la cama, se preguntó cómo llegó a pasar todo eso, cómo la habían involucrado. La imagen de todos sonriendo alrededor de la mesa le comprobó que lo que Pedro decía era verdad: no podía negarse a la felicidad que eso parecía producirles. Era difícil, no estaba acostumbrada a recibir. Pero no pudo decir que no. E incluso empezaba a agradarle.


Dos días libres de la carga que a veces era demasiado dura, incluso aunque lo luciera voluntariamente. Dos días en ocho años no era demasiado. Dos días para ella sola, haciendo lo que le diera la gana, sin que nada le exigiera sus energías y su tiempo.


—Gracias, Pedro —susurró en la oscuridad, preguntándose cómo habría sabido que necesitaba una vacaciones, cuando ni siquiera ella misma se había dado cuenta. Aquello la conmovió profundamente.


Empezó a pensar cosas que ni siquiera se atrevía a formular. Abrazó la almohada, adormilada, con una imagen en su mente que empezaba a verse borrosa, la imagen de unos ojos tan azules que era como mirar al cielo de un perfecto día de verano. “Dos días completos. Podría…” pensó mientras se dormía.


El agudo sonido del teléfono la despertó y alcanzó el aparato instintivamente, sin pensar.


—¿Diga?


—¿No has aprendido la lección todavía, maldita? Bien, bien ya la aprenderás. Y te arrepentirás de no marcharte cuando todavía tienes tiempo para hacerlo. Antes que alguien resulte herido.




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