sábado, 21 de septiembre de 2019

UN ÁNGEL: CAPITULO 7




En la hora de la cena, cuando estaban todos juntos y Pedro todavía estaba fuera lavándose, intentó que ellos se dieran cuenta:
—Creo que deberíamos ir a disculpamos ante todo el pueblo en la reunión de este mes.


—¿Qué? —dijeron siete voces a la vez.


—Quiero decir que no pueden culpar a la gente por ser tan difícil con ustedes. Lo único que ven es lo que está en la superficie. ¿Por qué otra cosa pueden juzgamos?


—¿De qué estás hablando? ¿Cómo puedes decir eso, Paula? —saltó Willy indignado.


—Bueno, es evidente que han llegado a pensar igual que ellos, así que considero que ahora que están de acuerdo con ellos…


—¿Igual que ellos? ¿Pedir disculpas por qué? ¿Por ser nosotros mismos? ¿Por no negar lo que somos? ¡Si no pueden ver el pasado en la superficie, es su problema! ¡Y tú eres quien nos enseñó eso, Paula! —exclamó Sebastian exaltado.


—No demasiado bien, por lo que parece.


—¿Qué quieres decir?


—Parece que sólo lo ponéis en práctica cuando se trata de vosotros mismos. Que sólo vosotros merecéis el esfuerzo de mirar más allá de la superficie.


—Claro que no. Sabemos que… —se interrumpió al oír la voz de Aaron.


—Me parece que nos ha pillado —dijo él con una sonrisa, mirando hacia el porche, donde había dejado de oírse el sonido del agua—. Pensad en ello.


Paula se dio cuenta de que había más de un par de ojos avergonzados. Habiendo probado que tenía razón, no dijo más, sólo se sentó en su lugar en la cabecera de la mesa, el que todos le tenían reservado.


Hubo un momento de silencio cuando Pedro entró. Todos lo miraron y él parecía cansado. Estuvo trabajando todo el día y debía ser muy duro sentarse a la mesa para ser crucificado por todos. Se preguntó por qué no tomaba su plato y se iba a comer a un lugar tranquilo. Pero él nunca se rendiría.


Dejó la toalla que usó para lavarse en el cesto de la ropa sucia y se dirigió hacia la mesa. Se detuvo asombrado cuando Kevin se hizo a un lado para dejarle sitio.


—Aquí hay lugar —dijo.


Pedro miró a Paula y ella sintió una sensación extraña, como si pudiera leer en sus ojos todo lo que había pasado en la habitación. Se sentó despacio, mirándolos a todos con suspicacia.


—Toma una galleta —le dijo Sebastian gruñendo, sujetando el plato. Y Mateo sin decir nada, le pasó el vaso de agua que acababa de servir y buscó otro para él.


—¿Tiene algo interesante dentro? —preguntó Pedro, mirando al vaso con duda.


Todos volvieron a poner cara de corderitos, menos Marcos, que estaba sentado al lado de Paula, quien se echó a reír a carcajadas. Todos lo miraron.


—No le echéis la culpa a él. Lo habéis estado tratando como ellos nos tratan a nosotros.


—Sí —dijo Aaron—. Y te debemos una disculpa.


—Muchas… gracias —dijo Pedro, sorprendido. Miró a Paula un momento y ella se sonrojó, pero no podía apartar la mirada. Él sonrió, como si hubiera encontrado lo que buscaba—. Gracias, Paula.


Pedro se echó hacia atrás mientras los otros empezaban a charlar a su alrededor. Sara llegó con un humeante plato de patatas y carne y se sentó junto a su marido. Mientras Kevin hablaba sobre la cosecha y Willy sobre una máquina ordeñadora que no podían permitirse, Pedro saboreaba en silencio aquel apoyo, que le daba fuerzas. Allí había ocurrido un pequeño milagro y no tenía nada que ver con él. Fue Paula la que lo logró, sin mas ayuda que su corazón generoso.


Era tan especial como parecía, pensó. Y eso debía ser la causa de aquella extraña y cálida sensación que nunca sintió antes y con la que no sabía qué hacer. Eso lo ponía nervioso y no estaba acostumbrado a ponerse nervioso…


—…gracias a Pedro.


La voz de Paula lo devolvió a la realidad.


—Lo siento, ¿qué has dicho?


—Estaba diciendo que nos has ahorrado el dinero que habíamos reservado para el tejado y las tuberías. Y la madera para el gallinero. Incluso nos queda algo después de pagar la renta del mes.


—Ah, bien. Me imagino que todo el mundo participa con la renta, ¿no?


—Todos tenemos algún tipo de paga del gobierno —dijo Mateo—, valientes veteranos como somos. Damos la mitad de lo que nos dan para pagar cada mes.


—Ah… me gustaría ayudar, pero…


—No seas tonto —dijo Paula de inmediato—. ¿No acabo de decir que gracias a ti incluso nos ha sobrado dinero? Estamos intentando decidir en qué lo vamos a emplear. No hay bastante para todo, pero quizá una puerta nueva…


—Eso voy a arreglarlo mañana. Sólo necesita unas bisagras y un cierre al que Daisy no llegue.


—No recuerdo haber visto bisagras por ninguna parte.


—Las encontré en un rincón del granero —dijo con tranquilidad.


—Bueno, entonces podríamos arreglarle la cocina a Sara. Hace mucho que está mal, pero hasta ahora no habíamos podido…


—No hace falta —interrumpió Sara, sonriendo a Pedro—. Pedro la arregló esta mañana. Ahora funciona de maravilla. Creo que deberíamos dejarle que intentara arreglar la radio también. Ya saben lo que se echa de menos escuchar música.


Marcos buscó en un bolsillo del pantalón y sacó un radio portátil. Con una amplia sonrisa, la encendió y se oyó una canción de los noventa. 


Lo apagó.


Pedro —dijo simplemente.


—Me siento como si le hubiera estado dando patadas a Lassie —comentó Kevin.


—Hace mucho que Lassie te habría mordido —declaró Pedro.


Todos lo miraron tensos, pero cuando se dieron cuenta de que era una broma, se echaron a reír. 


Y desde aquel momento, la enemistad quedó olvidada. Ricardo fue el único que no se unió a la alegría general y murmuró por lo bajo mientras se levantaba de la mesa:
—Sigue siendo un niño bonito.


—Ricardo.


—¿Qué?


—Tu plato.


Él la miró, recogió los platos sucios y los llevó a la cocina. Pedro lo vio partir. Ricardo era un hombre colérico, pero ¿estaba lo suficientemente enfadado como para estar detrás de todos los problemas?


—Si quieres le enseño buenos modales —dijo Marcos, mirándolo con mala cara mientras salía.


—No, todavía no. Recuerda que les damos a todos un mes para que se adapten. A veces incluso les damos una semana —dijo, recordando cómo se había comportado con Pedro.


Todos rieron, todavía un poco avergonzados. Ya tenía algo menos de lo que preocuparse.


—Todavía no hemos decidido nada sobre el dinero.


—Quizá deberíamos ahorrarlo para la primera cosa que se arruine —dijo Sara.


—Quizá deberíamos pagar a Pedro—dijo Sebastian.


—¡Buena idea! —exclamó Paula y el resto de la mesa asintió.


—De acuerdo —aceptó Pedro—. Considérenlo mi contribución a la causa, entonces.


—Pero eso nos deja donde estábamos —protestó Aaron—. Además, te lo has ganado de sobra. Y todos nosotros tenemos algo, además de lo que pagamos, así que tú también deberías tener tu parte.


—¿Quieres decir algo para gastármelo como quiera? Bueno, entonces quiero gastármelo en enviar a Paula de vacaciones.


—¿Qué? —dijo ella.


—Ya sé que no sabes ni lo que es —declaró Pedro con buen humor—. Es cuando te vas por allí y todo el mundo te cuida, en lugar de que seas tú la que te encargues de todo. Te relajas, vas al cine, sales a cenar, te llevan el desayuno a la cama, vas a la peluquería, de compras…


—¡No puedo hacer eso!


—A mí me parece una idea estupenda —dijo Sara.


—A mí también —añadió Sebastian—. En algún sitio lejos de aquí, donde puedas pasarlo bien sin preocuparte.


—Pero necesitamos ese dinero.


—Habíamos decidido dárselo a Pedro, ¿no te acuerdas? —interrumpió Willy.


—Y yo te he dicho cómo quiero gastarlo.


—Me temo que no tienes elección —declaró Aaron con una sonrisa—. Hay dinero suficiente para un fin de semana en Eugene, o incluso en Portland. ¿Qué te parece? Vas al cine, al teatro, un desayuno con champaña el domingo por la mañana…


—¡No puedo!


—¿Sólo porque no lo has hecho nunca? Paula, no paras de trabajar. Nosotros por lo menos descansamos un poco los fines de semana, pero tú sigues con las facturas, el papeleo y todo lo demás. Necesitas un descanso, niña —insistió Mateo.


—No me importa. Y además no puedo.


—Sí que puedes. Mateo tiene razón. Tú haces todas las cosas que nosotros no queremos hacer. Y además nunca te quejas. Y nosotros… nunca te lo agradecemos bastante —dijo Kevin.


—Y lo peor de todo —añadió Sara—, es que tienes que aguantar a esa gente horrible, la que nos odia y quiere que nos vayamos. Y nosotros te dejamos sola ante ella.


—Eso es porque… es más fácil para mí. Los conozco. Puedo controlar la situación.


—¿Por qué? —preguntó Pedro tranquilamente.


—Porque… porque ellos también me conocen a mí, me imagino. Y porque conocían a mis padres. Hace que sea más difícil para ellos ser… desagradables.


—Quiero decir que por qué lo haces, por qué lo haces todo, por qué te exiges tanto. No creo que sea por el dinero, ¿verdad?


—Claro que no.


—Es porque te hace sentir bien, ¿verdad? Te hace sentir que estás ayudando, contribuyendo.


—Me imagino que sí…


—Entonces no seas tan egoísta.


—¿Qué?


—¿Crees que eres la única a la que le gusta sentirse bien? Deja que otro se sienta bien también, para variar. Deja que alguien haga algo por ti y se sienta bien por ello.


—¡Te ha pillado, Paula! —rió Sebastian.


—No puedo —murmuró Paula, un poco sorprendida de cómo se iban poniendo las cosas a su alrededor—. Hay muchas cosas que hacer.


—Claro que puedes. Nos las arreglaremos perfectamente —dijo Sebastian.


—Pero me sentiría tan… culpable.


—Piensa en lo culpable que te sentirás si no nos das este gusto —terció Aaron.


—Pero…


—Deja que alguien haga algo por ti esta vez —añadió Pedro.


—Lo… lo pensaré.


—No pienses. Hazlo este mismo fin de semana.


Pedro, no puedo.


—Haces la maleta, te montas en el camión y te vas. Así de fácil.


—Pero no puedo, el camión necesita…


—Un rotor nuevo. Ajustar las válvulas. Ya lo sé. Lo hice ayer.


—¿Cómo tuviste tiempo…?


—No me llevó mucho. Esa era tu última excusa, Paula.


No podía seguir luchando. El poder de aquellos ojos azules era demasiado. Era mucho más fuerte que ella.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario