viernes, 20 de septiembre de 2019

UN ÁNGEL: CAPITULO 4




Cuando ella se marchó, él se acercó a la puerta y escuchó, hasta que sus pasos ya no se oyeron. Sólo cuando la puerta principal se cerró, Pedro cerró su puerta y se sentó al borde de la cama. Se quitó la cazadora de cuero y la arrojó a un lado.


“Genial”, murmuró para sí. “Me han pillado del todo. Ha sido una emboscada. Me han puesto delante de una naricilla llena de pecas y un par de ojos verdes que podrían convencer a cualquiera de que el mundo es un lugar maravilloso si se mira bien”.


Se sacó la cadena de oro de la cabeza y se quedó mirando a las dos placas que colgaban de ella. Una llevaba sólo su nombre y una fecha. 


La otra la imagen estilizada de un dragón. 


Cuando la vio por vez primera, pensó que el jefe tenía un agudo sentido del humor. Al fin, cerró la mano sobre las dos placas y cerró los ojos.


—Sí, Pedro.


—Quiero hablar con el jefe.


Pedro


—Ya me has oído. Ya me han engañado bastantes veces. Quiero hablar con el jefe.


—Entendemos que estés enfadado. Pero seguro que te das cuenta de que no nos quedaba más remedio que hacerlo. Ya sabes cómo están las cosas, Pedro. ¿PedroPedro, sabemos que estás allí. ¡Por favor, Pedro! ¡Vaya genio! Está bien…


—Eso está mejor —dijo. Apretando las placas con la mano.


—¿Me llamabas?


—Me ha encantado el cebo que me has puesto.


—¿Yo?


—No te molestes en negarlo. Tenía tus huellas dactilares por todas partes.


—Nosotros no tenemos dedos. Está bien, Pedro. He sido poco considerado. Ha sido un golpe bajo con las manos.


—Creí que no tenías manos.


—Me alegro que hayas recuperado tu sentido del humor.


—No lo he hecho. Sólo estaba comprobando qué parte podía imaginar que iba a cortarte.


—¡Pedro!


—Me lo prometiste. Se supone que vosotros no rompéis vuestras promesas.


—Y no la hemos roto. Sólo ha sido… pospuesta.
Por un momento, Pedro dejó que el cansancio se apoderara de él.


—Lo siento, Pedro. De verdad. Sé que te hemos hecho trabajar demasiado. Pero si no fueras tan eficiente…


—Los cumplidos no son propios de ti.


—No, supongo que no. Sin embargo, es verdad. Pero sabemos que no andas sobrado de fuerzas, así que hemos decidido mandarte una pequeña ayuda. No necesitarás nada para lo básico, pero si necesitas algo extra, pídelo.


—¿Es esta tu forma de decirme que no tengo elección?


—¿Realmente quieres dejarlo, Pedro, ahora que la conoces?


—¡Eso es una mala jugada! Sabes que no puedo decir no a un inocente que lucha contra el mundo.


—Sí, por eso eres tan bueno en esto. Y eso no es un cumplido, Pedro.


—Está bien, pero esta es la última vez.


—Entendido.


—Estoy tan cansado, que he estado a punto de echarlo todo a perder. Nunca conocí a una mujer menos impresionada con su propia belleza. Y tú no me has ayudado mucho, dejándome aquí sin una pista.


—Lo sé.


—Está bien. ¿Tienes los detalles?


—Sí. Cuando estés listo.


—Una cosa más. ¿Es ella tan… especial como parece?


—Sí, lo es.


—Eso fue lo que me dijo Cougar. Ella estuvo a su lado cuatro noches seguidas, animándolo a vivir.


—Sí, lo hizo. Y ha hecho mucho más por la gente a la que ha ayudado.


—Lo sé, lo supe por Marcos. Era todo un poco confuso, porque estaba muy enfadado, pero dijo en serio que moriría o mataría por ella.


—Tenemos que evitar que alguna vez se encuentre en esa situación. Él ya ha sufrido demasiado. Él también será protegido.


—Muy bien. Estoy preparado.


—Dentro de treinta segundos. Te deseo buena suerte, Pedro.


—¿Me la deseas? Vosotros fabricais la suerte, ¿recuerdas? Será mejor que te asegures de que la tenga, maldita sea.


Pedro, esa lengua. Hace mucho que quería hablar contigo sobre eso.


—Pero has estado demasiado ocupado mandándome de un lado a otro, ¿no?


Hubiera jurado, mientras se acostaba en la cama, esperando la corriente de comunicación, que oyó una risita contenida.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario