viernes, 20 de septiembre de 2019

UN ÁNGEL: CAPITULO 5




—Y este es Cricket. Es mi amigo más antiguo, ¿verdad, cariño?


Pedro miró al caballo blanco y negro, que llegó corriendo junto a la valla en cuanto ella silbó. 


Parecía un caballo blanco reluciente al que le hubieran echado por encima un bote de pintura negra.


—¿Tu amigo más antiguo? ¿Desde cuándo lo tienes?


—Desde que era un potrillo. Tiene casi once años.


Pedro extendió la mano y la negra nariz se inclinó para olerla. Entonces puso la mano en el cuello del animal. A través de aquel contacto, percibió imágenes vivas y nítidas. Paula, una chica de quince años con tirabuzones rojos, muy distintos del color cobrizo de su pelo ahora, abrazando al potrillo recién nacido. Y una Paula llorando desolada, acurrucada en el pajar. Y más tarde ya mayor, con ojeras, montando el caballo en largos paseos por las colinas boscosas.


Él sabía lo que significaba cada una de aquellas imágenes y le mandó al animal un rápido y tranquilizador mensaje: “He venido a ayudarla. Te lo prometo. Las cosas serán diferentes a partir de ahora”.


Paula miró asombrada al caballo, que relinchaba de alegría.


—Parece que tienes buena mano con los animales.


—Les doy confianza y ellos lo saben.


—Es una pena que no funcione con las personas.


Él se encogió de hombros. Funcionaría, si quisiera hacerlo, pero prefería no usarlo. Pero sabía a qué se refería ella. La comida resultó bastante desagradable, tensa. Él era el recién llegado, el intruso y sobre todo, no había compartido ninguno de los horrores que los llevaron a ese refugio que Paula dispuso para ellos.


—Parece que te lo tomas con calma —dijo ella.


—No esperaba una calurosa bienvenida, si eso es a lo que te refieres. Sé que tengo que ganarme un sitio entre ellos. Y contigo.


Ella levantó una ceja sin comprender. Él sintió que el corazón le daba un vuelco. Cualquier otra mujer hubiera entendido que se trataba de alguna clase de invitación personal, pero ella confiaba tan poco en su atractivo, que la posibilidad no se le ocurrió. Algo se tensaba dentro de él, una sensación que no podía recordar, que nunca percibió antes. Pensó que ella era muy hermosa y ni siquiera lo veía. 


Tendría que arreglarlo. Pero todavía no era el momento.


—Tú tampoco confías en mí del todo.


No parecía irritado por ello, así que Paula no se molestó en negarlo. Incluso admitió que parte de la desconfianza era causada por su increíble aspecto físico. No podía creer que un hombre así fuera tan sensible y tan abierto como parecía. Debería ser un pillo, arrogante y cerrado. Estaba segura de que tenía a las mujeres a sus pies y eso debía notarse de alguna manera. Sin embargo, no era así. 


Cuando la miraba con aquellos extraños ojos azules, sentía algo raro en su interior, como si hubiera penetrado hasta el fondo de su alma con la mirada. Pero al mismo tiempo se sentía confortada, como si por un momento pudiera dejar a un lado los problemas que la acechaban y descansar. Cómo le gustaría tomarse un descanso.


—Puedes confiar en mí, Paula. Sólo he venido a ayudar. Deja que sea yo el que lleve la carga durante un tiempo.


Ella lo miró sorprendida, con los ojos muy abiertos y se dio cuenta de que estuvo a punto de meter la pata, así que siguió hablando para disimular.


—Bueno, dime, ¿qué hace cada uno? No quiero tener problemas por entrometerme en el terreno de los demás.


—De acuerdo, Marcos es el carpintero. Le gusta y pone mucho entusiasmo, pero no tiene mucha experiencia. Acababa de empezar cuando lo llamaron a filas y nunca volvió a trabajar. Sebastian era enfermero, así que él se encarga de los primeros auxilios cuando se trata de arañazos y moretones. Willy trabaja con los animales… pero es alérgico a ellos y se pasa el día estornudando. El doctor Swan le dio una medicina que lo controla.


—¿El doctor Swan?


—Trabaja en la clínica del pueblo. Es uno de los pocos que no quieren que nos echen de aquí.


—¿Por qué?


—Perdió a su hijo en Irak. No pudo ayudarle, así que…


—Y tú, Paula… ¿Por qué lo haces?


—Alguien tiene que hacerlo —dijo ella encogiéndose de hombros—. Bueno, Kevin creció en una granja en Nebraska. Es un lugar diferente, pero más o menos es lo mismo. Así que él dirige la mayor parte del trabajo: siembras y todo eso. Sara es su mujer y sin ella estaría perdida. Como te habrás dado cuenta, es una gran cocinera.


—Sí —sonrió él.


—Aaron me ayuda con el papeleo y corta el pelo lo mejor que puede —dijo, quitándose el mechón rebelde de la cara.


—Lo único que necesitas es cortártelo un poco por delante —dijo acariciándoselo—. O quizá dejarte flequillo. Me gusta tu pelo. Me gusta cómo se ilumina con el sol, todo rojo y vivo.


—Me llaman cabeza de zanahoria —dijo, intentando ignorar el estremecimiento que le causó su caricia.


—Quizá cuando eras pequeña. Pero ya no, Paula. Tu pelo tiene todos los colores más cálidos. Color bronce, como una llamarada de fuego.


—Eso ha sido muy… poético —dijo, en lugar de protestar.


—Es difícil hablar de la belleza que hay en el mundo sin parecer poético. Bueno, no te enfades conmigo. Sólo me gusta el color de tu pelo, ¿entendido?


Él retiró la mano y Paula se volvió de cara a la valla y se sostuvo en ella buscando el apoyo que necesitaba.


—¿Y Ricardo? —preguntó él, como si no hubiera pasado nada.


—No sabemos mucho de él. Sólo lleva aquí tres semanas. La semana pasada se pasó a la barraca. No habla mucho y como puedes ver, no nos gusta preguntar. Uno de los chicos que estuvo aquí el año pasado, lo mandó desde Los Ángeles.


—¿Uno de tus éxitos?


—Me imagino. Ahora tiene un buen trabajo y está intentando volver a recuperar a su familia.


—Estás haciendo algo estupendo, Paula.


—No todos piensan lo mismo —dijo con amargura.


—¿De verdad te importa lo que piensen los demás?


—Sólo porque les afecta a los chicos. Saben lo que la gente piensa, creen que en cualquier momento van a hacer alguna barbaridad. Si fuera yo, estaría tentada a hacerlo sólo porque es lo que esperan de mí.


—Como si fuera una profecía.


—Algo así. Ven toda esa basura en la televisión y en el cine y creen que todo el mundo que estuvo en esa apestosa guerra ha vuelto como una amenaza para la sociedad. No puedo culpar a algunos chicos por haberse rendido y acabar siendo lo que todos pensaban que eran.


—Fue horrible. Todas las guerras lo son. Pero la que tuvieron que luchar cuando volvieron a casa, fue algo distinto. Y peor, de muchas formas. En Irak fueron sus cuerpos o sus fuerzas los que quedaron mermados. Aquí ha sido su alma, porque este era su hogar, era el lugar al que soñaban con regresar. Y se supone que era un sitio seguro.


—Y resultó ser sólo un tipo distinto de infierno.


—Excepto algunos milagros realizados por gente muy especial —dijo Pedro—, tú has construido esto para ellos, Paula. El santuario que debían haber tenido.


—No es bastante.


—Tú lo levantaste y lo has sacado adelante durante ocho años. Eso es demasiado para una chica de dieciocho años.


—¿Cómo… cómo sabes todo eso?


—Bueno, sólo recogí alguna información. ¿En dónde quieres que empiece?


—¿Eres buen fontanero? ¿Puedes hacer milagros?


—Ponme a prueba.


—Mira, estas cañerías son tan viejas como la casa y empiezan a fallar —dijo ella, en el camino de vuelta hacia el edificio—. No podemos comprar nuevas, costaría demasiado.


—Tal vez te lleves una sorpresa al ver que pueden resistir todavía bastante tiempo, con un poco de ayuda.


—No tengo tan buena suerte —dijo con tristeza.


—La suerte puede cambiar.




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