lunes, 23 de septiembre de 2019

UN ÁNGEL: CAPITULO 15




Al fin, sin saber qué hacer, empujó un poco los cables de la batería, pensando que a lo mejor uno se había soltado de verdad. Parecía estar bien y cuando se incorporó, se quedó mirando a Pedro confundida.


—Señor Rodney pruebe ahora.


Éste estaba mirando a Paula con desdén, como un hombre que está a punto de probar la inutilidad de las mujeres. Se sentó en el asiento del conductor y lo intentó. El motor no respondió. 


Pero antes que pudiera abrir la boca, Pedro lanzó una rápida mirada al motor y éste se puso en marcha. Rodney se quedó callado, sorprendido, mirando al coche con la boca abierta, como si acabaran de salirle alas. Y Paula estaba incluso más sorprendida.


—¡Ah, mujeres! —dijo Pedro en tono melodramático—. Imagino qué maravilloso sería el mundo si lo gobernaran ellas.


—¡Nunca! —exclamó el señor Rodney automáticamente.


—Será mejor que nos vayamos —dijo Pedro—. En cuanto le dé usted las gracias a Paula.


—¡Pedro! Yo no… —protestó Paula.


Pedro miró fijamente al señor Rodney quien se había puesto colorado.


—Esto… gracias, señorita Chaves.


Parecía que estaba a punto de atragantarse y sin decir más cerró la puerta y se fue. Paula se quedó mirando al coche y luego a Pedro.


—Le ha dolido más que si le hubieran sacado un diente sin anestesia —dijo Pedro.


Pedro yo no le he hecho nada al coche.


—Algo habrás hecho. Quizá era sólo un cable suelto. Con un poco de suerte, se le volverá a estropear. De preferencia en medio del desierto.


Ella se rió al acordarse de la cara del señor Rodney cuando tuvo que darle las gracias. El buen humor le duró todo el camino hasta la granja, incluso admitió que le agradaría el viaje a Portland.


—Pero ten cuidado y recuerda que vas allí a relajarte.


—Sí señor —contestó ella.


Pedro la miró y se rió. Paula hablaba todo el tiempo y le extrañaba lo fácil que era contarle sus cosas a Pedro quien escuchaba atento. Ya casi habían llegado a la granja cuando él se sobresaltó.


—¿Qué pasa?


No contestó enseguida; sacó la cabeza por la ventanilla y a Paula le pareció el gesto típico de un animal que ha olfateado algún tipo de peligro en el viento.


Pedro.


—Algo va mal —murmuró—. Algo está ardiendo.


Paula contuvo la respiración. Aquel año había sido muy seco; un incendio podía ser desastroso. Ella no olía nada todavía, pero él parecía tan seguro que ella le creyó.


Avanzaron un poco más y ella también pudo percibir el olor a humo. Aceleró. Al tomar la curva, el corazón de Paula comenzó a latir con fuerza. Una columna de humo se elevaba en dirección de su casa.




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