domingo, 8 de septiembre de 2019

CENICIENTA: CAPITULO 7




Mientras se dirigía a la oficina de Pedro en su coche, Paula estuvo practicando varias formas de abordarle. Podría tener un aspecto muy sofisticado por fuera, pero por dentro seguía siendo la Paula de siempre.


¿Y si la recepcionista la reconocía? ¿Y si Pedro no estaba?


Paula se agarró al volante. Tenía que estar, segura que estaba. El destino se encargaría de ello. Estaban predestinados a verse. Y ninguna recepcionista se iba a interponer entre Paula Chaves y el destino.


Paula subió en el ascensor y entró en la recepción de Alfonso and Bernard, sonriendo y con una actitud muy decidida.


La misma recepcionista que habló con ella la primera vez, la atendió.


—¿En qué puedo ayudarla? —le preguntó, incluso antes de que Paula llegara a su mesa.


—Quisiera ver al señor Pedro Alfonso, aunque no tengo cita con él.


La recepcionista levantó el teléfono.


—¿Y quién le digo que la quiere ver?


—Paula Chaves. Pero no creo que le suene mi nombre.


La recepcionista dudó unos instantes.


—Sin embargo, Stephanie Donahue y su madre son clientas mías —añadió Paula, confiando en que no le preguntara qué clase de clientas—. La semana pasada Pedro asistió a una boda.


—¿Y el asunto por el que quiere ver al señor Alfonso es...?


—Personal —Paula se lo dijo, mirándola directamente a los ojos, decidida a no ser ella la que apartara primero la mirada.


—Un momento, por favor.


En vez de utilizar el teléfono, la recepcionista se levantó y se dirigió a la oficina de Pedro. Seguro que quería contarle en privado que le quería ver una mujer bastante misteriosa y sofisticada.


Paula respiró hondo. Ya había conseguido superar el primer obstáculo. Llegada a ese punto, a lo mejor tendría que sentarse. El problema era que le temblaban demasiado las piernas y no estaba segura de poder levantarse con cierta elegancia, cuando llegara Pedro.


Cerró los ojos, intentando calmarse un poco. 


¿Dónde debería recibirle? ¿Qué tendría que estar haciendo? Necesitaba apoyos, como un teléfono móvil, o una agenda.


¡La agenda! Paula se la colocó detrás del cuerpo, porque no quería que Pedro la viera, hasta no calibrar su reacción al verla. Por el momento, la recepcionista no se había dado cuenta que ella era la misma mujer torpe y desarreglada que había ido el día anterior. Pero Pedro sí se había fijado en ella. Porque la miró a los ojos. Y entre los dos se produjo una corriente de sentimientos. Paula sintió emociones muy fuertes. Estaba convencida que Pedro debió sentir lo mismo.


Pero, ¿y si no había tenido aquellos mismos sentimientos? No sabía qué iba a decirle si la miraba y le decía: “¿Tú, otra vez?"


Tonterías. Ni siquiera su propia madre podría reconocerla.


—¿Señorita Alfonso?


Paula lo miró, con los ojos muy abiertos.


Pedro Alfonso se acercó a ella, seguido de la recepcionista. Llevaba la chaqueta puesta. La tela oscura contrastaba con su camisa blanca.


Al verlo, los sonidos de la oficina se convirtieron en música celestial. Tan sólo tenía ojos para él. 


Todo lo que había a su alrededor dejó de existir, excepto Pedro. El tiempo se detuvo y, una vez más, Paula se quedó prendida de su magia.


Era el hombre que estaba buscando. El único y el verdadero. Y él también debía sentir lo mismo. 


Los dos estaban unidos por unas fuerzas que ninguno podía controlar.


Y allí estaba él, de pie, tan cerca de ella que casi veía la sombra de sus pestañas.


—Yo soy Pedro Alfonso —le dijo, como si ella no lo supiera.


Sonrió, sólo para ella, le ofreció la mano y se la estrechó.


Paula pudo sentir toda su energía y no quiso soltarla.


—Y yo soy Paula Chaves —murmuró, soltándole la mano al ver que él había relajado la suya. Cuando dejó de tener contacto físico, Paula pudo pensar de nuevo—. Siento mucho no haber tenido oportunidad de verlo en la boda de los Donahue —le dijo, según había estado practicando con anterioridad.


—Y yo también lo siento —su voz le llegó en oleadas a sus oídos, lo mismo que el mar a una playa.


Pedro acompañó aquella cortesía con una sonrisa tan encantadora que Paula casi se queda sin habla.


—Encontré esto junto al vestido de la novia —le dijo Paula, mostrándole la agenda.


—¡Mi agenda! —exclamó él, con alegría—. ¡Es usted un ángel!


La había llamado ángel. Paula intentó recordar cómo había que respirar.


—He sido incapaz de funcionar sin ella —le dijo—. Toda mi vida está aquí —continuó diciendo, al tiempo que daba un suspiro—. Lois, deja lo que estás haciendo y haz una fotocopia de la agenda, por favor. No quiero que me ocurra esto otra vez.


Lois, la recepcionista, miró a Pedro y a Paula, antes de recoger la agenda. Paula sonrió. Lois no le devolvió la sonrisa.


Pedro le puso la mano en el brazo.


—Señorita Chaves... Te llamas Paula, ¿no?


Paula asintió. Le encantó la forma en que él pronunció su nombre.


—Yo creo que te he visto antes. ¿Estás segura de que no nos vimos en la boda?


—Segurísima —le respondió Paula.


—Da igual. No te puedes imaginar lo contento que estoy por haber recuperado esa agenda. ¿Cómo la encontraste?


—No fui yo. Fue la señora Donahue la que la encontró, mientras estaba ordenando todos los adornos que llevó en la boda la novia. Me dijo que tenía muchas cosas que hacer, así que yo me ofrecí a traerla —Paula estaba dispuesta a ceñirse todo lo posible a la verdad.


—¿Eres amiga de Stephanie? —le preguntó Pedro.


—Su madre y yo hemos trabajado juntas —Paula intentó decidir cuántos detalles estaba dispuesta a ofrecerle, antes de que Pedro llegara a una conclusión aceptable.


—Esa mujer siempre está ocupada en campañas de caridad —dijo Pedro, moviendo la cabeza—. Es imposible que no me diera cuenta de tu presencia en la boda —continuó, mientras se fijaba en ella—. Aunque tu cara me resulta familiar.


—Es que estabas demasiado ocupado —le dijo Paula, intentando desviar la conversación, para que él no recordara cuándo la había visto—. Fue una boda maravillosa, ¿no crees? ¿Sabías que la novia llevaba un vestido antiguo?


—¿De verdad? —dijo, encogiéndose de hombros—. Para mí todos los vestidos de novia son iguales.


Paula le perdonó por haber dicho aquello. No se había fijado en el vestido porque no era ella la que lo llevaba puesto. Cuando ella se lo pusiera, seguro que se fijaba en él.


—Escucha... —le dijo, mirándose el reloj y metiéndose las manos en los bolsillos—, ¿quieres que comamos juntos? Me has salvado el pellejo y tengo que agradecértelo de alguna manera.


—Bueno, si tú quieres —le dijo Paula, casi sin creerse lo que le estaba pasando. Lo había planeado todo, pero jamás pensó que iba a salir de aquella forma—. Además, todavía me tienes que contar cómo estaba tu agenda entre las cosas que llevaba puestas la novia —continuó diciendo.


—Mucho me temo que la razón es bastante inocente. Hice una llamada desde el teléfono que había junto al cuarto que usaron para cambiarse y debí dejarme la agenda allí —le dijo, al tiempo que se dirigía hacia la mesa de la recepcionista y escribía algo en un papel—. ¿Dónde quieres ir a comer?


—A un restaurante italiano —respondió ella, dispuesta a sugerirle uno de sus restaurantes favoritos, si él no lo hacía.


—¿Te gusta la comida italiana? —le preguntó Pedro, sonriendo, mientras terminaba de escribir la nota—. Conozco uno buenísimo.


Lo había conseguido. Sus planes se estaban haciendo realidad. Había logrado que la invitara a comer. Iba a poder hablar con él. Estalla dispuesta a dejarle fascinado.


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