miércoles, 18 de septiembre de 2019
CENICIENTA: CAPITULO 38
HORAS más tarde, cuando llegó a casa, Paula abrió la puerta de servicio, metió las maletas y se fue directa a la tienda. Allí, sacó el vestido de novia del perchero de ropa alquilada y lo puso a la venta, a la mitad de su precio. Seguro que alguien lo compraba y así Paula no tendría que verlo más. Sabía que nunca lo iba a llevar puesto.
Connie apareció lozana y feliz el lunes por la mañana, mientras Paula estaba revisando los libros.
—¿Qué tal el fin de semana?
—Bien —le dijo, por no decirle que había sido un desastre.
—¿Crees que causaste una buena impresión en sus padres?
—Les impresioné bastante.
—Muy bien —dijo Connie—. Si le gustas a los padres, ya tienes ganada media batalla.
Paula sentía que había perdido la guerra, pero no le iba a preocupar a Connie con sus problemas. Connie había terminado las clases y pronto se iba a ir a casa a descansar. Por lo cual, cambió de asunto:
—¿Qué tal los vestidos del primer perchero? ¿No crees que había que bajarlos de precio?
—Creo que sí —dijo Connie, en un tono un tanto inseguro—. Siento mucho que esté todo tan revuelto —se disculpó—. Pero como tenía los exámenes finales, no he tenido tiempo —levantó una pila de ropa, buscó un sitio donde colocarla y las final los dejó donde estaban.
—No te preocupes por la ropa, todavía estoy revisando ese montón —y las tres bolsas que había encontrado en la oficina.
—Los papeles también van un poco atrasados —admitió Connie, aunque Paula ya lo había descubierto—. Todavía no he enviado los cheques del mes de mayo.
Por lo que le quedaba menos dinero en la cuenta de lo que pensaba.
—No te preocupes. Además, los tendría que haber firmado antes de enviarlos.
—Sí, eso es lo que yo pensé —después de una pausa, Connie le preguntó:
—¿Quieres que me quede y trabaje hoy?
—No, tienes que hacer las maletas. Hablando de maletas... —Paula sacó de detrás del mostrador las maletas que Connie le había dejado—. Muchas gracias por dejármelas y por todas las horas que has trabajado estas semanas.
—Y yo te agradezco la paga extra —le dijo Connie, con un brillo especial en sus ojos—. Lo necesitamos.
—¿Por qué hablas en plural? —le preguntó Paula.
—Porque Marcos y yo nos vamos a casar.
—¿Os vais a casar? —Connie se iba a casar.
Connie estaba dando la noticia que a Paula le hubiera correspondido dar.
Connie asintió, esperando la reacción de Paula.
—¡Oh! —Paula se fue a abrazar a Connie—. ¡Qué alegría me das! —le dijo, con voz de emoción.
—Sí, bueno —Connie le dio unos golpecitos en la espalda—. Hasta el año que viene no nos vamos a casar, así que no tienes que llorar hasta entonces.
—Lo siento —sonrió—. Me alegra mucho, por ti.
—Gracias.
Las dos se quedaron de pie, Paula medio sollozando y Connie mirándola extrañada. Paula sabía que había tenido una reacción un tanto desmesurada. Pero no le iba a explicar las razones a Connie y estropearle su felicidad.
De forma impulsiva, Paula agarró la maldita chaqueta de seda. Estuvo a punto de romperla en pedazos.
—Toma. Te lo regalo. Sé que te gusta.
—¡Paula! ¡Es preciosa! Pero no puedo aceptarla —pero no obstante, Connie acarició la chaqueta, con un deseo claro de poseerla en su rostro.
—Claro que puedes —Paula le quitó la etiqueta con el precio. Le había puesto precio para quitársela de en medio cuanto antes.
—¿Estás segura?
—Sí.
Levantando la chaqueta, con más reverencia de la que merecía, Connie la metió en una de las maletas. De pie, recorrió con su mirada la tienda.
—Ojalá me pudiera quedar y trabajar todo el verano.
—No, vete a casa —Paula la acompañó a la puerta—. Es mejor que te tomes unas vacaciones antes del próximo semestre. Y empieza a planificar la boda. Una cosa que debes haber aprendido aquí es que las bodas hay que planificarlas bien.
—Gracias, Paula.
Se abrazaron otra vez. Paula se quedó en la puerta hasta que Connie se metió en su coche y se marchó. Pero, cuando desapareció de la vista, Paula se apoyó contra el quicio de la puerta. La triste realidad era que no podría pagar el sueldo de Connie durante el verano. No podía gastar ni un céntimo.
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