sábado, 14 de septiembre de 2019

CENICIENTA: CAPITULO 27



Paula se encontró de pronto en un patio, rodeada de figuras de metal y de piedra, totalmente informes.


—Por aquí —Pedro caminó por un empedrado que se dirigía hacia un banco, rodeado de arbustos—. Magnífico. Todavía no ha salido nadie aquí —le dijo, invitándola a sentarse.


Paula se sentó, totalmente abatida y lo miró.


Pedro...


—Shh —le interrumpió, poniéndole un dedo en los labios—. Eres increíble.


—¿De verdad? —y lo que le sorprendió era que no lo dijera en tono de reproche.


—¿Te fijaste en la cara que puso Trey cuando hiciste ese comentario sobre su creatividad?


La verdad era que había intentado agradar con su comentario al artista. Al parecer, sus palabras habían sido interpretadas de forma diferente.


—Le lanzaste una buena pulla. Pero se la merecía. Yo estuve a punto de estrangularle cuando quiso demostrar su superioridad ante ti —dijo riéndose—. Pero tú sabes defenderte muy bien.


—No siempre —dijo Paula, intentando entender lo que estaba pasando. Dio un sorbo de champán. Estaba caliente, así que dejó la copa en el banco.


—Nunca me ha gustado la gente pretenciosa y Trey es la máxima representación de esa corriente —Pedro saboreó el champán, hizo un gesto de asco y estiró la mano, para que Paula le diera su vaso.


—Yo creía que Trey colaboraba con vosotros —cuando Paula le dio su vaso, Pedro vertió el contenido de los dos en las azaleas.


—Trabaja con nosotros. Me gusta su trabajo, pero no me gusta él.


Paula se sintió un poco más tranquila. Durante todo ese tiempo, había temido que Pedro se hubiera enfadado con ella, pero milagro de los milagros, una vez más, sin darse cuenta, había dicho lo que tenía que decir.


—Es un hipócrita, pero con talento —estaba diciendo Pedro—. Por otra parte, me molestan sus disertaciones. Me pone enfermo ver cómo la gente no para de adularle... ¿Paula, qué te pasa?


Le puso una mano en la sien y la obligó a respirar despacio.


—Pues que pensé que te habías enfadado conmigo, por haber insultado a uno de tus amigos.


—¿Enfadado? —le dijo, mirándola, con los ojos más azules que jamás había visto—. No estoy enfadado. La verdad estoy... —acercó su cara a escasos milímetros de la de ella—. Creo que eres una persona muy especial.


—¿De verdad?


Pedro le puso la mano en el cuello y le acarició la cara con el pulgar.


—De verdad —susurró y le dio un beso.


Un beso muy corto, cargado de pasiones más profundas que podrían salir en adecuadas circunstancias. El beso que había que dar en un sitio en el que en cualquier momento podría aparecer alguien a ver las esculturas.


Pero Paula esperaba un beso que la lanzara al espacio infinito, con el que pudiera ver las estrellas.


—Eres tan dulce —murmuró él.


—A mí... —dijo Paula—, me gustaría estar en otro sitio —le puso las manos en los hombros, abrió un poco los labios y se acercó a él.


Pedro respondió de forma inmediata, posando sus labios en los de ella. La abrazó con fuerza y la besó. Con una mano le sujetaba la cabeza, mientras movía su boca, murmurando algo que Paula no podía oír, porque el sonido de los cohetes se lo impedía.


Miles de estrellas empezaron a iluminarse y Paula estuvo a punto de empezar a reírse a carcajadas, de pura felicidad. Pero lo que hizo fue meterle las manos por debajo de la chaqueta, acarició los músculos que había visto en el gimnasio y le dejó las manos en la espalda. Él se pegó más a ella.


—Paula —le dijo, con el aliento entrecortado, mientras le besaba el cuello—. Paula.


La puerta que daba al jardín se abrió. La luz y el ruido de las carcajadas los rodeó. Habían llegado intrusos al mundo que ellos acababan de crear.


Pedro abrió los ojos y la miró. Tenía una expresión de sorpresa en su cara, igual que la primera vez que se habían visto.


—¿Paula?


—Sí. Pedro —ella lo entendió. Él se había dado cuenta de lo que ella se había dado cuenta desde el principio. Estaban hechos el uno para el otro.


Todavía la estaba abrazando, cuando ella apoyó su cara contra su pecho, sonriendo al oír los latidos de su corazón.


Pedro se aclaró la garganta y dijo:
—Paula, creo que ha llegado el momento de que conozcas a mis padres.



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