sábado, 14 de septiembre de 2019

CENICIENTA: CAPITULO 26




Paula subió las escaleras, con Pedro a su lado, cada escalón más nerviosa.


Cuando entraron, Pedro se acercó a su oído y le dijo:
—Estás guapísima.


Estaba en un mundo totalmente extraño para ella y Pedro era su pasaporte. Y también se convirtió en su guía e intérprete.


—¡Pedro! —una mujer ya mayor, muy enjoyada, le saludó.


—¡Maude!


Se besaron, sin tocarse, en la mejilla.


Paula intentó no mirar la enorme piedra que llevaba en uno de sus dedos.


—¿Te he presentado a Paula Chaves? —preguntó Pedro.


—No, creo que no —la mujer miró a Paula.


Aunque Paula se había puesto a la defensiva, aquella mujer no mostraba una actitud que la hiciera sentirse así. Se relajó un poco. Pero antes de que pudiera abrir la boca, la gente empezó a rodearlos y Maude se puso a saludar a unos y a otros.


—¡Pedro! —otra mujer, con otro vestido negro y más joyas.


—¡Cece!


Otro beso al aire.


—No sabía que habías vuelto de viaje —Pedro miró a Paula—. ¿Conoces a Paula?


—Hola, soy Paula Chaves—dijo Paula.


—¿Eres la nuera de Buzz Chaves? —le preguntó Cece.


—Cece, ¿yo con una mujer casada? —Pedro puso un brazo alrededor de la cintura de Paula.


Cece se acercó al oído de Paula y le dijo:
Pedro es un granuja, pero encantador —y con una sonrisa, se fue a saludar a otra gente.


—Un granuja, ¿eh? —cuando Paula lo miró, se dio cuenta de que se había ruborizado un poco.


Pedro, con la mano todavía en su cintura, la llevó hasta otro grupo de personas de más o menos la misma edad que ellos.


—¡Pedro! —aquella vez la mujer no llevaba un vestido negro, ni tampoco iba cargada de joyas. 


Llevaba unos delfines de plata de pendientes. Iba con vaqueros, una camiseta con una inscripción ecologista y una chaqueta.


—Hola Ginger, qué alegría verte por aquí.


Esta vez no se besaron al aire. Pedro le dio un beso en la cara, de la misma forma que la había besado a ella en una ocasión.


—Hola, Paula —oyó que una voz de hombre decía a su lado.


—¡Roberto! —se alegró de encontrar una cara conocida entre toda aquella gente. Paula le sonrió encantada y le ofreció la cara, cuando comprobó que el socio de Pedro se inclinaba para darle un beso.


Estaba claro que saludar con un beso era una de las normas de aquel círculo social. Lo tendría que tener en cuenta, para la siguiente vez que saliera con Pedro, al que vio saludar a los demás.


Se fijó en lo que las demás llevaban puesto, y pensó que Connie había dado en el clavo al elegir su atuendo. O se llevaban joyas de verdad, o no se llevaba nada. Por lo que pudo comprobar, todos eran más o menos defensores del medio ambiente y también de los grupos étnicos. Incluso había una mujer que llevaba turbante.


El hecho de que tanto Pedro como Roberto la conocieran, hizo que todos la aceptaran de inmediato. En vez de dirigirse a ella como una nueva en el grupo, siguieron hablando, asumiendo que ella estaba enterada de lo que estaban discutiendo.


Paula se reía cuando los demás lo hacían y asentía cuando todos asentían.


Poco a poco la gente a su alrededor empezó a dejar de hablar y Paula quiso intervenir, pero no sabía qué decir. Pedro apretó su mano, que tenía apoyada en su cintura, y ella lo miró.


—¿Quieres que te presente a algunos de los pintores? —le preguntó en voz baja.


—Sí, claro —dijo, feliz de que la hubiera sacado de aquel apuro.


Pedro la llevó en dirección a uno de los hombres que estaba de pie, junto a un cuadro. Tenía pelo largo y barba, pantalones negros, camiseta blanca y zapatillas con manchas de pintura.


—¿Son esos sus cuadros? —le preguntó, confiando en que no fueran.


—Creo que sí.


—Oh.


—¿Qué opinas?


Paula trató de pensar en algo que comentar, deseando que su curso hubiera comenzado por el arte contemporáneo, en vez del clásico.


—Creo que voy a mirarlo más de cerca —y a ganar tiempo, mientras tanto.


Los tres cuadros, que cubrían casi toda la pared, eran pequeñas variaciones del mismo tema. 


Colores brillantes sobre un mar de rojo, con tan sólo un ligero toque blanco en una de las esquinas del cuadro. Otra esquina estaba rasgada y la pintura estaba goteando por la pared y formando un charco en el suelo.


—¿Ha pintado también la pared y el suelo? —dijo Paula, preguntándose lo que el propietario de la galería iba a pensar.


—Sí —Pedro se puso las manos en la espalda y se puso a mirar el cuadro.


Paula hubiera preferido que Pedro no hubiera oído su comentario. Ella sólo quería hacer comentarios profundos y con gracia. Ojalá supiera lo que él estaba pensando. Sabía que le gustaba la música moderna. Posiblemente le gustaba también el arte moderno.


¿Pero le gustaría aquel cuadro en concreto? Sin mover la cabeza, intentó mirarlo por el rabillo del ojo, para ver su reacción.


—¿A ti, qué te dice el cuadro?


Pedro la miró, antes de contestarle.


—Yo creo que el artista ha intentado decir que esta sociedad comercial está estrujando su creatividad.


¿Cómo podía ver Pedro aquello en ese cuadro?


—¿De verdad?


—Sí, claro. A pesar de que él mismo se desprecia por ello. Trey... —Pedro indicó con su dedo al joven artista—, trabaja de vez en cuando para nosotros, cuando no tiene más remedio que comer. Afortunadamente para nosotros, es algo que tiene que hacer todos los días.


—Pero, ¿por qué no le gusta trabajar para vosotros?


—Porque nosotros nos movemos en una sociedad consumista.


—Y él está en contra de eso.


—Eso es —Pedro tiró un poco de ella, para presentarle a Trey.


—¡Dios mío, Pedro! —el artista sostuvo la mano de Paula y la miró a los ojos—. Un ser maravilloso, una rosa entre las rosas más dulces, pero sin abrir —se inclinó y le besó la mano.


—¿Qué has dicho? —preguntó Paula.


La mirada que le dirigió Trey iba acompañada de un toque de desprecio en su ceño.


—Estaba citando a Byron. Pensé que lo ibas a reconocer —le dijo, mirando para otra parte, lo cual la hizo ruborizarse.


Sintió a Pedro tenso, a su lado. Había dejado bien clara su ignorancia. Quizá podría remediarlo, haciendo algún comentario sobre aquel cuadro.


—Siento mucho que te sientas explotado —dijo Paula.


Trey, que ya le había dado la espalda, se volvió.


—¿Explotado?


—Sí, tu creatividad —le dijo, apuntando con el dedo al charco que había en el suelo—. Espero que vuelvas a recuperarla.


Pedro tosió.


—Creo que lo mejor es que vayamos a beber algo.


¿Por qué no se habría callado? Era evidente que había hecho el comentario menos apropiado y Pedro la estaba sacando de allí, para no sentirse más avergonzado.


—Vamos a ver las esculturas del jardín —Pedro le entregó un vaso y empujó con el hombro una puerta.



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