lunes, 9 de septiembre de 2019

CENICIENTA: CAPITULO 10




El forro de su elegantísimo traje estaba empapado de sudor, pero poco a poco empezó a sentirse más tranquila. Por muy poco, pero había conseguido escapar. Respiró hondo y se dirigió hacia su coche. De todas formas, podía considerar que la comida había sido un éxito. Al parecer, Pedro no se había aburrido del todo. 


Paula había logrado sacar uno o dos temas que él consideró interesantes.


Abrió su coche, y pensó que tendría que averiguar mejor qué cosas le interesaban. A lo mejor tendría que ir a la biblioteca y consultar algunos libros. En algún sitio había leído que se había abierto el plazo de matriculación en la universidad de Rice. A lo mejor no era una mala idea matricularse en el curso de los jueves por la tarde. Pero no para asistir a clases de técnicas comerciales. Podría parecer que le estaba intentando echar el guante.


Paula se acomodó en el asiento de plástico cuarteado y cerró la puerta de un portazo. 


Después de haber subido al coche de Pedro , aquello sonaba a lata. Giró la llave de contacto varias veces y no arrancó. La giró otra vez y pisó el acelerador a fondo. Por el tubo de escape empezó a salir humo blanco, pero al fin arrancó.


Metió la marcha atrás y condujo hacia la salida, justo en el momento en que vio a Pedro  entrar en el elegante edificio de oficinas.


Suspiró y se quedó mirando. Era posible que no lo volviera a ver otra vez. Se preguntó si la iba a llamar. Tendría que decírselo a Connie, por si...


De pronto sintió como si alguien le hubiera pegado un puñetazo en el estómago. No le había dado a Pedro Alfonso su número de teléfono, y él tampoco se lo había pedido. Podría haberla llamado a la tienda, si hubiera sabido el nombre. Pero tampoco le había dicho cómo se llamaba la tienda. Lo único que sabía Pedro  Alfonso de ella era que era amiga de los Donahues y que tenía una boutique en Village.


¿Y si llamaba a la señora Donahue y le preguntaba quién era Paula Chaves? 


Descubriría que ella no había sido invitada a la boda. Y se daría cuenta de que ella no era nadie. Que era una farsante.


No necesariamente. Pero, de pronto, se le ocurrió que si Pedro  le preguntaba a la señora Donahue su relación con Paula, seguro que ella no se lo iba a contar.


Pero, por otra parte, se sintió un tanto descorazonada, porque sabía que Pedro  no iba a llamar ni a ella, ni a la familia Donahue. Si la hubiera querido ver otra vez, la habría pedido su número de teléfono. Y no lo había hecho.


La Paula anterior habría ido a la tienda, pensando en lo bonito que hubiera sido, si sus sueños se hubiera hecho realidad. La nueva Paula, estacionó el coche y ni siquiera se cambió de ropa. Se metió en la tienda y se puso a estudiar las notas de la agenda de Pedro.


Tenía que pensar en alguna forma de poder verlo otra vez. Y, cuando lo lograra, seguro que ya tendría preparado el tema de conversación. 


Era evidente que Pedro no se había dado cuenta de que estaban hechos el uno para el otro.


—Connie, he vuelto —le dijo a su ayudante.


—¿Qué tal te ha ido? —le preguntó Connie, apoyándose en la puerta del despacho de Paula—. ¿Te los has devorado?


—El traje fue perfecto —le contestó Paula.


—¿Y qué tal el peinado?


Paula se acordó de cómo la había tratado la recepcionista.


—Muy bien —contestó—. La próxima vez llevaré algo menos atrevido.


Connie enarcó las cejas.


—¿Va a haber una próxima vez?


Paula clavó la mirada en los papeles sobre su mesa.


—Claro que va a haber una próxima vez —lo único que tenía que pensar era cuándo y cómo.


Y lo más probable era que se encontraran en el gimnasio donde iba él. Había mucha gente que iba a hacer deporte. Bien podría encontrárselo cuando Pedro fuera a jugar un partido de tenis. 


O mejor aún, cuando él saliera de jugar al frontón, lo cual sería más natural. Pensándolo bien, lo mejor era hacerse la encontradiza, cuando él saliera de la pista. El ejercicio despejaba la mente. Estaría cansado y alerta. Le invitaría a un zumo en el bar. Y, en aquel momento, él se daría cuenta de que ella era la mujer de sus sueños. Seguro que se daría cuenta de que era la mujer que estaba buscando. A lo mejor, hasta la invitaba a cenar. Una cena romántica en la que él se declararía. Ella le sonreiría y aceptaría su proposición de matrimonio. Suspiró.


El miércoles por la mañana estaba en el gimnasio. Era un gimnasio que ocupaba toda una planta del hotel Post Oak, un edificio muy moderno que estaba muy cerca de la oficina de Pedro. El hotel formaba parte de un complejo de instalaciones que se utilizaba como centro de conferencias. A pocos metros de allí, pasaba una de las calles más transitadas de todo Tejas, pero las frondosas ramas de los robles, servían de barrera acústica y visual. No era de extrañar que Pedro fuera socio de un sitio así. Un hombre con tanta energía necesitaba relajarse y recargar las pilas. Incluso ella se sintió más relajada.


Pero muy pronto Paula descubrió que aquellos entornos tan fragantes no eran nada baratos. De hecho, tenían un precio exorbitante.


—¿Cinco mil dólares? —le preguntó al joven con uniforme blanco, cuando le dijo lo que costaba pertenecer a aquel gimnasio.


—Eso es sólo la primera cuota —le respondió Jon, que era el nombre que se veía en la tarjeta que llevaba colocada en la solapa—. La cuota anual es de treinta y cinco mil dólares.


Paula tragó saliva.


—¿Y no te puedes inscribir por menos de un año? Un mes por ejemplo, para saber si te gustan las instalaciones.


—No —le dijo, dejando de sonreír—. Aunque los socios pueden invitar a algún amigo.


En otras palabras, Paula tendría que conseguir que alguien la invitara. A lo mejor si se lo pedía a Pedro... Sería una buena excusa para poder verlo otra vez. El problema era que, para llevar a cabo su plan, tendría que ser socia del gimnasio.


—Aunque he de comunicarle que hay una lista de espera.


¿Cómo podría ser que con esos precios, hubiera gente que estuviera dispuesta a pagarlos, sólo para ir a sudar allí?


Mientras Paula estaba conversando con el portero, una pareja se acercó a ellos y dejó una llave en el mostrador. El chico miró el ordenador y tecleó algo.


—¿Se lo cargo a la cuenta de su habitación? —los dos asintieron y Jon pulsó una tecla y sonrió—. Está bien, espero que les guste el gimnasio.


—¿Los que se alojan en el hotel, pueden utilizar las instalaciones? —preguntó Paula; empezándose a formar un plan de acción.


—Sí... ¿está usted alojada en el hotel?


Justo en ese momento, el teléfono empezó a sonar y Jon respondió la llamada.


“Todavía no”, pensó Paula.


Se fue hacia la puerta del gimnasio y se fijó en lo que la gente llevaba puesto. Suspiró. En su tienda no había ropa deportiva, así que se tendría que comprar todo lo necesario.


Lo cual hizo, después de reservar una habitación en el hotel Post Oak, para el día siguiente por la noche.



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