domingo, 11 de agosto de 2019

ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO 26




EN CUANTO volvieron a estar en suelo francés, Paula empezó a ver las primeras pruebas del efecto que había tenido su estancia en Malawi. 


En los periódicos había fotografías de los dos en la playa del lago Nyasy, durante la sesión de fotos, con la mano de Pedro apoyada en su espalda.


Y la boutique se había visto inundada de clientas que querían comprar el vestido blanco que había llevado puesto ese día. También había recibido muchas llamadas de otras tiendas que querían saber si podían hacerse distribuidoras de su marca.


Siempre había soñado con algo así y estaba ocurriendo. Y el hecho de tener que compartirlo con Pedro solo hacía que fuese todavía mejor.


Pedro


Sonrió al pensar en él. Su amante. El hombre que la abrazaba por las noches, que la miraba con deseo en vez de repugnancia o indiferencia.


Terminó la muestra virtual que estaba preparando para enviar a los almacenes Statham’s, que le habían pedido que les enviase fotografías de sus prendas más comerciales.


Era el proyecto más importante. Y eso que la campaña publicitaria de Look todavía no había salido.


Paula no podía ni imaginar qué ocurriría cuando lo hiciese.


Si conseguía colocar su marca en aquellos grandes almacenes, empezaría por fin a sentirse bien.


Empezaría a merecerle la pena estar viva. Y podría demostrarle a su madre lo que valía.


Y, no obstante, eso ya no era tan importante.


Estaba orgullosa de lo que había conseguido y de haberlo hecho junto a Pedro, pero ya no tenía la necesidad de demostrarle nada a nadie.



Porque sabía que valía. La industria de la moda y los clientes se lo habían demostrado.


Y, luego, estaba Pedro.


Hacía dos días que habían vuelto a París y no había vuelto a verlo. Lo echaba de menos. 


Echaba de menos sus caricias, sus besos, ser suya. Encogió los dedos de los pies dentro de las botas y envió el correo electrónico a los almacenes Statham’s.


Luego apoyó la espalda en el respaldo de la silla y se dijo que había sido virgen durante veinticinco años y lo había soportado. No era posible que, después de dos días sin Pedro, se sintiese como si fuese a explotar de la energía sexual que llevaba dentro.


Él estaba muy ocupado. Y ella también. Tenía que recuperar el tiempo perdido en la boutique, y atender a las peticiones que había recibido.


No debía llamarlo. Tenía que esperar a que él la llamase.


Tomó el teléfono móvil de encima del escritorio y marcó su número.


–Paula.


Se estremeció al oír su nombre dicho por él.


–Hola. Solo quería… He estado muy ocupada, pero acabo de terminar lo que tenía que hacer.


Esperó. Esperó a que Pedro pillase la indirecta y le dijese que quería verla. Aquello era casi más aterrador que la primera vez que le había visto las cicatrices.


Porque estaba demostrándole que no solo era imperfecta por fuera. Le estaba dejando entrever sus sentimientos.


Unos sentimientos que no estaba segura de que tuviesen un lugar en su vida, ni en la de él.


Pedro no dijo nada, así que Paula añadió: –Me preguntaba si te gustaría que nos viésemos esta noche.


–Tengo que asistir a un evento esta noche –le respondió él en tono distante.


–Una fiesta.


–Una reunión de gente.


–Sí, una fiesta –repitió Paula, agarrando el teléfono con fuerza–. ¿No quieres llevarme? 


Era una pregunta tonta. Era una tontería mostrarle su inseguridad. Era ridículo sentirse insegura.


–No creo que te interese. Vamos a hablar de negocios.


–Si yo tuviese que asistir a una fiesta benéfica, ¿te gustaría venir conmigo? 


–Sí –contestó Pedro sin dudarlo.


Paula expiró.


–De acuerdo, sé que lo que tenemos no es algo permanente. Sé que es solo físico, pero, en mi mente, es una relación. Era virgen por las cicatrices, porque tenía miedo a ser rechazada, pero creo que, incluso sin ellas, me habría tomado en serio cualquier relación sexual que hubiese tenido –le dijo. Tenía un nudo en el estómago–. ¿No irás a llevar a otra? 


–No le veo sentido a eso de estar con dos mujeres a la vez. Si quiero a una mujer, estoy con ella. Si no, rompo con ella –replicó Pedro en tono duro.


–Vale, pero tienes que admitir que es normal que me preocupe que no me hayas dicho nada de la fiesta.


–No era mi intención… preocuparte. Pero siempre mantengo separadas mi vida profesional de la personal.


–Salvo en el caso de mi negocio.


–Lo que ha ocurrido entre nosotros era inevitable. Normalmente no me acostaría con uno de mis socios.


–Eso me hace sentir mucho mejor –dijo ella en tono irónico.


–¿Quieres que discutamos? 


–No. Lo siento.


–¿Qué quieres que te diga ahora para que te pongas contenta? –le preguntó Pedro con frustración.


Ella se echó a reír.


–Ve a la fiesta solo si quieres. Es solo que me he sentido excluida. Si he sido solo una conquista de dos noches, dímelo, pero yo pensaba que íbamos a seguir juntos.


–No eres solo una conquista de dos noches –le dijo él.


Paula recordó la noche del yate, cuando la había acariciado con la rosa y después con los dedos para aprenderse su cuerpo. Estaba segura de que era más que una aventura, pero no sabía si Pedro quería que fuese más.


–¿Y no te sientes avergonzado de mí? 


–¡Mon dieu! Paula, no me siento avergonzado de ti – respondió, como si la idea lo ofendiese.


–Lo siento otra vez. Hasta mi propia familia lo estaba. Mis padres no me dejaban llevar un bañador normal cuando íbamos al club de campo. Tenía que llevar uno que me tapase todo el cuerpo.


Se hizo el silencio entre ambos y Paula advirtió que había vuelto a hablar más de la cuenta. Le había contado cosas que jamás le había dicho a nadie, pero en esos momentos necesitaba liberarse de ellas.


–Paula, no sé qué quieres de mí –admitió Pedro, hablando despacio.


–Sinceridad.


–Soy sincero.


–Gracias.


–Luego hablamos.


Ella asintió, aunque él no pudiese verla, y luego colgó.



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