miércoles, 7 de agosto de 2019

ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO 11




EL BAILE del Corazón era uno de los principales actos benéficos de Francia y casi del mundo. 


Las entradas eran muy caras y luego estaba la cena, que costaba alrededor de los trescientos euros el cubierto.


Todo iba para la Asociación del Corazón, que ayudaba a personas con problemas cardiacos a poder pagar medicamentos y operaciones. 


También servía para que los ricos y famosos se viesen e hiciesen contactos.


Y ella no podía permitirse ir.


–¿Vas a pagar tú las entradas? 


–Por supuesto. Siempre invito a las mujeres con las que salgo.


–Quiero pagarme mi cena –le replicó, por mucho que le doliese gastarse aquella cantidad de dinero–. Es por una buena causa.


Y entonces se dio cuenta, demasiado tarde, de que había accedido a acompañarlo. ¿Cómo no iba a hacerlo, con toda la publicidad que iba a darle? Notó calor solo de pensar en tenerlo cerca y se sintió culpable, como se había sentido siempre de niña cuando había estado a punto de hacer algo que no debía.


Aunque, en aquel caso, no iba a hacer nada. 


Aunque no pudiese evitar estar emocionada.


–Yo te invitaré a la cena. Puedes hacer una donación si quieres colaborar –le dijo él en tono firme.


–De acuerdo, me parece… no, no me parece justo, no lo es.


–El hombre siempre debe invitar. ¿Con qué idiotas sueles salir tú? 


–Dios mío, ¿te das cuenta de que me acabas de dar una lección de cortesía? –comentó ella, molesta porque nadie la había invitado a salir desde el instituto. Y aquella cita había terminado… mal. Tan mal que prefería no recordarla.


–Parecías necesitarla.


–No viniendo de un hombre como tú.


Paula se arrepintió del comentario nada más hacerlo, porque, por difícil que fuese tratar con Pedro, este nunca la había insultado, mientras que ella sí que había utilizado su pasado para atacarlo. Aunque dudase que eso fuese a afectarle.


De hecho, no reaccionó a la pulla, o no mucho. 


Solo apretó ligeramente la mandíbula.


–¿No viniendo de un pirata como yo? 


–No quería… –Paula se interrumpió para tomar aire–.Olvídalo.


–No, tienes razón. No soy precisamente el tipo de persona que debería dar consejos acerca de cómo vivir en una sociedad civilizada, pero siempre cuido de la mujer con la que estoy, sea una conquista de una noche o una relación a largo plazo.


Paula estaba segura de que las trataba bien, al menos, desde el punto de vista físico. Su dulce voz hacía presagiar todo tipo de placeres, placeres que Paula no podía ni imaginar debido a su inexistente experiencia, pero solo placeres físicos.


Lo miró, estudió su rostro cincelado, tan duro que parecía de piedra, y se sintió culpable por haber pensado así. Aunque no sabía por qué. 


Solo sabía que ella, mejor que nadie, debería saber que no había que juzgar a nadie por sus apariencias.


En ocasiones, tenía la sensación de que Pedro estaba demasiado cómodo con su papel de villano. Tanto, que le hacía preguntarse qué habría detrás de él.


«Nada. No le des más vueltas».


Paula no iba a fingir que Pedro no era quien parecía ser solo porque ella quisiera que fuese así. Ya había cometido el error con sus padres mucho tiempo atrás, hasta que se había dado cuenta de que jamás la querrían más de lo que se querían a ellos mismos.


Jamás serían capaces de ver más allá de su dolor para ver el de ella.


Nadie cambiaba porque uno desease que cambiase.


–¿A qué hora es el baile? 


–A las ocho –respondió él, pasando la mano por el vestido.


Paula se estremeció otra vez y apretó los dientes.


–Entonces, será mejor que te marches para que me dé tiempo a arreglarme.


–Por cierto, es una fiesta de disfraces.


Y la emoción volvió a apoderarse de ella. Así como el deseo de venganza. Quería que Pedro se sintiese tan incómodo como se sentía ella cada vez que la miraba.


Quería que la desease como lo deseaba ella.


–Un disfraz sí que soy capaz de hacer.



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