miércoles, 7 de agosto de 2019

ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO 10




Le estaba dedicando una atención especial a Paula o, más bien, a su negocio. Lo reconocía y, no obstante, no se sentía obligado a cambiar nada.


La vio arrodillarse delante de un maniquí al que le estaba poniendo un vestido azul claro y se dijo que era sorprendente que el taller fuese tan distinto de la elegante boutique. No estaba todo combinado en blanco y negro con algún toque ocasional de color, sino que parecía haber sufrido una explosión de color. Había tablones tapizados con retales de tela por las paredes, rollos de tela apilados en el suelo, encima de las mesas.


Un estante con hilos, botones y lazos de colores en el centro de la habitación. Estaba limpio y ordenado, pero la elección de colores y estilos era caótica.


Un taller de ordenada excentricidad, como Paula.


Esta se incorporó y sujetó los tirantes del vestido.


Incluso en esos momentos, hacía juego con el espacio en el que trabajaba. Llevaba puestos unos vaqueros oscuros ribeteados en rosa, una camiseta negra ceñida y el pelo rubio recogido en un moño bajo con una flor color magenta. Era un look que parecía casual, pero Pedro tenía la sensación de que Paula había querido conseguir ese efecto.


Estaba seguro de que, aunque quisiese hacerse pasar por una chica despreocupada y fiestera, en realidad no lo era. Todo, incluso el caos, era intencionado. Y eso era algo que él entendía. El control. Porque, para él, el control lo era todo.


–Es bonito –comentó, sorprendiéndole la facilidad con la que le había salido el cumplido.


Normalmente, no sentía la necesidad de dar seguridad a nadie, pero con ella, sí. Tal vez fuese la misma cosa, imposible de definir, que le había hecho ir allí, cuando una llamada de teléfono habría bastado para ver cómo iban las cosas.


Paula se puso tensa y se giró a mirarlo con los ojos azules muy abiertos y las cejas arqueadas.


–¿No podías haber… llamado? –le preguntó, con una mano en el pecho y las uñas rosas brillando contra la camiseta–. Me has asustado.


–¿Por qué no cierras la puerta con llave? 


–¿Así es como te disculpas? –le repreguntó, bajando la mano a su cadera y golpeando el suelo con el pie.


Pedro se fijó en las curvas de su cuerpo. Tenía los pechos generosos y la cintura estrecha, era perfecta.


–¿Cómo van las cosas? 


Ella frunció el ceño.


–Bien. Pensé que ibas a llamar para preguntarme.


–He decidido pasarme y verlo por mí mismo.


Paula se colocó detrás del maniquí con el corazón todavía acelerado. Pedro la había asustado, eso era todo, pero la reacción de su cuerpo no había sido normal. Y empeoró al verlo acercase a ella.


El traje gris marengo que llevaba puesto le sentaba muy bien y combinaba a la perfección con su piel morena. Le hacía los hombros y el pecho muy anchos.


Paula ponía hombreras a los trajes que hacía para los modelos masculinos con los que trabajaba, pero el efecto no era ni la mitad de impactante.


No le costó trabajo apreciar su traje, se sentía cómoda haciéndolo, lo que sí le costó fue admitir que le interesaba todavía más el hombre que había debajo de él 


–Entonces, ¿qué te parece? –le preguntó, para intentar distraerse.


–Es… diferente.


–No es de lycra ni está cubierto de lentejuelas, así que tal vez se salga de lo normal para ti.


–¿Es un comentario relativo a las mujeres con las que salgo? 


–Pues… sí.


–Gracias, pero ya se ocupa de eso la prensa.


Y a Pedro no le importaba lo más mínimo. ¿Por qué a ella sí? ¿Por qué le importaba no lo que dijesen de él, sino lo que pudiesen decir de ella? ¿Por qué le importaba cómo saliesen sus brazos en las fotografías? Deseó que no le importase.


Se aclaró la garganta.


–Bueno, es una mezcla de fluidez y estructura, está inspirado un poco en Grecia y los pliegues del corpiño pretenden realzar la silueta de la modelo, además de añadir un elemento de diseño más complejo.


–Si tú lo dices.


Pedro se acercó más y ella retrocedió. De repente, se sintió insegura.


Normalmente utilizaba las marcas de su piel para mantener a los hombres a raya, pero aquel se las había tocado. Las había mirado, y no precisamente horrorizado. No había apartado la vista ni había fingido no haberlas visto.


Lo vio alargar las manos y agarrar al maniquí por las caderas para hacerlo girar.


–Tengo que confesarte que no veo nada de eso – comentó, mirándola a los ojos–, pero puedo imaginarme a una mujer con este vestido puesto. Cómo se va a pegar a la curva de su cintura –comentó, pasando el dedo índice por el corpiño–. Y al pecho.


Paula contuvo la respiración mientras lo veía pasar el dedo por la zona del pecho. Notó que se le ponían duros los pezones, como si la estuviese acariciando a ella.


Se sintió como si llevase el vestido puesto y pudiese sentir las manos de Pedro sobre su piel.


De repente, fue como si el aire se hubiese espesado y le costó respirar. Tuvo que hacer un esfuerzo para que no se le doblasen las rodillas.


Él soltó el vestido sin dejar de mirarla a los ojos, en silencio.


Paula sintió un cosquilleo en los labios, le dolió todo el cuerpo. Todavía no la había tocado y ya se sentía marcada, como si le hubiese ocurrido algo muy importante, cuando lo único que había hecho Pedro había sido tocar el vestido.


–La verdad es que no me importaría que la mujer con la que fuese a salir apareciese con este vestido puesto –comentó, retrocediendo y mirando el vestido, como si no hubiese hecho otra cosa.


Y no la había hecho. Todo lo demás, había sido imaginación de Paula, que tenía demasiadas fantasías.


Fantasías en las que los hombres iban más allá de las imperfecciones de su cuerpo y la deseaban a ella, a la mujer que había detrás de las cicatrices.


Aunque, en esas fantasías, ella nunca se veía marcada. Cuando pensaba en estar con un hombre en la cama, sintiendo sus caricias en la espalda, su mente veía una piel sin defectos. Su mente la hacía bella, como a su amante, pero era mentira.


Tan mentira como el momento que su mente acababa de crear.


–Estupendo. Yo creo que a Karen le gustará, ¿no? 


–Ya te he dicho que no sé mucho de moda. Como hombre, solo puedo sentirme atraído por el anuncio.


–Bueno, pues espero que a las mujeres les guste también, dado que la mayor parte del público de Look son mujeres.


–Seguro que sí.


–Gracias.


Paula deseó que se marchase ya de allí, para poder seguir pensando en él como en un hombre despiadado, y no como en el hombre que tanto la había excitado con solo una mirada.


–Quería comentarte otra cosa –le dijo él.


–¿El qué? 


–Quiero llevarte a un acontecimiento que sí te va a ser útil. Me gustaría que me acompañases al Baile del Corazón esta noche. Tal vez podamos darle a los medios algo más de lo que hablar.




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