jueves, 15 de agosto de 2019
AMARGA VERDAD: CAPITULO 5
Mientras la observaba leer la carta, Pedro pensó que Paula no era lo que se había esperado.
Desde luego, no era la mujer vulgar, interesada solo en el dinero, que se había imaginado.
Había creído que se iba a encontrar con una mujer resultona, de escote provocativo, pelo cardado, uñas de porcelana y demasiada bisutería. Paula Chaves no era así.
La verdad era que era guapa. Tenía pies delgados y elegantes, manos delicadas, uñas bien arregladas y pintadas en un tono claro. Tenía rasgos pequeños y regulares, casi patricios. Pelo castaño oscuro, ojos grandes y alegres y una sonrisa de la que hacía gala a menudo con unos labios carnosos y suaves.
Aparte del reloj, lo único que llevaba eran unos pequeños pendientes de oro.
Vestía una falda vaquera azul por debajo de la rodilla, una camisa blanca sin mangas con escote en pico y sandalias. Pedro no había podido evitar darse cuenta de que tenía unas piernas largas y bien modeladas. Estaba ligeramente bronceada y llevaba las uñas de los pies pintadas de rosa.
Supo que a Hugo lo iba a encantar, que la iba a aceptar inmediatamente y que no se iba a preguntar por qué Paula había querido conocerlo de repente. Sin embargo, el hecho era que la traición de su madre hacía un cuarto de siglo había estado a punto de costarle la vida y él, Pedro, se había propuesto que la hija no terminara la labor de la madre.
Sin darse cuenta de que la estaba observando, Paula tamborileó con una uña en uno de los dientes y siguió leyendo la carta. Tenía unos dientes muy bonitos y una sonrisa muy bonita.
—Ya está bien. Hemos venido aquí a cenar, no a pasar la noche —le ladró—. Decídase de una vez.
—Me gusta mirar las cartas —contestó con reproche en aquellos grandes ojos marrones.
— Pues debe de leer muy despacio porque a mí ya me habría dado tiempo de memorizarla.
—Bueno, pues yo no soy como usted.
Claro que no. Ella era toda femineidad y el hecho de no poder apartar la vista de su cuerpo lo estaba molestando en exceso.
—Por si no se ha dado cuenta, Hugo lleva mucho tiempo esperando para conocerla, así que prefiero llegar cuanto antes.
Paula cerró la carta y la dejó sobre la mesa.
—Unas patatas grandes y un batido de vainilla.
—¿Todo este tiempo para pedir unas patatas y un batido?
— Con ketchup.
— Si solo quería eso, podríamos haber parado en un establecimiento de comida rápida.
Paula agarró el bolso y se dispuso a levantarse.
—Pues vamos.
— ¡No se mueva! —le ordenó más alto de lo que era su intención.
—¿Te está molestando tu novio, preciosa? —preguntó la camarera que se acercó inmediatamente. Paula Chaves se puso a reír.
— ¡No es mi novio!
— ¡Y no le estoy haciendo nada!
La camarera lo miró con severidad.
—Más le vale —dijo sacando la libreta—. ¿Qué va a ser?
Pedro pidió lo que quería Paula y, para él, un emparedado de carne y un café.
—Creía que las mujeres como usted se alimentaban de ensaladas —le dijo mientras
esperaban.
—¿Las mujeres como yo?
— Sí, menores de treinta años y locas por las modas, por muy estrafalarias que sean.
—No sabe mucho de mujeres, ¿verdad?
«Lo suficiente como para saber que no me dejas concentrarme», pensó.
Paula se echó hacia delante y Pedro no pudo evitar fijarse en la curva que formaban sus pechos bajo la blusa. Se preguntó si llevaría sujetador. ¡Maldición!
— Las mujeres de verdad no son esclavas de la moda, Pedro —le explicó como si estuviera hablando a un tonto—. Tenemos reglas propias.
—¿Qué ocurre si esas reglas no coinciden con las de los hombres?
—Transigimos, como hemos hecho desde el comienzo de los tiempos.
— Me suena a excusa para hacer lo que quiera,cuando quiera y sin que nadie le pida que rinda cuentas por sus actos.
— ¿No sabe que si siempre va buscando lo peor de las personas, al final, acaba encontrándolo? —le preguntó mirándolo con compasión.
Aquella mujer era un ser completamente inocente o una intrigante despreciable.
Pedro decidió no bajar la guardia hasta que lo hubiera averiguado.
— No me hace falta ir buscando nada, señorita Chaves. Hay un refrán que dice: «Si le das suficiente cuerda a una persona, acabará ahorcándose con ella». Téngalo presente.
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