domingo, 21 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 21




Pedro estaba sentado en la cafetería, terminándose su sándwich y garabateando notas en un papel. Tenía intención de comportarse de una manera fríamente profesional cuando llegara Paula, pero no sabía cómo hacerlo. No cuando seguía afectándolo tanto. En un principio había pensado que nueve años habían sido más que suficientes para que se olvidara completamente de ella, de sus besos, de la noche en que hicieron el amor con un abandono y un éxtasis absolutos...


Solo que ahora Paula era la señora de Mariano Chaves, un dato que necesitaba grabar a fuego en el cerebro. En aquel momento solamente debería preocuparlo una mujer: aquella cuyo cadáver estaba el depósito, analizado y estudiado concienzudamente. La víctima de un loco que tal vez estuviera buscando ya su siguiente presa. Alguna mujer joven, bonita, con toda la vida por delante. Alguien como Karen Tucker. O como la propia Paula.


Aquel pensamiento atravesó su cerebro como un cuchillo afilado. No era algo tan descabellado. Paula encajaba perfectamente en el patrón de víctima. «Nunca dejes que un caso de asesinato se vuelva demasiado personal. 


Hacerlo significa concederle una ventaja al asesino». Ese había sido su lema desde que entró en el cuerpo de policía. Y aquella era la primera vez que dudaba seriamente de su capacidad para aplicarlo.


De pronto se abrió la puerta de la cafetería y apareció Paula, despeinada por el viento, con un suéter azul claro echado sobre los hombros. 


Parecía fuerte y frágil a la vez. Y tan atractiva que Pedro no pudo evitar un estremecimiento de deseo.


—He venido temprano —le dijo, sentándose frente a él—. No esperaba que ya estuvieras aquí.


—Me había saltado la comida, así que aproveché para llenar un poco el estómago —hizo a un lado su plato en el instante en que se acercaba la camarera—. ¿Y tú? ¿Tienes hambre?


—No. Solo tomaré un café.


La camarera les tomó la orden. A Pedro le habría gustado entablar primero una conversación superficial, a modo de preámbulo, o no hablar en absoluto. Quedarse simplemente sentado frente a ella, admirando su belleza. 


Pero, por desgracia, no podía hacer ninguna de las dos cosas.


—Detesto haberte molestado dos veces en un mismo día.


—La culpa es mía. Debí haberte contado la verdad esta mañana. No sé muy bien por qué no lo hice, a no ser que... —desvió la mirada—. Bueno, supongo que sentí cierta vergüenza.


—¿Por qué?


Paula esbozó una mueca antes de aspirar profundamente y mirarlo a los ojos.


—Ayer por la mañana recibí una llamada extraña, una especie de broma. Muy temprano, antes de que Mariano saliera para el trabajo.


Pedro escuchó atentamente su relato acerca de la llamada anónima. Paula no se había tomado en serio la acusación de su marido, pero él tenía sus dudas. Desde que ingresó en la policía había visto de todo.


Paula se interrumpió cuando llegó la camarera, esperando a que la joven les sirviera las bebidas.


—Fue Karen Tucker quien hizo esa llamada, ¿verdad?


—No lo sé.


—Pero tú dijiste que la relación de sus llamadas demostraba que había telefoneado a mi casa.


—No tenemos la relación de las llamadas que hizo ayer por la mañana. Ni desde el teléfono fijo desde su casa ni desde su móvil.


—Entonces debe de tratarse de algún error. Si aquella llamada no procedía de Karen Tucker, entonces no entiendo cuándo pudo haberme llamado...


—Durante las últimas tres semanas, Karen Tucker hizo más de una docena de llamadas a tu casa —observó la expresión de Paula, entre incrédula y asombrada. Era posible que supiera más cosas de lo que estaba admitiendo. Pero su intuición le aseguraba que no era así.


—No lo entiendo... yo nunca he hablado con ella.


—Quizá las llamadas estuvieran dirigidas a tu marido.


—No. Se lo pregunté a Mariano, y él no conoce a nadie con ese nombre. Tiene que tratarse de un error, Pedro.


—Podemos comprobarlo. El número al que llamó es este —sacó un papel y se lo leyó.


—Es el número del pequeño estudio-taller de Mariano. Necesitaba una línea telefónica separada para su ordenador y su fax, así que instalamos otra.


—Eso explica por qué tú no recibiste esas llamadas.


—Pero no por qué Mariano no reconoció el nombre de esa mujer. Es un gran aficionado a la fotografía. ¿Trabajaba acaso Karen en alguna tienda de cámaras?


—No. Era enfermera.


—Entonces probablemente se pondría en contacto con él para facilitarle informes médicos por fax, o para consultarle a propósito de algún paciente.


—Entra dentro de lo posible, pero no es probable.


Mariano Chaves y una mujer asesinada, a la que había negado conocer. El asunto se estaba poniendo feo. Pedro detestaba tener que involucrar a Paula en aquello, pero ya no podía dar marcha atrás.


—Las llamadas fueron realizadas desde el domicilio particular de la señora Tucker, fundamentalmente por las tardes, fuera de horario laboral, y en fines de semana. Algunas fueron hechas pasada la medianoche y duraron más de una hora. ¿Te habrías enterado si a Mariano lo hubieran telefoneado a esas horas?


—Mariano recibe llamadas a cualquier hora. Es cirujano del corazón. Los problemas de sus pacientes no tienen horarios.


—¿Suele quedarse en su estudio a esas horas?


—Ocasionalmente. Le gusta mucho la fotografía dice que lo libera del estrés de su trabajo. Hace fotos en blanco y negro y las revela el mismo. Se le da muy bien. Ha vendido varias a una galería de Nueva Orleáns.


—¿Ese estudio se encuentra en la misma casa?


—En el apartamento situado encima del garaje —respondió, tras una ligera vacilación—. Allí es donde está el número de teléfono que tú tienes.


El apartamento situado encima del garaje. 


Pedro lo conocía tan bien como si fuera suyo, aunque solo había estado una vez. Conocía las canciones que habían sonado aquella noche. 


Conocía los deliciosos olores, a velas perfumadas y al aroma de Paula, que años después permanecían grabados en su cerebro. 


Y ahora aquel lugar mágico pertenecía a su marido. La sola idea lo irritaba.


—Creo que no debería contarte más cosas. Al menos sin estar Mariano presente.


—Si, será lo mejor —Pedro se enjugo el sudor de la frente. No sabía si estaba sudando por el calor ambiente o por el que le provocaban aquellos recuerdos.


Si el doctor Mariano Chaves no tenia una convincente explicación para las llamadas que había recibido de Karen Tucker, estaba destinado a convertirse en sospechoso de homicidio. Solo que aquello no era un simple caso de homicidio. La muerte de Karen estaba relacionada con las de otras mujeres, cuyos detalles no había querido filtrar a la prensa. Al menos por el momento.


Tenía por fuerza que interrogar a Mariano Chaves, y si eso llegaba a ser de conocimiento público los medios de difusión se abalanzarían sobre él como ratas hambrientas sobre un pedazo de queso. Un médico era una figura importante en Shreveport, Louisiana. Con eso bastaba para hacer apetitosa la noticia. Pero el hecho de que estuviera casado con la hija de un senador haría que la noticia saltara a las principales cadenas nacionales. El eminente doctor Chaves acostándose con una enfermera que había muerto asesinada. Su reputación se vendría abajo. Pedro, sin embargo, se esforzaría todo lo posible por guardar la máxima discreción, por el bien de Paula. Y por el de las propias investigaciones.


—Siento no poder ayudarte más —pronunció, tensa.


—No puedes decirme lo que tú misma no sabes.


—¿Crees que Mariano estuvo relacionado de alguna manera con Karen Tucker, verdad?


—Ella lo telefoneó. Eso es lo único que sé. No puedo aventurar nada más.


—¿Cuantas llamadas fueron exactamente?


—Catorce.


—¿Ella es... era —se corrigió— enfermera en el hospital general Mercy?


—Sí, hasta hace cerca de un mes. Dimitió para pasarse al hospital Highland.


—Tal vez Mariano la conociera, pero desde luego no la mató.


—Yo nunca he dicho que lo hiciese. Yo solamente estoy siguiendo una pista, Paula.


—Lo entiendo.


Pero resultaba evidente que no era así. La confusión y la incredulidad se reflejaban en cada uno de sus rasgos. En aquel instante ansiaba abrazarla, consolarla... Pero aunque se hubiera atrevido a hacerlo, dudaba que ella se lo hubiera permitido.


—Si eso es todo... tengo que irme ya. Mariano regresará pronto y se preguntará dónde estoy.


—Claro. Te acompaño.


Pedro dejó un par de billetes sobre la mesa. El sol estaba empezando a ponerse mientras la seguía hasta su coche. Lo había aparcado frente a la cafetería, al lado del suyo. Su elegante modelo color azul marino no podía contrastar más con su antiguo y desvencijado coche negro, símbolo de la diferencia social entre el policía y la hija del senador. Algunas cosas no cambiaban nunca. Y a pesar de todo allí estaba, anhelando protegerla del mundo al que estaba a punto de catapultarla. Pero no por culpa suya, sino por culpa de Mariano Chaves. Y de un asesino múltiple.


—¿Sigues teniendo mi número de móvil? —le preguntó. Al ver que asentía con la cabeza, añadió—: Llámame si necesitas hablar conmigo de cualquier cosa.


Alzó la mirada hacia él con una expresión infinitamente triste. A Pedro no se le ocurría nada más que decir, de modo que se la quedó mirando en silencio mientras subía a su coche y se alejaba. Por segunda vez en aquel día.


Volvía con su marido: un mentiroso, tal y como lo había calificado aquella misteriosa llamada anónima. ¿Pero podía ser también el monstruo sanguinario que se dedicaba a torturar a jóvenes mujeres para luego degollarlas y verlas morir? Incluso Pedro tenía que admitir que eso era bastante improbable.


Y sin embargo, si algo había aprendido como inspector de homicidios era que los asesinos terminaban siendo, con demasiada frecuencia, los menos sospechosos.




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