viernes, 5 de julio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 51





Paula sentía que la verdad le daba vueltas en la cabeza, enrevesada y sencilla a la vez. Si lo pensaba bien, resultaba hasta divertido, aunque en una manera un tanto retorcida.


En un principio, ella había decidido apartarse de Alfonso porque había creído que era un músico irresponsable y sin un céntimo.


Luego se había embarcado en una aventura con él precisamente porque era un músico irresponsable y sin un céntimo.


Y en aquel momento, al descubrir que no lo era, no sabía qué hacer.


—¿Sabes? La noche que te presentaste en La Tentación me había prometido a mí misma que no iba a tener más aventuras con «chicos malos». Y tú eras el ejemplo viviente del tipo de hombre del que quería mantenerme alejada.


—Pero cambiaste de opinión.


—Sí. Cuando Banks soltó la historia de que tú eras el vividor de espíritu libre que yo creía que eras, decidí tener una última aventura desenfrenada contigo para despedirme de ese tipo de vida. Después me convertiría en alguien maduro y responsable y encontraría alguien serio con quien poder construir un futuro.


Él apretó la mandíbula.


—¿Una aventura desenfrenada, era eso lo que querías?


Ella asintió.


—Ese domingo, cuando te ofreciste a quedarte, tomé la decisión de seducirte.


—Porque creías que era un buen candidato para una aventura. Sin ataduras, sin futuro... alguien de quien no podrías enamorarte.


No era así como ella se lo había planteado, o al menos, eso creía. Porque sonaba tremendamente duro dicho así.


—Y ahora que sabes que no lo soy, ¿sigues queriendo echarme de tu vida y buscar a alguien maduro, serio y responsable? —dijo él y se puso en pie, frustrado—. Esto es demasiado complicado. Primero me querías para una cosa, luego para otra completamente diferente... ¿Cómo demonios voy a saber lo que quieres? ¿Lo sabes tú acaso?


Ella también se puso en pie.


—¿Y cómo se supone que sé quién eres tú en realidad, cuando no has sido sincero conmigo?


La tensión podía sentirse en el ambiente. Paula tomó aire profundamente e intentó tranquilizarse, porque lo que realmente deseaba era abofetearlo por no ser quien ella creía que era. Y por ser exactamente lo que al principio creía que quería.


Le dolía la cabeza.


—¿Quieres saber quién soy? —dijo él al fin—. Pues voy a decírtelo.


Se acercó a ella y la sujetó de los hombros.


—Soy Pedro Alfonso, el empollón adolescente al que salvaste de una muerte segura en la cafetería del colegio hace más de nueve años; el chico que se enamoró completamente de ti en aquel preciso momento y en aquel preciso lugar; el que se volvió loco contigo una noche cuando contemplabas una hoguera en la playa.


Paula se quedó inmóvil, le resultaba muy difícil admitir sus palabras. ¿Estaba escuchando lo que creía que estaba escuchando? ¿Lo conocía de antes, había sido compañero suyo en el instituto?


—¿Estás diciendo que fuimos juntos al colegio? —preguntó, atónita.


—Durante un año. Yo iba a graduarme y tú estabas en el curso anterior a mí. Ni siquiera sabías que yo existía, era alguien demasiado aburrido, demasiado anodino, demasiado normal —dijo él y la sujetó con más fuerza—. Pero tú sí que existías para mí.


Paula estaba tan abrumada, que no podía hablar. 


No sabía qué decir. No lo había reconocido. Ni siquiera en ese momento lo reconocía.


—No te preocupes, sé que no me recuerdas. Y no hay razón para que lo hicieras. Casi nunca coincidimos, nunca nos conocimos oficialmente —dijo él con una risa forzada—. Y he cambiado mucho más de lo que has cambiado tú.


Como si se diera cuenta de que estaba agarrándola demasiado fuerte, Pedro la soltó y dio un paso atrás. Negó con la cabeza, murmuró algo para sí y se dio media vuelta para marcharse.


—Espera, Alfonso... No lo entiendo.


Él se detuvo, pero no se giró hacia ella.


—¿Quieres saber la auténtica razón, la razón principal por la que no te dije quién era en realidad?


—Sí.


Él se irguió y se cuadró de hombros, pero siguió sin volverse. Paula contuvo el aliento mientras esperaba la respuesta, alguna explicación que diera sentido a todo aquello.


Él habló en voz baja y ronca que ella casi no reconoció.


—No quería ver tu expresión de aburrimiento cuando te dieras cuenta de que yo no era el tipo de hombre que podía interesarte —dijo él y se detuvo unos instantes—. No quería volver a ser invisible para ti.


Paula sintió que se le aceleraba el pulso. ¿Ese hombre creía que podía ser invisible para ella?


—Alfonso...


—Es Pedro —le espetó él—. Rodrigo y Banks son los únicos que me llaman Alfonso.


Caminó hasta la puerta y agarró el pomo. Y entonces la miró. Su expresión era sombría, tenía los ojos entrecerrados.


—Siento haberte mentido, Paula. De veras que lo siento.


Abrió la puerta y, estaba a punto de salir, cuando dijo algo que dejó a Paula clavada en el suelo.


—¿Sabes? Eras tú. La chica del fuego en la mirada eras tú. Siempre has sido tú.


Y se marchó.




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