viernes, 5 de julio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 50




Él no era un músico sin hogar. No era un artista muerto de hambre. No conducía una Harley ni vestía vaqueros rotos y camisetas de grupos de rock. No llevaba una vida despreocupada y no iba por el mundo sin atarse a nada y sin rendir cuentas a nadie.


Si acabara de conocerlo, Alfonso sería el hombre soñado de la nueva Paula Chaves, la versión madura y responsable. Pero no acababa de conocerlo. Y ella todavía era la Paula de siempre.


—¡Eres un maldito mentiroso!


Alfonso se la quedó mirando, pero no trató de defenderse.


—¿Estás diciéndome que tienes un coche aparcado a una manzanas de aquí? ¿Y que tienes una casa de lujo en Tremont?


—Sí.


—¿Y además eres ingeniero informático?


Él guardó las manos en los bolsillos, pero Paula pudo ver que estaba apretando los puños.


—Sí —afirmó él de nuevo.


Ella sacudió la cabeza, seguía sin poder creérselo. Se sentó en el sofá y se sujetó las piernas contra el pecho. Luego miró a Alfonso intentando comprender todo aquello.


Él había fingido ser un músico muerto de hambre mientras vivía allí y trabajaba como un perro durante semanas. Mientras tanto, tenía una casa en uno de las mejores barrios de la zona.


—¿Has estado jugando conmigo?


—No ha sido un juego. Tú necesitabas ayuda y yo quería ayudarte.


—Eso es ridículo. Me hiciste creer que no tenías empleo y buscabas uno.


—No me importa hacer trabajo físico, Paula.


Él sacó las manos de los bolsillos y se sentó en una silla frente a ella. Apoyó los codos sobre las rodillas y se inclinó hacia delante.


—Tú necesitabas ayuda. Y yo sabía que no aceptarías la mía si no creías que realmente necesitaba el trabajo, ¿me equivoco?


Ella elevó la barbilla y no contestó.


—Aquella noche de domingo... la noche en que bailamos sobre la barra...


—No se te ocurra recordarla —le espetó ella.


Él la ignoró.


—Esa noche, Banks se inventó esa condenada historia de que yo necesitaba un lugar donde alojarme y que no tenía nada en la vida.


—Sí, lo hizo. Supongo que le resultó muy divertido.


—A su manera, aunque fuera retorcida, estaba intentando ayudarme. Intentaba que yo tuviera una oportunidad contigo. Supongo que los dos nos imaginamos que, una vez que los conciertos del grupo terminaran, yo no tendría ninguna excusa para verte.


Ella sí hubiera tenido razones para seguir viéndolo, pero no dijo nada.


—Pero después de que él se inventara todas esas mentiras, tú las mantuviste.


—Iba a decirte la verdad cuando comenzaste a decir que realmente necesitabas ayuda. Pensé que, si conocías la verdad, me agradecerías educadamente la oferta, me echarías de tu lado e intentarías hacerlo todo tú sola.


Sí, seguramente eso habría hecho, pensó Paula. 


Se restregó los ojos con gesto cansado.


—Quizás tengas razón.


—Yo no quería mentirte. Pero tampoco quería marcharme. Y supe que, si tú creías que necesitaba de ti tanto como tú de mí, tendría una oportunidad para ver si podía suceder algo entre nosotros.



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