miércoles, 5 de junio de 2019

MELTING DE ICE: CAPITULO 21




A la mañana siguiente, Paula acompañó a Pedro a visitar al alcalde. Al final, consiguieron que Benson se comprometiera a respaldar públicamente a Pedro en la construcción del estadio.


—Anda, dile a tu chófer que le das el día libre y vamos a ver a tus padres —propuso Paula al salir de la reunión.


Pedro la miró alucinado.


—Viven a una hora y media de aquí.


—Conduzco yo —insistió Paula—. Hace ya tiempo que me apetece probar tu BMW.


Pedro le dijo a su chófer que podía irse a casa y dejó que Paula lo llevara a aquélla en la que había pasado la niñez.


Su madre los recibió encantada. Su padre parecía más nervioso. Pedro se paseaba por el salón mirando fotografías y contestando a las preguntas de su madre con monosílabos.


—¿De cuándo es esta foto? —le preguntó.


—De hace un año —contestó su madre—. Es su hermana —le explicó a Paula.


—Ha engordado, ¿no? —comentó Pedro.


—Es que en esa fotografía estaba embarazada de Cinthia.


—¿Cuánto hace que no ves a tu hermana? —intervino Paula.


—Un par de años, más o menos —contestó Pedro encogiéndose de hombros.


—Hace cuatro años que no la ves, cariño. Desde que se fueron a vivir a la ciudad —apuntó su madre girándose hacia Paula—. Está casada con un policía.


Aquello sorprendió a Paula sobremanera. ¿La hermana de Pedro vivía en la misma ciudad en la que él trabajaba y hacía cuatro años que no se veían? ¿Pero qué le había sucedido a aquella familia?


—Me gustaría ver tu habitación —comentó Paula para rebajar la tensión.


Aquello hizo que la señora Alfonso se pusiera en pie, que el señor Alfonso tosiera y que Pedro Alfonso la mirara alucinado.


Pedro se fue a vivir a la casa de invitados cuando tenía trece años, diciéndonos que ya era mayor y que necesitaba independencia —sonrió su madre saliendo al jardín.


Al llegar junto a una cabaña de madera que había bajo un árbol, abrió la puerta y entró. Los demás la siguieron. Paula arrugó la nariz. El olor que había en el interior de la cabaña no era desagradable, pero no lo podía identificar.


Sin embargo, se olvidó al instante, en cuanto vio todas las cosas de Pedro que había allí dentro.


Había fotografías enmarcadas por las paredes, todas de Pedro jugando al rugby.


Paula se giró hacia Pedro y vio que tenía un brillo especial en los ojos. Había un balón de rugby sobre la cama y Pedro se acercó y lo tomó entre las manos.


—Vaya, ya sabía yo que te escapabas a fumar a algún sitio —comentó la madre de Pedro viendo una pipa en un cenicero.


El padre de Pedro desvió la mirada.


—¿Serías capaz todavía de hacer un buen pase, papá? —le dijo a su padre haciendo el amago de pasarle el balón.


La señora Alfonso se quedó mirando a su hijo con la boca abierta. Su marido miró a Pedro, asintió y salió de la cabaña con su hijo siguiéndolo de cerca.


A la madre de Pedro se le humedecieron los ojos.


—Se pasaban horas los dos juntos lanzando ese balón —murmuró recordando—. Había noches en las que me desgañifaba llamándolos para cenar y no me hacían ni caso. En alguna ocasión, he llegado a tirarles la cena a la basura.


Paula y Pedro se fueron pronto. En el trayecto de vuelta, Pedro habló poco y Paula estaba preocupada.


—Supongo que debería irme planteando que tengo que volver a mi casa —comentó algo nerviosa.


—Ya fuiste ayer —contestó Pedro.


No era eso a lo que ella se refería y ambos lo sabían perfectamente.


—Ya hablaremos de esto después de las elecciones —dijo Pedro al cabo de un rato en silencio.


Paula se dijo que tenía unos cuantos días más para conseguir convertirse en algo vital para Pedro, en algo tan importante como él era para ella.




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