miércoles, 5 de junio de 2019

MELTING DE ICE: CAPITULO 22




Pedro estaba mirando el mar desde el acantilado cuando Paula, que se había ido a cambiar de ropa, llegó a su lado y lo abrazó por la cintura.


—Me lo he pasado fenomenal —dijo sinceramente—. ¿Qué os pasado a ti y a tu familia?


—Es… complicado —contestó Pedro con el ceño fruncido.


—¿Fue a causa del accidente?


Pedro se apartó de ella y se apoyó en la barandilla. No era que no quisiera contárselo sino que se le hacía todo tan lejano y tan cercano a la vez… En cualquier caso, sabía que Paula lo comprendería, que no lo juzgaría. Pedro era consciente de que podía contar con su apoyo.


Claro que, ¿qué importancia tenía eso cuando había sido él y sólo él quien había decidido distanciarse de su familia, a la que tanto amaba, a pesar de que les iba a hacer mucho daño, porque no se soportaba a sí mismo?


Había perdido el control del coche. Raquel había muerto. Por mucho dinero que hubiera ganado desde entonces, se sentía todavía destrozado.


—El accidente fue muy duro para ellos. Intentaron ayudarme todo lo que pudieron, pero yo no me dejé. Cuanto más lo intentaban ellos, más me resistía yo.


Paula lo miró con serenidad, indicándole que continuara.


—Aquella noche habíamos salido a cenar —recordó Pedro—. Estaba lloviendo a todo llover. Por lo visto, alguien del restaurante había llamado a los fotógrafos. Raquel salió primero y se los encontró —añadió maldiciendo—. No nos dejaban en paz y yo decidí intervenir. No era la primera vez que les decía que nos dejaran en paz —continuó con amargura—. Nos subimos al coche, pisé el acelerador a fondo y nos chocamos contra un muro de hormigón. Estuvimos en el coche tan sólo unos segundos. Fue un trayecto al infierno muy corto.


Al mirar a Paula, vio que estaba llorando, lo que lo puso a la defensiva de repente.


—¿Quieres una copa?


Paula negó con la cabeza y Pedro entró en la casa, se sirvió un bourbon y le dio un buen trago antes de volver. Mientras salía, se quedó mirando a Paula, desafiándola con la mirada a que le dijera aquello que tantos otros le habían dicho antes.


«No es culpa tuya», «fue un accidente», «le podía haber pasado a cualquiera», «tienes que superarlo»…


—Continúa —murmuró Paula.


¿Cómo? ¿No lo iba a intentar calmar? Pedro se bebió el resto del bourbon.


—A mí me tuvieron que operar unas cuantas veces, pero me acabé recuperando. Luego, vino el juicio y ocupé las portadas de los periódicos de nuevo. Me declararon inocente y los medios de comunicación se abalanzaron sobre mí. Cuando pasó el juicio, decidieron que querían seguir con la carnaza y emitieron el último capítulo de la serie que Raquel había grabado. Mis padres empezaron a recibir cartas de muy mal gusto. Yo no podía soportar verlos así, y decidí distanciarme.


—La familia está para eso, Pedro, para apoyarse los unos a los otros —le dijo Paula con amabilidad—. ¿Y tú hermana?


—Erica y Raquel eran muy amigas.


Después del accidente, su hermana le había contado que Raquel la había llamado saliendo del restaurante y le había dicho llorando que la había dejado. A pesar de sus lesiones, su hermana había volcado toda su rabia sobre él. 


Más tarde, le había pedido perdón, pero la relación entre ellos nunca se había recuperado.


—¿Los padres de Raquel fueron a verte al hospital?


—No, gracias a Dios, no vinieron —contestó Pedro.


—¿Fuiste a su entierro?


—No, no fui —contestó Pedro empezando a hartarse—. Estaba en cuidados intensivos. ¿Qué más quieres saber?


—Quiero saberlo todo.


—No creo que lo digas en serio —contestó Pedro riéndose con amargura.


—Quiero saber lo que sentías por ella entonces y lo que sientes por ella ahora —le exigió.


—La conocí cuando tenía diecinueve años. ¿Qué suelen sentir los chicos y las chicas de esa edad?


—¿Me estás diciendo que no era nada serio?


Pedro no contestó.


—La prensa dijo que estabas destrozado. Según la familia y los amigos, estabais muy enamorados.


—¿Y tú te crees todo lo que dice la prensa?


A continuación, se quedaron mirando a los ojos.


Pedro, a mí no me importa vivir con el fantasma de una mujer a la que amaste. No quiero usurpar su lugar.


¿Qué estaba diciendo? ¿Que lo amaba? Pedro tragó saliva. Al instante, se dijo que él no era merecedor de aquellos sentimientos y decidió apartarlos de su mente.


—Me da la sensación de que no me lo estás contando todo.


—Malditos periodistas —gruñó Pedro.


—Yo no…


—¡Está bien! —exclamó Pedro iracundo—. No, no estaba enamorado de ella. La estaba utilizando. Ella no quería salir aquella noche. No le gustaba salir porque a menudo nuestras salidas se convertían en un circo con la prensa o con el público —le explicó Pedro sentándose en una silla—. Raquel era una chica encantadora, pero demasiado famosa. Siempre se había llevado bien con la prensa… hasta que aparecí yo. Yo era el que se llevaba toda la atención. Yo quería que se fijaran en mí. A mí no me apetecía quedarme en casa comiendo pizza como quería hacer ella —confesó mirando hacia abajo—. El entrenador me leyó el pensamiento y me dijo que, si no empezaba a rendir en lugar de andar por ahí empujando a periodistas y fotógrafos y apareciendo en las portadas de los tabloides, estaba fuera del equipo. Decidí sacrificar a Raquel. Así que aquella noche decidí que, a partir del día siguiente, iba a vivir única y exclusivamente para el rugby, pero que aquella noche iba a montar una buena.


Pedro recordó cómo todo el mundo los miraba en el restaurante. Era perfecto.


—Por una parte, estaba rezando para que Raquel se pusiera a insultarme —confesó mirando a Paula, necesitado de ver el disgusto que le estaría produciendo—. Estaba representando un papel. Era una superestrella en un país cuyo inconsciente colectivo dependía de si ganábamos o perdíamos un partido.


Paula se mordió el labio inferior, pero no apartó la mirada.


—Pero Raquel no se enfadó, no montó ninguna escena ni gritó. Se limitó a llorar. No me lo esperaba. La tenía sentada frente a mí y las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Todo el mundo nos miraba. El restaurante entero estaba en silencio —recordó Pedro—. De repente, se puso en pie y salió corriendo. Yo me apresuré a pagar y la seguí. Para cuando llegué a su lado, estaba rodeada de fotógrafos. Intentaba quitárselos de encima, incluso los insultaba. Creo que para entonces se había dado cuenta de mis intenciones y ella también estaba haciendo su papel —añadió Pedro sacudiendo la cabeza y poniéndose en pie—. Fue de locos.


Paula tomó aire y lo siguió.


—Fue un accidente, Pedro —le dijo mirándolo a los ojos.


Pedro tomó aire.


—Lo que no puedo soportar es que se muriera después de haberla rechazado. No puedo soportar que tanta gente fuera testigo de aquello; sobre todo, no puedo soportar el haber sobrevivido y que ella haya muerto.


Paula le apretó la mano, obligándolo a mirarla.


—No eres un monstruo.


¿De verdad que no? Lo único que Pedro sabía era que su castigo era no poder aceptar el tipo de felicidad que Paula Chaves le ofrecía. Tenía que encontrar la manera de apartarla de su lado mientras todavía podía.


Por su bien.


—Las personas como tú no deberían acercarse a la gente como yo —le dijo—. Yo sé que puedo sobrevivir. Sin embargo, la gente buena no puede sobrevivir y acaba hiriéndose… o algo mucho peor.



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