domingo, 16 de junio de 2019

AMULETO: CAPITULO 29




Después de nuestra franca conversación durante el desayuno, el día se pone en marcha sin problemas. Nos dirigimos al hermoso Lago Guinness, donde deambulamos durante horas, casi dando vueltas alrededor de la cosa entera.


—Se ganó su sobrenombre porque limita con la propiedad de la familia Guinness —explica Pedro. El agua es de un color marrón intenso, igual que las pintas que bebimos en Johnnie Fox's la noche anterior—. La familia importó verdaderamente la arena blanca que ves en la costa para que parezca una cabeza espumosa en una pinta.


Tomo fotos del icónico lugar, pero cada vez que creo que puede haber un quiebre en las nubes, Pedro sacude la cabeza y me dice que siga.


Es decepcionante, y tengo mi cámara colgada al hombro todo el día, lista para apuntar y hacer clic, pero las únicas que tomo son instantáneas de Pedro y de mí.


Le hago tomar cien selfies conmigo, y él se lo toma bien, siempre y cuando lo escuche divagar sobre el lugar en el que estamos.


El lago Guinness ha estado aquí por siempre, o eso parece, y mientras lo rodeo con Pedro, parece que yo podría pasar una eternidad aquí también.


A primera hora de la tarde, llegamos a Glendalough y estoy lista para ver algunos malditos arcoíris.


—Aquí tienes muchacha: shamrocks —dice Pedro señalando un parche de follaje.


—No es un arcoíris —digo con tristeza.


—Bueno, tal vez no, pero veamos si hay tréboles de cuatro hojas. —Nos ponemos de rodillas en busca de uno, y por supuesto, en cuestión de minutos Pedro arranca uno de la tierra y me lo entrega.


—Aquí tienes, mi Paula. Es buena suerte. Tal vez nos ayude a encontrar nuestro arcoíris.


Sonrió y lo meto entre los hilos de mi suéter.


—Vale, Pedro, ahora es el momento de traer tú juego A. Cuéntame acerca de este Glendalough en el que estamos ahora.


—Durante miles de años la gente se ha sentido atraída por el Valle de los Dos Lagos. Además de ser tan condenadamente bello, estar aquí es inspirador. No puedes irte sin que tu corazón se sienta un poco más lleno de lo que estaba cuando llegaste.


Sabía exactamente lo que quería decir, porque cuando caminamos a pie por la ciudad monástica y luego subimos a la camioneta para mirar los monumentos y los lagos, sentí que podía respirar mejor.


Nunca respiraba de esta manera en Nueva York. 


Desde que me gradué de la universidad y me mudé allí, mi vida ha sido una rutina sin fin. 


Estaba aterrorizada de dejar de moverme, así que, en cambio, iba más y más rápido, la velocidad se acelera más allá de cualquier cosa de la que sea capaz.


Cuando no estaba trabajando, me pasaba horas en el cuarto oscuro del estudio que alquilaba, tratando de encontrar un concepto nuevo y brillante. Me pasaba horas tratando de tomar fotografías que fueran realmente espectaculares.


Mi temor era que, si no creaba un gran éxito, simplemente iba a deslucirme y desaparecer en las masas que están en la ciudad. Julian nunca ayudó al estrés, simplemente lo amplificaba. Nos conocimos en una galería, ambos compitiendo desde que nos conocimos.


Nunca quiero volver a una relación así. Una en la que estoy constantemente intentando seguir a mi compañero. Una en la que estoy constantemente como caminando sobre el agua solo para sobrevivir.


Pero aquí en las montañas, la idea de desaparecer no parece tan terrible. De hecho, suena atractiva.


Si tuviese que vivir en Irlanda, específicamente en las montañas Wicklow, podía imaginar estar satisfecha porque no hay nadie con quien competir. La única persona con la que realmente debería estar contenta es conmigo misma.


Y por primera vez en mi vida, siento que tal vez es suficiente ser quien soy.


—Estás otra vez de regreso en tu cabeza —dice Pedro, viniendo detrás de mí y envolviendo sus brazos alrededor de mi cintura.


—Lo sé, es solo que esto es más de lo que esperaba. He estado en Irlanda tres semanas, pero nunca me sentí tan en paz como ahora.


—Quizás estuviste en la parte equivocada de Irlanda, pero no creo que eso sea posible. Creo que el problema que tienes es que no estabas con el guía correcto.


Pedro me acerca a él, y con la hierba verde y las montañas cubiertas de nieve que nos rodean, y el trébol de cuatro hojas en mi pecho, me besa.


Él me besa de una manera que me hace pensar que tal vez, por loco que parezca, realmente podemos tener algo. Algo real. Algo para siempre.


Y a pesar de que pasé toda mi vida corriendo y, por lo tanto, creando mi propia mala suerte, ya no quiero correr más. Es como, que en el momento en que caminé hacia lo desconocido, lo aterrador... hacia Pedro... encontré algo que me cambió la vida.


Lo encontré a él.


—Tus sonrisas se extienden por kilómetros —me dice, luego me besa de nuevo. Y cuando él me besa, lo respiro, el aire de montaña del que está hecho, las orillas rocosas del río, la estufa de leña y el whisky envejecido en barril. Pedro huele como el lugar al que quiero llamar hogar.


—Me has convertido en una romántica y una cursi —digo girándome para contemplar la vista, Pedro me rodea los hombros con los brazos y me aprieta contra él—. Nunca he sido así antes. Siempre he estado muy disgustada para mi propio bien.


—Parece que los tiempos están cambiando, Paula. Este romance no va a desaparecer pronto.


—¿Es esa tu manera de decirme que estás esperando otro jugueteo nocturno en el bosque?


—Por supuesto. Solo que esta vez no me vas a montar a horcajadas —me susurra al oído.


—¿No?


—No, esta vez voy a tomarte por detrás, muchacha.


—¿Algo como la posición en la que estamos ahora? —pregunto presionándome contra su ingle, pero sabiendo que hay turistas deambulando por ahí y que presionarle demasiado duro aquí no es más que cruel.


Él ríe con su cálido aliento en mi oído, enviando un escalofrío por mi espina dorsal.


—Esta posición es perfecta.


—En ese caso, tenemos que terminar los negocios.


—¿Estás lista para irte entonces? —pregunta, girándome para enfrentarlo.


—Por supuesto, tan pronto como me muestres ese maldito arcoíris. —Le golpeo el culo, y él me coge la mano.



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