domingo, 16 de junio de 2019

AMULETO: CAPITULO 31




Pasamos un día recorriendo los jardines de Glencree, cenando en el bar Johnnie Fox. Luego pasamos una mañana caminando por el Lago Guinness y la tarde recorriendo Glendalough.


Ayer, fuimos a Avoca Mills y vimos donde se hacen muchos de los jerseys y sombreros tradicionales irlandeses. Almorzamos en el pub de Sheryl y luego nos fuimos temprano a casa. 


Ambos estábamos agotados y cansados.


No encontramos el arcoíris.


Lo que es una completa mentira, yo vi tres. 


Antes del mediodía.


Por supuesto, no se lo conté a Paula porque estoy aterrorizado de que me deje una vez que tenga lo que busca.


Cuando llegamos al granero la noche anterior, Paula estaba agotada y se durmió. ¿Yo, sin embargo? Paseé por la casa tratando de descubrir qué hacer, temeroso de perderlo todo. 


Justo cuando estoy tan cerca de tenerlo todo.


No se trata solo de la tierra o la mujer, de ganar una maldita apuesta o de que mis dedos se moviesen por su piel.


Ahora se había convertido en mucho más que eso. Quería decirle cómo me siento. Quería decirle lo que ella significa para mí.


Quería decirle palabras de las que nunca me retractaré.


Cuando despertamos, sé que hoy es el día. Por fin es el día de San Patricio. El día en que el trato finalmente termina, y puedo aclarar todo.


Miro a Paula, ella se mueve y sonríe mientras duerme. Ha sido surrealista ver su cambio durante la semana. Ha pasado de una chica con una guardia tan alta que estaba mordiendo a todos, a una mujer que me ha permitido trabajar todo el camino hasta su corazón.


¿Cómo conseguí ser tan afortunado como para despertar con esta mujer en mis brazos?


—Dormilón —susurra Paula, sus dedos moviéndose desde mi mejilla hacia abajo, más allá de mi pecho hacia mi pene.


—¿Quieres hablar de dormilones? Caíste sobre tu rostro a las siete en punto anoche.


—Lo sé, me has agotado la pasada semana —gime ella, aunque sé que está de buen humor por la forma en que rodea sus piernas con las mías—. Recorriendo el bosque, caminando por todas partes, te juro que nunca he trabajado tanto. Y luego, además de eso, todas las noches regresamos aquí y nos revolcamos en esta cama hasta el amanecer.


—No todos los días —la corrijo—. Recuerda que anoche te quedaste dormida. Tuve que sentarme aquí con mi soledad.


Se apoya sobre sus codos en mi pecho. Su cuerpo está enredado contra el mío, nuestros cuerpos desnudos.


—¿Y qué hiciste anoche, Pedro, estando tan solo? —pregunta. Sus ojos soñolientos por la mañana comienzan a despertarse.


Alcanzo sus codos y tiro de ella acercándola a mí, forzándola a caer sobre mi pecho. Su cuerpo cubre el mío.


—Lloré hasta dormir. Fue la vista más triste que jamás había observado. Tenía una mujer muy hermosa aquí y, sin embargo, estaba desmayada. Un golpe para mi ego, eso es lo que fue.


Paula se ríe, su cabello cayendo sobre sus hombros, los mechones de pelo haciéndome cosquillas en el rostro. Lo aparto y acerco su boca a la mía. La beso con fuerza, por completo.


—¿Tienes alguna idea de lo mucho que te deseo en este momento? —le pregunto.


—Puedo hacerme una idea. —Baja la mano, agarrándome el pene y acercándolo más a su coño. Su coño ya húmedo, listo y dispuesto.


—Te quiero para siempre, Paula.


—¿Cuánto tiempo durará para siempre? —pregunta ella.


—Siempre es para siempre.


—Esas son grandes palabras, viniendo de ti. Eres un hombre que siempre temió comprometerse. —Paula me da un golpe desde su interior, mordiéndose el labio mientras lo hace, pero está mirándome a los ojos. Me pregunto si esta conversación es más de lo que ella está lista.


—Las cosas cambian, muchacha. Me has cambiado.


Se sienta, a horcajadas sobre mí mientras se acomoda, girando sus caderas ligeramente, girándolas en un círculo para que cada parte de ella se llene de mí.


—Todavía soy estadounidense, no puedo quedarme aquí para siempre, este no es mi hogar.


—muchacha, ¿quieres volver a América?


—Quiero encontrar un arcoíris.


—Te fallé en eso, ¿no? —Muevo mis manos sobre su espalda, bajando por su espina dorsal, sosteniendo su culo, forzándola a dejar de moverse por encima de mí.


Ella niega con la cabeza, presionando su dedo índice en mis labios.


—Shush, Pedro. ¿Por qué siempre tienes que hacer las cosas tan en serio? Me levanto y lo primero que sale de tu boca son preguntas pesadas. Podrías hacer otras cosas con tu boca, lo sabes. —Se ríe, y sé que me está tomando el pelo.


Lo compenso agarrando sus tetas, ambas con mis manos, exprimiéndolas hasta que ella gime.


Hociqueando contra su cuello le susurro.


—No sé cómo hacer todo esto, Paula, lo estoy intentando.


—No sé cómo hacerlo tampoco, Pedro. Para mí, todo es territorio nuevo.


—¿Hay algo que quieras que diga, algo que haga que te quedes?


Paula sonríe suavemente, pero su boca no se separa, y ella niega con la cabeza, rodando sus caderas contra mí otra vez, acercándome más.


Me acerco a ella, la rodeo con mis brazos, nuestros pechos se presionan el uno contra el otro.


Le giro y ahora estoy encima de ella, empujando dentro de su cuerpo perfecto, queriendo marcarla con todo lo que soy. Llenándola con todo lo que yo pueda llegar a ser.


La follo dulcemente, ella me folla suavemente, mis manos agarrando la cabecera mientras me muevo dentro de ella, más y más.


Sus ojos se cierran y nuestra conversación se pierde cuando llegamos, juntos, completamente.


Después, nos vamos a la ducha y lavamos el cuerpo del otro. Paso mis manos por su cabello mojado y la miro, la mujer más hermosa que he visto en mi vida.


Ella se dejó caer en mi regazo de la manera más inesperada. No quiero lastimarla jamás, ni quiero hacerla llorar.


Necesito decirle cuánto me importa.


Y también, la verdad de por qué la traje a mi granero esa primera noche, tan difícil como pueda ser.


Por supuesto, tengo miedo de que me deje para siempre.


Pero espero que la verdad la incite a quedarse.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario