miércoles, 12 de junio de 2019

AMULETO: CAPITULO 18




Paula se queda allí pareciendo más comestible que las galletas en mi bolsa. Probablemente sabe mucho mejor también, considerando para el caso que Hildegard las hizo. Ella no es conocida por su cocina o su pastelería. O su generosidad.


La única cosa por la que es conocida es por el hecho de que es la única persona de camino a Dublín que sirve algo para comer. Y para un hombre como yo, que vive y trabaja solo, casi todos los días, Hildegard es la única razón por la que puedo comer en absoluto.


Pero ahora, después de probar a Paula anoche, tengo la sensación de que ella me satisfaría malditamente bien cada día.


De pie aquí delante de mí ahora, su cuerpo desnudo, sus ojos vagando sobre mí con tanta lujuria como la que tengo yo, agradezco a mis estrellas de la suerte por enésima vez hoy que mi hermano y Simon la eligieran a ella entre la multitud.


La idea de conquistarla durante más de una semana no parece un gran desafío porque, en este momento, tampoco me importaría ganarla por mucho más tiempo.


Y eso es algo para decir de un hombre como yo que se ha alejado del compromiso y la obligación durante todo el tiempo que he vivido en esta tierra verde.


—Entonces, ¿vas a entregar la bolsa? —pregunta Paula, frunciendo los labios de una manera que seduce y se burla.


—Estoy indeciso, dulzura, no creo que eso sea lo que quiero probar ahora.


Dejo caer la bolsa en la cama y envuelvo mis brazos alrededor de su cálido cuerpo. Mis manos recorren su culo desnudo mientras la acerco a mí. Ella solo sacude la cabeza y se ríe.


—No estaba bromeando sobre lo de estar muerta de hambre, Pedro. Sí, fuiste increíble anoche, pero no puedo olvidarme de mi salud para acostarme contigo.


—¿Me estás diciendo, muñeca, que preferirías tener este pastel de mala calidad en lugar de una boca llena de mi polla?


Ella salta lejos de mí, agarrando la bolsa de la pastelería, abriéndola y sacando una de las galletas.


—Sí, eso es lo que estoy diciendo. Necesito esta galleta en mi boca antes de que pueda pensar siquiera en otra cosa. —La pasa a través de sus labios impacientemente. Con una boca llena del pastel redondo de Hildegard, pregunta—. Oh, ¿podrías hacerme un té?


—Guau, no esperaba que precisaras tanto mantenimiento, Muchacha.


—Me gusta eso más —dice, las migajas cayendo sobre sus pechos desnudos. Ella no hace un movimiento para sacudirlas, y una vez más me sorprende lo irreverente que es. Lo poco ortodoxa.


Y quiero decir eso de la mejor manera posible. 


Paula es desenfrenada, sin ataduras. Realmente me siento como si me hubiera encontrado con mi pareja.


—¿Qué es lo que te gusta más? —pregunto, sin entenderla.


—¿Muchacha? Los otros: ¿cariño, muñeca, dulzura? No sé… se sienten cansinos. Pero cuando dices, Muchacha, me hace sentir…


—¿Como una mujer irlandesa? —pregunto, acercándome a donde está sentada en el borde de la cama, y extendiendo sus rodillas para poder encajar entre ellas.


—Tal vez es eso lo que es. —Ella sacude la cabeza—. Pero cuando lo dices así, se siente barato. Los hombres irlandeses llaman muchacha a todas.


—No es cierto. No todos los hombres irlandeses saben cómo hablarle a una mujer. —Mi dedo índice levanta su barbilla, sus ojos encontrándose con los míos—. Además, es un término antiguo, no se utiliza todos los días.


—Pero a tí, Pedro, ¿te gustan las cosas más tradicionales? Porque realmente no tuve esa impresión cuando caminé alrededor del granero.


Yo levanto una ceja.


—¿Te gusta mi granero, Muchacha?


—No sé lo que pienso de tu granero. Pero sé lo que pienso de ti.


—¿Y qué es?


—Bueno, ahora que he tenido mi galleta, estoy dispuesta a poner otras cosas en mi boca —dice con una fingida seriedad y aprecio su franqueza.


Ella no está jugando, quiere más de mí, pero no va a disimular para conseguirlo. Ella sigue siendo su propia mujer.



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