domingo, 12 de mayo de 2019

TRAICIÓN: CAPITULO 29





Paula no sabía qué contestar, porque la verdad era compleja y extraña. Por primera vez en su vida, se sentía segura y mimada. Se daba cuenta de que Pedro jamás dejaría que nadie le hiciera daño. Que usaría su fuerza para protegerla a toda costa. Pero se recordó que no lo hacía por ella. Lo hacía porque llevaba dentro una carga preciosa y, como custodia del hijo de él, merecía sus cuidados y atenciones. Por eso era tan considerado, y si ella intentaba ver algo más en aquello, se embarcaría en un camino peligroso.


–Estoy algo cansada –admitió–. Ha sido un día largo y no esperaba que fuera tan… un evento tan grande.


Él frunció el ceño.


–¿Quieres saltarte la comida e irte a casa?


–¿Cómo voy a hacer eso. No quedaría muy bien que la novia no apareciera a su almuerzo de bodas.


–¿Crees que me importa? –él extendió el brazo y le rozó el rostro con las yemas de los dedos–. Tu bienestar está por delante de todo.


–No, de verdad, estoy bien –insistió Paula.


El contacto de los dedos de él causaba reacciones extrañas en su corazón y, cuando vio que Megan los fotografiaba con el teléfono, algo le hizo querer mantener el mito de su matrimonio. ¿Era orgullo? Forzó una sonrisa cuando vio el flash del teléfono.


–Vamos a reunirnos con los demás –dijo–. Tengo hambre.


Pero su renuencia a abandonar la recepción no era solo por hambre. Temía el regreso al apartamento de Pedro convertidos en marido y mujer, y no solo porque la intimidaba su interior, vasto y muy masculino. Se había hospedado en el famoso hotel Granchester mientras duraban los preparativos, porque Pedro había insistido en que solo compartirían casa como marido y mujer. Lo cual resultaba un poco raro, porque el vientre prominente de ella hacía burla de esas sensibilidades anticuadas. Pero al menos había tenido espacio propio y la posibilidad de acostumbrarse a su nueva vida sin que la distrajera la presencia de Pedro. Sabía que no podía seguir posponiendo vivir con él, pero ahora que se acercaba el momento, estaba aterrorizada. Aterrorizada de compartir un apartamento con él e insegura de cómo lidiaría con eso. A veces se sentía más como una niña que como una mujer adulta que pronto tendría un hijo. Y se preguntaba si eso era normal.


Pero apartó esas reservas de su mente y se sentó para el banquete griego que había proporcionado el hotel. Era un alivio poder comer después de los primeros meses de náuseas. Sentía renacer sus fuerzas mientras consumía las deliciosas ensaladas, aunque solo consiguió terminar la mitad de uno de los ricos pasteles baklava que sirvieron al final del almuerzo. A pesar de que la lista de invitados era relativamente pequeña, aquello parecía una boda de verdad y Pedro incluso le había preguntado si quería que fuera su madre. Paula se había sentido dividida por su sugerencia. En cierto modo, le resultaba simbólico que su madre presenciara su boda, pero una infección de pecho en el último momento había acabado con la idea. Y quizá fuera mejor así. Aunque hubiera podido darse cuenta de lo que ocurría, ¿le habría importado a su madre verla casada cuando ella había hecho burla del matrimonio?


Paula se había preguntado por qué Pedro no había sugerido un viaje al juzgado acompañados solo por dos testigos. ¿No habría sido lo más apropiado dadas las circunstancias?


–A lo mejor quiero hacer una declaración de intenciones –había explicado él.


–¿Declaración de intenciones?


–Así es. Gritarlo a los cuatro vientos. Empezar por fingirlo para provocar que ocurra.


–¿Te refieres a poner tu sello sobre mí? –había preguntado ella con acidez–. ¿Marcarme como propiedad de Alfonso, como hiciste la noche que te acostaste conmigo?


A él le habían brillado los ojos como la luz del sol en un mar griego oscuro.


–Sígueme la corriente, Paula, ¿quieres? Solo por esta vez.


Y ella lo había hecho. Incluso consiguió sonreír cuando él se había levantado para pronunciar un discurso, en el que incluyó una referencia a una escopeta que arrancó risas afectuosas, especialmente a Pablo.


–Es curioso –dijo este más tarde, moviendo la cabeza–. Pedro siempre juró que nunca se casaría y parecía que lo decía en serio. Jamás habría adivinado que había algo entre vosotros. 
El día de la galería de arte, se podía cortar el aire con un cuchillo.


Paula no tuvo valor para desilusionarlo. Se preguntó qué diría si supiera que Pedro se había acostado con ella solo para asegurarse de que su hermano no la quisiera para sí y que ella había sido demasiado estúpida y débil para resistirse. Pero la necesidad de control de él le había salido mal y ahora estaba atado a una mujer a la que no quería, aunque lo disimulaba muy bien. Cuando él alzó su copa para brindar por su esposa, Paula debería haber odiado su habilidad de interpretación, pero lo que pasó fue que sintió un vacío estúpido en el corazón cuando se sorprendió anhelando algo que nunca podría ser suyo. Él parecía un recién casado y actuaba como tal, pero el brillo frío en sus ojos azules contaba otra historia.


«Jamás te querrá», se dijo. «No lo olvides nunca».





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