domingo, 12 de mayo de 2019

TRAICIÓN: CAPITULO 30




Durante el recorrido hasta el apartamento, Paula se quitó las flores escarlatas de la cabeza y se sacudió trocitos de confeti del pelo. Pero no pudo sacudirse el desapego cuando Pedro y ella entraron en el impresionante vestíbulo de su bloque de apartamentos, donde mozos y porteros se mostraron atentos y algunos hombres trajeados la miraron con curiosidad. 


Ella se apretó el chal alrededor de los hombros en un intento vano por ocultar todo lo posible el vestido escarlata. ¿Por qué no se había cambiado antes y puesto algo más práctico?


Un ascensor privado los llevó hasta el ático, con sus vistas impresionantes de muchos de los edificios icónicos de Londres y su serie aparentemente interminable de habitaciones.


Las terrazas exteriores estaban llenas de una jungla de plantas, que hacían olvidar que uno se encontraba en el corazón de la ciudad. Paula solo había estado allí una vez, en una visita incómoda para supervisar la instalación de su ropa nueva en una habitación grande que ahora era su vestidor y donde el ama de llaves de Pedro había colgado cada prenda en hileras ordenadas por colores.


Abrazó su chal cuando entraron en un vestíbulo tan grande como su estudio, donde una estatua de mármol de un hombre parecía mirarla de manera amenazadora.


–¿Y qué hacemos ahora? –preguntó ella sin rodeos.


–¿Por qué no te cambias ese vestido? –sugirió él–. No has dejado de temblar desde que salimos de la recepción. Acompáñame y te recordaré dónde está nuestro dormitorio.


Ella lo miró.


–¿Quieres decir que compartiremos dormitorio?


–No seas ingenua, Paula –él sonrió–. Por supuesto que sí. Quiero tener sexo contigo. Creía que lo había dejado claro. Es lo que hacen los matrimonios.


–Pero los votos que hemos hecho no eran reales.


–¿No? Entonces podemos hacer que lo sean. ¿Recuerdas lo que he dicho antes de fingirlo para hacer que ocurra? –se echó a reír–. Y no me mires así. Pareces una de esas mujeres de una película antigua a la que han atado a las vías y acaba de darse cuenta de que se acerca el tren. No pretendo comportarme como un cavernícola, si es lo que te preocupa.


–Pero tú dijiste…


–Dije que quería tener sexo contigo. Y es cierto. Pero tiene que ser consentido. Tendrías que entregarte a mí plena y conscientemente. No hablo de un encuentro en mitad de la noche, donde chocan dos cuerpos y cuando quieren darse cuenta están practicando sexo sin intercambiar ni una palabra.


–¿Quieres decir como la noche en la que concebimos a nuestro hijo? –preguntó ella.


Él soltó una risa breve.


–Eso es exactamente lo que quiero decir. Pero esta vez quiero que los dos seamos plenamente conscientes de lo que sucede –hubo una pausa–. A menos que a ti te excite someterte en silencio.


–Ya te lo dije, prácticamente no tengo experiencia sexual –repuso ella.


De pronto le parecía importante que él dejara de considerarla una especie de estereotipo y empezara a tratarla como a una persona real. 


Se mordió el labio inferior.


–Nunca había tenido un orgasmo hasta que me acosté contigo.


Él la miró y ella pudo ver un brillo de algo incomprensible en sus ojos azules.


–Quizá por eso no me esfuerzo mucho por seducirte –comentó–. Quizá quiera que dejes de mirarme como si fuera el lobo feroz y te relajes un poco. Tu vestidor está ahí al lado. ¿Por qué no te quitas el vestido de novia y te pones algo más cómodo?


–¿Por ejemplo?


–Lo que te haga sentirte bien. Pero no te preocupes –añadió él con sequedad–. Seguro que podré evitar tocarte si eso es lo que quieres.


–Eso es lo que quiero –repuso ella.


Él se volvió y cerró la puerta tras de sí. Paula pensó que la naturaleza humana era algo curioso. Se había preparado para combatir los avances de él, pero saber que no los iba a haber la decepcionaba. Nunca sabía en qué punto estaba con él. Tenía la sensación de ir de puntillas a nivel emocional. ¿Era esa la intención de Pedro o era solo su modo de comportarse con las mujeres? Bajó la cremallera del vestido rojo e intentó asimilar que aquella habitación con sus vistas increíbles era suya.


Pero no. Suya no. Todo era de él. Hasta el vestido y los zapatos que acababa de quitarse.


Pero el niño de su vientre no. Aquel niño también era suyo.




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