viernes, 31 de mayo de 2019

MELTING DE ICE: CAPITULO 6



Pedro se paró en la mesa de su secretaria.


—Patricia, ¿tú lees el New City?


Su secretaria lo miró sorprendida.


—No, señor Alfonso.


Pedro entró en su despacho y, mientras se quitaba la chaqueta, Patricia le dio los mensajes del día y se llevó el abrigo.


—Creo que he visto uno en la sala de espera. 


Pedro la miró confuso.


—El periódico. ¿Se lo traigo?


—Sí, gracias.


Una persona que no lo hubiera conocido habría creído que su secretaria era imperturbable. Sin embargo, hacía ya muchos años que trabajaba para Pedro y él era capaz de saber cuándo estaba sorprendida porque arqueaba levemente las cejas.


No era de extrañar que se hubiera sorprendido porque él solamente leía la prensa de negocios y el New City era, más bien, un tabloide de entretenimiento y moda.


No podía dejar de pensar en Paula Summers. 


No había podido dejar de pensar en ella desde la última vez que se habían visto. Desde entonces, solamente la había vuelto a ver otra vez, una ocasión en la que Paula estaba metiendo leña en el cobertizo.


Por supuesto, no se había girado hacia su coche para saludarlo con la mano. Pedro tampoco había esperado que lo hiciera.


No era que Pedro estuviera buscando una justificación por haberse comportado de manera tan poco amable la otra noche, pero, si Paula supiera lo que le costaba llevar a una persona en coche a casa…


Patricia llamó a la puerta y entró, dejó el periódico en la esquina de su mesa y Pedro fingió que estaba concentrada en el trabajo.


Seguro que Patricia sabía cómo pedir perdón a una conocida. Seguro que a Patricia le daría un infarto si se lo preguntara.


Una vez a solas de nuevo, Pedro abrió el periódico y leyó. La primera noticia en la que se pararon sus ojos era del propio periódico.


¡Tenemos nueva columnista de cotilleos y se trata, nada más y nada menos, que de Paula Chaves!


¿Cómo había podido caer tan bajo? Paula le había dicho que el trabajo le parecía divertido. 


¿Hablar de los desaciertos y los malos momentos de los demás era divertido?


Pedro apartó el periódico y volvió a concentrarse en el trabajo.


Tras una dura jornada, una vez en el ferry, lo abrió por fin y procedió a leer el ejemplar de cabo a rabo, dejando la columna de Paula para el final.


Craso error.


Si la hubiera leído al principio, habría podido controlar el enfado y no se habría presentado en casa de Paula completamente enojado. De haberla leído al principio, habría tenido tiempo de preguntarse si de verdad estaba tan enfadado o era la excusa perfecta para volver a verla.


—¡Maldita sea! —murmuró aparcando el coche.


A continuación, bajó del vehículo y se acercó a la puerta de casa de Paula. Mientras avanzaba, le parecía que le salía humo de las orejas.


Ya era suficiente con tener a una persona famosa como vecina. Le había oído poner música alta varias veces y suponía que las fiestas estarían a la vuelta de la esquina. 


Entonces, habría coches por todas partes y, sin duda, fotógrafos escondidos entre los arbustos.


Pero no terminaba ahí la cosa, no…


¡Para colmo, aquella vecina famosa era columnista de cotilleos, lo más bajo de lo más bajo!


Pedro estaba furioso.


Paula abrió la puerta sorprendida ante los golpes que Pedro estaba dando. Él no esperó a que lo invitara y entró saludándola con el periódico. Paula cerró la puerta y lo siguió a la cocina.


Pedro golpeó la mesa con el periódico mientras ella apagaba la radio.


—Ha ido demasiado lejos.


Paula frunció el ceño y se acercó a la ventana para correr la cortina.


—¿Qué hace? —le preguntó Pedro.


—He oído un trueno y me estaba preguntando dónde está el relámpago —contestó Paula con sequedad.


A continuación, volvió a poner la cortina en su sitio, se giró hacia él y se apoyó en la mesa.


Pedro se quedó mirándola y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no sonreír.


Maldición.


—Cuando mis abogados se pongan en contacto con usted no creo que todo esto le haga tanta gracia —le advirtió.


—Ah, ¿lo dice por la columna? —contestó Paula—. Qué gracia. No sabía que leyera usted las columnas de cotilleos.


—¡No las leo jamás! —exclamó Pedro—. Esto… alguien me dijo que lo leyera.


Paula lo miró con cautela.


—¿Qué relación tiene usted con ese hombre?


—Para que lo sepa, mi empresa está financiando su campaña al ayuntamiento.


Paula dio un respingo y lo miró con el ceño fruncido.


—¿Económicamente?


—¡Por supuesto, económicamente! ¿Cómo iba a ser si no?


Pedro era consciente de que siempre que estaba con aquella mujer sus reacciones eran extremas. Siempre que estaba con ella había ira, sospecha y confusión mezcladas.


También deseo.


—¿Se llevan bien?


—¿Qué quiere decir con eso de que si nos llevamos bien? Le estoy dando dinero para su campaña política. Lo hago porque necesito que gane y necesito que gane para poder hacer mi trabajo.


A pesar de que Paula había apagado la radio, Pedro oía una ópera en la habitación de al lado y no podía pensar con claridad. Para colmo, Paula estaba a pocos metros de él, mirándolo con el mentón elevado en actitud desafiante.


De nuevo, mostrándose insufrible con ella, había conseguido ponerla a la defensiva.


—¿Me está diciendo que no son amigos? —insistió Paula.


—Apenas nos conocemos —contestó Pedro con impaciencia—. Aun así, no pienso tolerar que lo haga jirones de esta manera.


Paula se encogió de hombros.


—Mis abogados han leído el artículo varias veces. Le aseguro que no encontrará ni una sola palabra en él por la que pueda demandarnos.


Pedro se quedó mirándola intensamente.


—Me da la sensación de que se lo ha inventado todo.


—¿Ah, sí?


Pedro pensó que o Paula estaba hablando en voz más baja o la música estaba cada vez más alta. Lo estaba mirando con los ojos muy abiertos y con un brillo guasón en ellos. Estaba medio sonriendo y aquello lo enfurecía.


Sin embargo, se encontró pensando si aquellos labios seguirían sonriendo si los besara.


—¿Le importaría quitar esa maldita música? —ladró.


Aquello hizo que Paula dejara de sonreír, elevara los brazos al cielo y se dirigiera al salón. Pedro la siguió y estuvo a punto de tropezar con los cubos de pintura que había en el suelo.


—Este intento de desacreditar a Scanlon en público es una farsa —apuntó gritando.


Paula se paró frente a la cadena de música.


—No, es cotilleo. Ya sabe, es hacer que la gente se entere de lo contentas que están las personas que tuvieron que vérselas con él antes de que este hombre haya decidido dedicarse a otras cosas.


Al ver que Paula no bajaba la música, Pedro alargó el brazo para hacerlo él. La ópera dejo de sonar, pero el televisor que había en un rincón de la habitación seguía emitiendo.


—Su carrera periodística se ha ido al traste, pero no puede aceptarlo y necesita estar en el ojo del huracán. Todos sabemos que los periodistas se inventan cosas para llamar la atención —la acusó Pedro.


—¡De eso, nada! —exclamó Paula sin dar un paso atrás.


—Entonces, señora Summers, ¿cómo es que no hay ni un solo nombre? Y, sobre todo, ¿por qué es usted la única en hablar de esto? —le espetó Pedro señalándola con el dedo índice.


Paula no dudó en agarrárselo.


Pedro no se lo podía creer.


Al entrar en contacto con ella, dio un respingo. 


Sí, sin duda, Paula lo había agarrado del dedo y se lo había apartado. En aquellos momentos, lo único que había entre ellos era aire y enfado.


En un movimiento rápido, Pedro envolvió la pequeña mano de Paula dentro de la suya y entrelazó los dedos con los suyos.


Paula echó la cabeza atrás y tomó aire profundamente.


—Eso es, señor Alfonso, porque Scanlon cultiva amigos en esferas muy elevadas. Siempre lo ha hecho —contestó mirando con incredulidad sus manos.


Pedro dio un paso al frente.


—¿De verdad, señora Summers?


—El periódico New City no es parte de su red de influencias y, por lo tanto, no puede comprarlo —le explicó Paula con la respiración entrecortada—. Por cierto, mi apellido es Chaves y no Summers —añadió.


Tenían las muñecas la una contra la otra y Pedro sentía el pulso de Paula a toda velocidad.


—Perdón, señorita Chaves —dijo haciendo una inclinación de cabeza con aire burlón—. La publicación para la que trabaja actualmente es un periodicucho y es normal que el señor Mario Scanlon no tenga interés porque no creo ni que haya oído hablar de ella.


No había hablado en aquella ocasión con enfado pues estaba empezando a tranquilizarse al notar que Paula no se resistía a que la tuviera agarrada de la mano.


En lugar de protestar, estaba respondiendo de una manera completamente diferente. 


Cuando Pedro vio que Paula le miraba la boca y se apresuraba a desviar la mirada, sintió que el corazón le daba un vuelco.


—Seguro que ahora sabe perfectamente qué periódico es —murmuró.


Pedro estaba encantado de verla con la respiración entrecortada. A continuación, la agarró de la otra mano. Paula ahogó una exclamación de sorpresa y, en aquella ocasión, no pudo evitar quedarse mirándolo a los labios.


Pedro se acercó un poco más y se inclinó sobre ella.


—¿Pedro? —se sobresaltó Paula mirándolo con los ojos muy abiertos.


—Paula—contestó Pedro besándola.


Fue un beso suave, pero firme. Al instante, Pedro sintió cómo se evaporaban el enfado y la tensión y, con un suspiro, la atrapó entre sus brazos y la apretó contra su cuerpo.


Aquello era lo que había querido hacer desde que la había conocido.


Paula suspiró también e intentó zafarse de sus manos, pero Pedro no se lo permitió. Para evitar que se le escapara, le apretó los dedos y le colocó las manos a la espalda, haciendo que Paula echara el pecho hacia delante y no pudiera evitar el beso.


Al sentir que sus lenguas entraban en contacto, Pedro sintió una sensación parecida al éxtasis. Le pareció que Paula era el paraíso y se preguntó si ella estaría tan excitada como él.


Pedro estaba realmente necesitado de contacto y aceptación. No era un monje y hacía mucho tiempo que no estaba con una mujer. Las raras aventuras que había tenido habían sido única y exclusivamente para llevar a cabo el acto sexual.


Jamás se había visto en una situación en la que estuviera implicada la necesidad ciega que estaba sintiendo en aquellos momentos y que lo estaba consumiendo.


Aquella situación se le antojaba de lo más extraña. Para empezar, porque era solamente un beso y porque Paula Chaves y él ni siquiera se llevaban bien.


Pedro comenzó a besarla más profundamente y sintió que el deseo se apoderaba por completo de él. Sintió que Paula lo besaba también y arqueaba las caderas hacia él. Aquella mujer lo estaba conduciendo hacia la locura y él se estaba dejando.


Cuando sintió que Paula le metía la lengua en la boca, le pareció que la habitación comenzaba a dar vueltas y se dio cuenta de que había llegado al punto sin retorno. Aquella mujer lo estaba llevando a un lugar del que, tal vez, no fuera capaz de volver.


Se separaron lentamente y se quedaron mirando a los ojos. Pedro sentía que la boca le vibraba y que el cuerpo le dolía de deseo. Paula lo estaba mirando a los ojos como si fuera la primera vez que lo veía.


Pedro dio un paso atrás y le colocó las manos por delante, sin soltárselas. Paula tampoco lo soltó. Pedro tomó aire profundamente y volvió a percibir aquel olor a limón que acompañaba a Paula.


—Lo siento, esto no entraba dentro de mis planes —se disculpó.


A continuación, le apretó los dedos amablemente y le soltó las manos.


—Creo que ha quedado claro lo que he venido a decirte —añadió poco convencido.


Dicho aquello, se despidió con un movimiento de cabeza y se fue hacia su coche.




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