lunes, 27 de mayo de 2019

DUDAS: CAPITULO 36




El jefe de bomberos reiteró sus palabras y los tres hombres se estrecharon la mano, luego los coches regresaron al cuartel general de los bomberos. Arliss se marchó para preparar la edición vespertina del Bugle. Los dos ayudantes vagaron por el escenario hasta que Pedro les dijo que reanudaran sus patrullas.


—Mantened los ojos abiertos —advirtió—. Puede que éste no sea el fin.


Los dos hombres subieron a los coches patrulla y lo dejaron de pie entre las cenizas de lo que podría haber sido su hogar.


Ninguno le había preguntado por la octavilla con la foto, pero él había podido percibir la interrogación en sus ojos.


«¿Fue usted el responsable?»


¿Los agentes de Asuntos Internos no le habían hecho esa pregunta docenas de veces antes de quedar satisfechos? ¿Él mismo no se la había formulado todos los días desde aquella terrible noche?


Contempló el caos a través de ojos cansados. 


Su mente se negaba a funcionar. No era capaz de reconocer la pérdida o de tomar decisiones. 


Aparcó la camioneta, se dirigió a la caravana y se echó a dormir.



***


Paula dedicó la tarde a repasar sus cuentas, intentando encontrar dinero para pagar la camioneta y la caldera. No quería volver a ver jamás a Pedro Alfonso.


Al principio, se había enfadado por acusarla de desempeñar una parte en la trama, porque no confiara en ella. Se preguntaba quién era la mujer de la foto.


Raquel Andrews. ¿Habría sido Pedro responsable de su muerte? ¿No había percibido en más de una ocasión que él sabía lo que era enfrentarse a una pérdida?


Supo, sin lugar a ninguna duda, que esa mujer era la información que los Chaves habían encontrado para usar contra el sheriff. Lo habían insinuado, pero no les había hecho caso, pensando que Pedro sería capaz de cuidar de sí mismo.


Pero ya no estaba segura.


En cuanto se vistió y limpió la casa, se sintió abatida. La pasión de la ira habría sido un alivio ante el terrible vacío que amenazaba con engullirla. Antes de conocer a Pedro, su vida había sido plácida. A veces solitaria, pero había intentado que eso no la venciera.


Después de darse cuenta de que se había permitido enamorarse de él, experimentaba el vacío que dejaría la marcha de Pedro. Justo cuando había empezado a pensar que su futuro no iba a ser tan desolador. Los ojos oscuros de Pedro habían emitido un brillante rayo de esperanza que había sacado su corazón a la luz del sol.


Intentó serenarse mientras iba a recoger a Manuel. Su madre vivía a las afueras de la ciudad. No dispondría de tiempo para limpiarse la cara si se ponía a llorar. No quería tener que explicarle a su madre por qué tenía los ojos enrojecidos.


«¿De verdad puede creer que he estado ayudando a Tomy?», no pudo evitar preguntarse. La ciudad no lo había recibido bien, y ella misma ya había reconocido que conocía la situación de la casa de los Hannon. De un modo perverso, se sintió halagada. Al reconocer que estaba tan centrado en ella que no le prestaba atención a su trabajo, Pedro revelaba cuáles eran sus sentimientos.


Sonrió al pensar que no había guardado en secreto dichos sentimientos.


Cómo la había besado. Paula había desconocido que hubiera un sitio donde no existiera espacio para el pensamiento o el miedo. Cuando se encontraba en sus brazos, volaba, tan ligera y libre como un pájaro.


Cierto era que había pagado por esos sentimientos con una punzada de culpa, aunque algo que había dicho Emma tenía sentido. Jose no había sido un hombre egoísta. No habría querido que se quedara en casa y no volviera a vivir en el mundo. No habría querido que lo llorara cuando mirara a su hijo.


Lo que sentía por Pedro era más fuerte y arrebatador. Quizá fuera un poco mayor, y la pérdida de su marido a una edad tan temprana le había agudizado los sentidos.


No creía que amara a Pedro más de lo que había amado a Jose. Se trataba del amor de una mujer mayor, que había sufrido y continuado con su vida, sin adivinar jamás que algo tan intenso pudiera aparecer en su camino.


El tío Ulises y Manuel subían desde el arroyo cuando entró en el patio. Paula sabía que tendría que hacer a un lado sus preocupaciones para tratar con su madre y su hijo. No le quedaba otra alternativa que preguntarle a Pedro si hablaba en serio sobre sus acusaciones. Esperaba que no.


—Los peces no han picado —informó Manuel, alzando una cesta vacía.


—Vamos a comer los platos deliciosos que tu madre ha estado preparando para el almuerzo, si quieres quedarte, Paula —invitó el tío Ulises con sonrisa abierta.


—Me encantaría —dijo, abrazándolo—. ¿Está mamá en casa?


—¿Dónde, si no? —repuso él—. No puedo apartarla de ese maldito teléfono. Éste le hizo esto a aquél. Me impulsa a lamentar no haberme muerto a la vez que tu padre.


—Podrías irte a vivir solo —le dijo con el ceño fruncido al hermano de su madre.


—¿Y lavarme yo la ropa? —rió—. Vamos, Manuel. Guardemos las cañas. Lo intentaremos de nuevo la semana que viene.


—Creo que voy a entrar —indicó Paula, mirando la puerta blanca.


—Será mejor que lo hagas. Has sido el tema de conversación toda la mañana. Me he enterado de que anoche llevabas un vestido fantástico.


—Era un poco corto —reconoció con una sonrisa.


—Y un poco ceñido —añadió él—. Y me ha llegado a los oídos que los ojos del sheriff estuvieron a punto de salírsele de las órbitas cuando lo vio.


—A Pedro le gusta mucho mamá —intervino Manuel con una amplia sonrisa.


—No importa —los echó con un gesto—. Entraré a recibir mi medicina.


Su madre hablaba por teléfono en la impoluta cocina verde y blanca, pero en cuanto su hija entró por la puerta, colgó.


—Vaya, qué noche la de anoche —observó su madre.


—Buenos días, mamá —besó la mejilla sonrosada.


—¿Qué vestido te pusiste, cariño? Creo que jamás he visto un modelo como el que me han estado describiendo.


—Un vestido que compré hace años, pero era demasiado corto y ceñido —expuso Paula. No tenía sentido mentir al respecto. Su madre terminaría por averiguarlo.


—Es lo que pensaba —Bárbara Auden asintió. Llenó un cazo con agua y lo puso a hervir—, Y bien, ¿qué me dices del sheriff, Paula? Llevo toda la semana oyendo hablar de vosotros dos. Que pagó para que te arreglaran la caldera y que asististeis juntos al Baile de los Fundadores, celebración a la que no ibas desde la muerte de Jose. Y Manuel no ha parado de hablar de él.


—Creo que ya conoces todo, mamá —Paula meneó la cabeza—. Hasta incluso podrías informarme de una o dos cosas.


—Supongo que ya estás al corriente del incendio —su madre la miró con expresión astuta mientras empezaba a preparar el almuerzo.


—¿Incendio? —preguntó, sobresaltada.


—Me lo contó Mandy Lambert hace unos minutos. Puede que haya tenido lugar mientras venías hacia acá —comentó su madre, complacida de saber algo que su hija desconocía—. Alguien incendió la casa del sheriff junto con leña nueva que había encargado. El jefe de bomberos dice que ha sido provocado. Alguien vertió gasolina encima de todo y le prendió fuego.


—¿Él se encuentra bien? —demandó.


—Cuando llegó, el incendio ya había sido sofocado. Alguien dijo que vieron su camioneta en tu entrada a primeras horas de esta mañana.


Las dos mujeres se miraron en la alegre cocina.


—Vino a contarme lo sucedido en su oficina —explicó Paula—. Sabía que me iba a interesar, ya que había empezado a trabajar con él.


—La situación no parece muy buena para Tomy y Ricky, ¿verdad? —indicó su madre con el arte de una curiosa perfecta—. Sospecha de ellos, ¿no?


—No lo sé —mintió, no queriendo entrar en esa conversación—. Él es el sheriff, pero el condado probablemente enviará a un investigador especializado en casos de incendios.


—Todo el mundo notó que Tomy llegó tarde al baile —Bárbara suspiró—. No hace falta ser un genio para relacionarlo. Dijiste que el sheriff no era tonto, ¿verdad?


—Es alto y atractivo, mamá —rió—. Como sin duda ya sabes. Es inteligente y divertido, y le gusta Manuel. Aunque se toma su trabajo demasiado en serio, y temo que, si tengo una relación seria con él, podría perderlo. Es un héroe. Como Jose.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario