domingo, 26 de mayo de 2019

DUDAS: CAPITULO 33




La multitud los habría separado si Pedro no hubiera mantenido una mano relajada pero firme entre sus dedos. Paula sintió ojos sobre ella. 


Algunos curiosos, algunos celosos. Otros enfadados.


La encargada del guardarropa, una mujer vestida de satén rojo y una boa, tomó el abrigo de ella. E.J. Marks, con un falso bigote curvado hacia arriba y una camisa blanca con rayas negras, servía zarzaparrilla en jarras.


La orquesta se puso a tocar otra canción y las risas y las conversaciones invadieron sus pensamientos. Pedro se volvió del grupo que se había formado alrededor de ellos al entrar en la taberna, y su voz se vio ahogada cuando le pidió que bailara con él.


Paula supo lo que quería sin oír sus palabras. Lo siguió y se entregó a sus brazos cuando llegaron a la pista. Fingió mirar a su alrededor, temerosa de que si miraba sus ojos oscuros él vería el amor y el conflicto que sentía en su interior.


—Qué ruido hay aquí —comentó él cerca de su oreja—


—Eso forma parte del Día de los Fundadores —respondió ella.


—Esta noche debe de haber salido todo el mundo.


Paula asintió, y vio a todo el clan de los Chaves, menos a Tomy, de pie junto al estrado de la orquesta. Ricky los observaba con gesto hosco, exhibiendo aún algunos cortes y moretones en la cara.


La expresión en la cara de Ana Chaves sólo podía describirse como malevolente. Sus ojos los seguían con un brillo furioso.


—Toda la ciudad mira al sheriff nuevo —le recordó, pasando una mano por la pechera de su impoluta camisa blanca. El traje negro no mostraba ninguna arruga, y la corbata era muy conservadora. Supo que siempre le gustaría más con vaqueros, aunque el uniforme del sheriff…


—Yo pensaba que todos miraban ese vestido.


—Sé que es un poco… —sintió que se ruborizaba y con la mano intentó estirarlo—… corto.


Pedro bajó la vista. Parecía haberse subido más. Una saeta de deseo puro se clavó en su interior y le provocó un gemido.


—Paula, por favor, no intentes mejorarlo. 
Déjame algo de dignidad.


—Tendría que haberme puesto algo…


—¿Menos tentador? —sugirió él.


—Algo largo y holgado y más maternal —dijo, mirando con furia a Emma, que bailaba en los brazos de Steve.


—Me gusta la mezcla —hizo girar a Paula al ritmo de la música—. Ojos azules de ángel y un vestido de chica mala —comentó—. Hace que me pregunte cuál de las dos eres tú.


—Creo que debería sentarme —indicó ella cuando la música terminó. La gente a su alrededor aplaudió. Le dolía el pie.


—Me vendría bien otro trago de zarzaparrilla —dijo él, tomándola del brazo. Avanzaron entre la multitud hasta las sillas pegadas a la pared.


Mientras Pedro iba a buscar las bebidas, Paula echó un vistazo a los Chaves; en esa ocasión Tomy se había unido a ellos. Le sonrió y asintió, luego se inclinó para susurrar algo al oído de Ricky. Le dio una palmada en la espalda mientras estallaban en una carcajada.


Paula sentía que pasaba algo. Los Chaves no perdonaban ni olvidaban. Lo único que podía hacer era esperar el estallido. Jose siempre decía que su familia era como un barril de pólvora a la espera de que alguien encendiera la mecha.


Miró en torno a la estancia con nerviosismo, y se preguntó si no debería advertírselo a Pedro


¿Qué le podía decir? La mayoría de los habitantes de Gold Springs parecía aceptarlo; incluso les caía bien. Pero haría falta un milagro para que los Chaves dejaran que se quedara en la ciudad.


—¿Me has echado de menos? —habló el objeto de sus pensamientos cuando regresó con las jarras llenas de un líquido rojo.


Paula bebió un sorbo y observó cómo él se sentaba a su lado.


—¿Cómo responder a eso? —bromeó—. Si digo que sí, pensarás que no puedo vivir sin ti. Si digo que no, pensarás que no me importa.


—La vida está llena de elecciones duras —sonrió y le tocó un mechón de pelo cerca de la oreja.


—De acuerdo, entonces —calló para aumentar el suspense y se acercó más a él—. Sí, te he echado de menos.


Él miró alrededor, como si alguien pudiera estar escuchando, luego se inclinó hasta que sus cabezas casi se tocaron.


—¿Eso quiere decir que no puedes vivir sin mí?


Paula le observó la boca y la suya de repente se secó. Detrás del juego del coqueteo, en los ojos oscuros de él anidaba la pregunta real.


—No creo que me gustara intentarlo —respondió con valentía y mirada intensa.


Más allá de las palabras, la cabeza oscura de Pedro se acercó aún más, hasta que no existió la música ni las luces, nadie a su alrededor. Paula sintió que sus ojos se cerraban y su boca se entreabría como por voluntad propia.


—Estupenda noche para un baile, ¿eh, sheriff? —una voz sobresaltó a Paula, haciendo que los dos se separaran.


—Estupendo baile, Benjamin —corroboró él con voz poco firme.


—Sheriff —Dennie y Mandy Lambert se acercaron. Los vestidos que se ponían cada año brillaban llamativamente bajo la luz—. Estamos esperando nuestros bailes.


—Adelante —lo animó Benjamin—. Yo le haré compañía a Paula.


—Yo primero —ronroneó Dennie.


—Tú siempre eres la primera —se quejó Mandy.


—Sheriff, tendrá que decidirlo usted —afirmó Dennie.


Pedro miró a Paula con expresión que indicaba que no tenía más alternativa que cumplir con su deber con las residentes más antiguas de la ciudad.


—Baila bastante bien —manifestó Benjamin, contemplando a Mandy y a su pareja moverse por la pista.


—Y es muy atractivo —Emma se unió a ellos seguida de Steve.


—Hola, Paula —Steve Landis se sentó—. Las cosas van muy bien entre el sheriff y tú, ¿eh?


—Eso es algo privado, Steve —le advirtió Emma con el ceño fruncido.


—No tanto —añadió Benjamin—. Todo el mundo en la ciudad ha visto cómo se miran con ojos soñadores.


Emma se encogió de hombros, reconociendo en silencio que eso era verdad.


—Estás estupenda con ese vestido —le dijo a Paula con sonrisa cómplice.


—Sí —corroboró Steve—. Nunca te había visto tan guapa.


Tenía los ojos clavados en la larga extensión de piernas que el vestido no cubría. Paula sintió ganas de tirar del bajo, pero se lo pensó mejor al recordar el comentario de Pedro. Echó los hombros hacia atrás y bebió ponche con lo que esperaba que fuera una expresión de despreocupada indiferencia.



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