jueves, 23 de mayo de 2019

DUDAS: CAPITULO 23





Pedro observó sus movimientos mientras ella iba de un lado a otro de la cocina, derramando el café y el azúcar, tirando con demasiada fuerza del cajón de los cubiertos. Había algo diferente en ella. O quizá se debía a que recordaba su contacto del día anterior.


—Hace frío aquí —comentó ella mientras dejaba la taza sobre la mesa—. No tardaré mucho en cambiarme.


Él bebió café mientras la oía subir por la escalera.


—Para mí hace bastante calor aquí —murmuró, dejando que su imaginación subiera con ella.


—Bueno, está muerta, no cabe duda —indicó el señor Spivey.


—¿Perdón? —Pedro se atragantó cuando su mente regresó con brusquedad a la cocina.


—La caldera, sheriff. La caldera de la señora Chaves está muerta. El año pasado le dije que necesitaba una nueva.


—¿Cuánto cuesta? —inquirió Pedro.


—Es el mejor precio que puedo darle —el señor Spivey mencionó una suma elevada—. Puedo dejarle un calentador de queroseno. Es mejor que nada, hasta que pueda comprar la nueva caldera.


Depositó la cifra apuntada sobre la mesa y prometió dejar un calentador en el porche.


Pedro odió la expresión desvalida en el rostro de Paula al ver la cifra del señor Spivey. Quiso ocuparse de la situación.


Pero conocía lo suficiente a Paula como para saber que no agradecería algo así. Acababan de alcanzar una tregua en la que volvían a hablarse. No quería hacer nada que representara un retroceso.


Si pudiera convencerla de aceptar el trabajo en la oficina del sheriff…


—Bueno —se volvió hacia él—, ya estoy lista.


No salió el tema de la reparación de la caldera. 


De camino al taller de Benjamin, hablaron de la celebración del Día de los Fundadores.


—Denny y Mandy Lambert me pidieron que las acompañara al Baile de los Fundadores este fin de semana —dijo él con una risita.


—Cuidado con ellas, sheriff —advirtió Paula—. No dejes que te lleven a un rincón oscuro.


—Es el uniforme —Pedro rió—. El sábado por la noche me pondré otra cosa.


—Creo que te subestimas —indicó ella—. En esta ciudad hay pocos hombres solteros por debajo de los sesenta.


—Gracias, señora Chaves —asintió sin quitar la vista del camino—. Sabes cómo hacer que a un hombre no se le suban los humos.


Llegaron pronto al taller, demasiado pronto para gusto de Paula, que deseó que pudieran pasar algunos minutos más juntos.


—Supongo que nos veremos —comentó ella al bajarse del coche.


—Si no te veo antes del sábado, intentaré reservarte un baile —prometió.


Siguió el coche con la mirada antes de entrar en el taller.


—¿Benjamin? —llamó.


—Aquí atrás —gritó él—. Tengo la camioneta lista para ti, Paula.


Ella subió al vehículo y lo puso en marcha. Le encantó el ronroneo del motor. No estaba recién salido de un concesionario, pero parecía limpio y mucho más nuevo que su anterior camioneta.


—Pagos semanales, ¿de acuerdo? —preguntó Benjamin cerrando el capó.


—Sí —acordó Paula con gesto tenso—. Gracias, Benjamin.


—De nada, Paula. Nos vemos el viernes.


«El viernes», musitó mientras conducía su nueva camioneta negra a casa. El primer día de pago.


La cifra aproximada que le había dejado el señor Spivey le quitó el aire. No era que le sorprendiera. Los últimos dos años, apenas habían podido sobrevivir. Quedaba muy poco dinero para arreglos importantes en la casa o compras nuevas.


Se miró en el espejo del dormitorio y tomó una decisión. Quizá él se riera o ya hubiera contratado a otra persona, pero, de todos modos, se lo iba a pedir. Con los gastos añadidos de la caldera y la camioneta, jamás llegaría hasta la siguiente cosecha con lo que tenía ahorrado.


Mientras se vestía, con optimismo pensó que quizá, después de todo, pudiera comprarle el ordenador a Manuel.


Se negó a considerar lo que diría si el trabajo ya había sido adjudicado. Una hora más tarde, bien peinada por una vez, su traje rojo planchado a la perfección, con una blusa blanca como suave contraste, entró en la oficina del sheriff.


Pintores y carpinteros trabajaban en todo el edificio, ocupándose de reparar años de dejadez. Un electricista estaba subido a una escalera mientras se ocupaba de las luces del techo.





1 comentario:

  1. Pero esta Pau es un hueso duro de roer. Muy buena historia. Ojalá afloje un poco jaja.

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