jueves, 23 de mayo de 2019

DUDAS: CAPITULO 22




Paula se sentó en la cama con el resto del periódico del domingo extendido a su alrededor.


Aún no hacía mucho frío, de modo que no había motivo para sentir pánico. Y si empeoraba, abajo estaba la chimenea.


Por las dudas, había arropado a Manuel en su cama con una manta adicional. Luego, llamó al señor Spivey, quien prometió ir a la mañana siguiente para echarle un vistazo a la caldera.
Igual que Benjamin, sus palabras fueron ominosas.


—Creo que el año pasado hablamos de cambiar el sistema, señora Chaves. ¡Eso es una antigualla!


Había reído ante su broma, pero Paula gimió interiormente. La pequeña cantidad de dinero que tenía a salvo en su cuenta en el banco de Rockford, disminuía con rapidez. Sabía que no disponía de otra elección. Tendría que buscar un trabajo, al menos hasta la primavera.


El diario estaba lleno de anuncios que buscaban de todo, desde cocineros hasta bomberos. 


Algunos de los restaurantes que conocía necesitaban camareras, pero el dinero no compensaba los viajes diarios a Rockford.


En el acto, vio un anuncio que marcó con un círculo antes de terminar de leerlo. Contestar al teléfono, despachar coches y el sueldo era estupendo. Al llegar al final del anuncio, suspiró y lo tachó.


«Contactar con el sheriff Pedro Alfonso en la oficina del sheriff en Gold Springs».


Lo contempló largo rato. Había hecho lo que le había aconsejado y puesto un anuncio en el periódico. Sin duda, tendría muchas candidatas. 


Tal vez ya hubiera contratado a alguien.


Aquella tarde no le había mencionado el trabajo. 


Quizá esperaba que ella ya no lo tomara en consideración. Y no le había dado motivos para imaginar otra cosa. Le había dejado bien claro lo que pensaba al respecto.


Estudió el anuncio otra vez antes de cerrar el periódico. Trabajar en Gold Springs sería mucho mejor que hacerlo en Rockford. Apagó la luz de la mesita. Sin duda, representaría más dinero.


Claro está que quizá el puesto estuviera ya ocupado. Además, tendría que tragarse el orgullo para solicitarlo.


Cerró los ojos en el cuarto a oscuras y pensó en los muchos problemas que había tenido el año siguiente de la muerte de Jose, durmiendo sola en la cama grande. Pero en vez de ver la cara sonriente de su marido mientras se quedaba dormida, su mente fue invadida por el rostro de Pedro Alfonso.


—Duérmete —se dijo, pensando en el ligero contacto de él en su mano.


Pero la siguió a sus sueños, rodeándola con sus brazos fuertes para besarla y bloquear el sol…


Entonces, fue de día y el despertador sonaba y Manuel pedía tostada con queso para desayunar, quejándose de que la casa estaba fría.


Llegó el autobús de la escuela, y el señor Spivey apareció en el momento en que el coche del sheriff entraba en su camino privado.


—Parece que se ha metido en problemas —bromeó el señor Spivey mientras sacaba sus herramientas.


Paula miró con pesar el viejo chandal que tenía puesto, el pelo recogido con una goma.


—Voy a echarle un vistazo a esa vieja caldera —prometió el otro. La miró, luego fijó su vista en el sheriff cuando bajó del coche.


Paula sonrió, sabiendo que el señor Spivey aún no se movería. ¡Era el mayor chismoso de Gold Springs!


—Buenos días —el señor Spivey saludó al sheriff—. Ha salido pronto esta mañana.


—Voy de camino a la oficina —Pedro asintió y estrechó la mano extendida del otro hombre.


—Imagino que el crimen no descansa —indicó el señor Spivey.


—No en esta ciudad —Pedro miraba a Paula.


—Bueno —añadió el señor Spivey, mirándolos—. Iré a ver esa caldera. Puede que a usted también le interese venir, sheriff.


—¿Por qué, señor Spivey?


—Quizá sea la última vez que alguien puede contemplar algo semejante. Creo que dejaron de funcionar el siglo pasado. La de la señora Chaves esperó hasta anoche.


Con una risita, el fontanero rodeó la casa.


Paula se sintió avergonzada. ¡Si no era Manuel quien le contaba sus problemas personales a Pedro Alfonso, lo hacían los vecinos!


—¿La caldera ha muerto o sólo está averiada? —preguntó.


—Aún no lo sabemos, pero el señor Spivey ya planea su servicio fúnebre —Pedro rió—. ¿Qué te trae por aquí, sheriff?


—Iba a la ciudad y pensé que quizá querrías que te llevara a recoger la camioneta —repuso pasado un momento. Después de verla, tuvo dificultad para recordar el motivo que lo había llevado hasta allí. Paula era como una bebida fresca en un día de calor.


Ella bajó la vista a sus zapatillas gastadas, y el orgullo hizo que deseara decirle que no era necesario.


Ese orgullo que la obligaría a aceptar que fuera Tomy quien la llevara al taller de Benjamin.


—Gracias. Ha sido estupendo que pensaras en mí.


Como pensar en ella se había vuelto algo tan natural como respirar, Pedro sonrió.


—Ha sido un placer.


—Yo, hmm… he de cambiarme, si no te importa esperar… —se ruborizó.


—En absoluto —sus ojos la acariciaron con suavidad—. Puedo esperar.


—Hay café —lo invitó a pasar—. Si no te importa el frío.


—Un café suena muy bien —asintió.


Inquieta, conversó sobre Manuel y la camioneta que iba a recoger mientras sacaba una taza limpia y la llenaba con café. Aquella mañana, él irradiaba algo que la ponía nerviosa. O quizá verlo hacía que recordara los sueños de la noche.




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