viernes, 17 de mayo de 2019

DUDAS: CAPITULO 2



Sabía que era una esperanza vana que no hubieran reconocido su vehículo en la lluvia. 


Cuando entró en casa después de guardar la camioneta, el teléfono ya sonaba.


—¿Qué demonios haces? —demandó Tomy Lightner sin saludar—. ¿Has traído a Pedro Alfonso a la ciudad después de saber lo que piensa la gente? Pensé que estabas con nosotros, Paula.


—No estoy con nadie —sacudió la cabeza y las gotas volaron mientras dejaba las compras y se quitaba los guantes—. Nunca dije eso, Tomy.


—¿Así que estás en contra de nosotros? —inquirió con pasión.


—No —suspiró—, y estoy de acuerdo en que los comisionados tendrían que haber contado con nosotros antes de contratarlo. Pero intentar pagarlo con él está mal, y todo el mundo lo sabe. En cuanto a traerlo, su coche se había averiado. No sabía quién era.


—¿Subiste a tu coche a un completo desconocido? —se quedó mudo.


—Llovía. Paré y lo traje los últimos kilómetros a la ciudad. En ese momento, no sabía quién era, pero de cualquier modo me habría ofrecido a llevarlo, Tomy. Sigue siendo un ser humano.


—Un ser humano al que no queremos aquí—se quejó Tomy—. ¿Ya te has olvidado de Jose? Él habría sido el sheriff si no lo hubieran matado. ¿Eso no significa nada para ti?


—Debo colgar, Tomy —musitó cansada—. Manuel va a llegar pronto. Hablaré luego contigo.


Colgó, sin darle la oportunidad de añadir algo que luego ambos podrían lamentar. Era su cuñado y el tío de Manuel. No quería crisparlo.


Se puso a guardar botellas y latas en la cocina hasta que se detuvo a echar un vistazo por la ventana que había encima del fregadero.


A Jose le había encantado esa ventana, la vista de las colinas verdes y onduladas… Todavía le dolía incluso oír su nombre, pero eso no hacía que fuera justo pagarlas con Pedro Alfonso. Sólo cumplía con su trabajo. El condado le había pagado para ir a Gold Springs.


La ciudad había necesitado un departamento del sheriff independiente de la policía del condado que pasaba por allí cuando había problemas. El rápido crecimiento de los complejos urbanísticos hacía que su formación fuera aún más importante.


Gold Springs estaba en pleno desarrollo. Sus habitantes necesitaban la estabilidad que aportaría a la zona un departamento del sheriff.


Pero a todos les molestaba el hecho de no haber podido elegir a otro hombre de la ciudad para dirigir el proyecto a la muerte de Jose.


Durante diez años, Jose Chaves había sido el alguacil de la ciudad. Después de la muerte de Jose, Mike Matthews, el anterior alguacil ya jubilado, había aceptado ocupar su lugar, pero sólo hasta que pudieran encontrar a alguien que lo sustituyera.


Tomy Chaves había sido ayudante de ambos, y todo el mundo había esperado que la comisión del condado lo nombrara a él nuevo sheriff. Pero los sorprendieron contratando a alguien con experiencia y de fuera.


—¡Mamá, mamá! —su hijo irrumpió en la cocina, haciendo que la puerta chocara contra la pared—. ¿Adivina qué pasó? Mi proyecto de ciencia consiguió el segundo puesto.


Con orgullo, alzó la cinta roja y le sonrió. La visión de varios dientes que le faltaban le derritió el corazón.


Manuel era la imagen de su padre. Pelo castaño claro, grandes ojos azules, se parecía hasta en las pecas de la nariz y en los hoyuelos de las mejillas.


Pensar en Jose, en todas las cosas que iba a echar de menos, hizo que las lágrimas afloraran a sus ojos mientras se arrodillaba y abrazaba a Manuel.


—Es maravilloso —le dijo—. Después de todo el duro trabajo que pusimos en ello, me alegra la recompensa.


—No llores, mamá —le tocó la mejilla con la mano sucia—. Sólo era un proyecto de ciencia.


—Lo sé —respondió con voz temblorosa, a pesar de sus esfuerzos por controlarla—. Y no lloro.


Pero no podía engañarlo. Manuel apenas tenía ocho años, pero había visto llorar a su madre demasiadas veces desde la muerte de su padre. 


La abrazó con fuerza.


—Te quiero, mamá.


—Yo también te quiero, Manu —volvió a abrazarlo, luego se rehízo, se levantó y le quitó la pesada mochila y la tartera—. Y creo que esta noche deberíamos salir a celebrarlo. ¿Qué te parece si vamos a Pizza Express?


—¡Estupendo! ¿Puedo comprar fichas para jugar en los videojuegos?


—Bueno —aceptó—. Guarda tus cosas y nos iremos. Han dicho que va a seguir lloviendo toda la noche, y me gustaría regresar pronto.


—¡Oh, mamá! —hizo una mueca—. Para ti tarde es las siete o las ocho. ¿Sabes?, a veces la gente se queda hasta las diez.


—No la gente que al día siguiente tiene que ir a la escuela —se puso el impermeable mientras él subía corriendo hasta su dormitorio.


Se secó las mejillas con mano impaciente. A pesar de sus promesas de no volver a llorar, de vez en cuando las lágrimas la pillaban por sorpresa.


Con eso no podría recuperarlo. Jose y su vida en común habían desaparecido. Nada podría cambiarlo.




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