miércoles, 1 de mayo de 2019
AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 33
La casa era una granja rehabilitada construida en piedra de una tonalidad rosada. Estaba situada en las laderas de una colina, dominando las fértiles llanuras del valle.
—Te quedaste dormida de repente —dijo Pedro mientras ella se frotaba los ojos y parpadeaba.
—No —le contradijo ella—. Bueno, tal vez un poquito, pero nada más — admitió, estirándose con fruición.
—No está tan aislada como parece —añadió Pedro, mientras la ayudaba a salir del coche—. La otra carretera lleva a una ciudad que está sólo a unos pocos kilómetros. Mathilde, mi ama de llaves, ha accedido a vivir con nosotros al menos hasta que nazca el bebé, así que no estarás sola. Habla inglés mejor que tú francés —añadió en un tono de guasa.
—Así que tengo una carcelera. ¡Qué bien! —le espetó, mientras aceptaba de mala gana la ayuda para salir del coche.
Si Paula se sintió torpe al salir del coche, aquello no fue nada en comparación a cómo se sintió cuando una figura alta y esbelta salió de la casa como una exhalación y fue corriendo hasta los brazos de Pedro. Ella le besó en los labios afectuosamente y dio un paso hacia atrás, sonriendo. Cuando aquella mujer la miró, Paula se sintió como una ballena.
— ¿Cuándo has llegado, Jazmin? —preguntó Pedro, sin parecer sorprendido por la efusión del saludo.
—El sábado pasado. Gaston me pidió que echara una mano ya que tú estabas… retenido en Londres —dijo la esbelta y atractiva morena, echándole una rápida mirada a Paula.
— ¡Qué amable! ¿Qué tal ha estado el tiempo? —preguntó Pedro, mirando las oscuras nubes que había en el cielo.
—Lo suficientemente frío como para hacerme sentir en casa —comentó ella, riendo.
El viento era gélido y Paula sentía que le cortaba a través de la ligera tela de la chaqueta. Ella no se sentía en casa. Más bien se sentía como una intrusa.
—Si no os molesta, voy a entrar en la casa —dijo Paula con sequedad.
—Perdona, no os he presentado. Paula, ésta es Jazmin Dupont, la hermana de mi socio Gaston.
Paula respondió con una ligera inclinación de la cabeza al saludo de la otra mujer. Tenía que admitir que Jazmin era muy atractiva, con rasgos delicados como los de una virgen y extremidades largas y atléticas. Sabía que Pedro la encontraba atractiva. No sabía que tuviera un socio, pero entonces se dio cuenta de que había muchas cosas de Pedro que no conocía.
—Ten cuidado, porque el acceso a la entrada está empedrado con guijarros y se ponen muy resbaladizos después de la lluvia —advirtió Pedro.
Paula estaba sin aliento cuando entró en el cálido y amplio salón y se quitó la capucha que le protegía la cabeza. La cocina era enorme y ocupaba todo el lateral de la casa. Las paredes era de piedra vista y el techo era muy bajo, con vigas oscuras, de las que colgaban manojos de hierbas. Había un antiguo fogón en la chimenea, pero al ver todos los modernos electrodomésticos, Paula asumió que era sólo un mero elemento decorativo.
— ¡Mathilde! —gritó Pedro cuando llegó a donde ella estaba—. Te podrías haber roto la cabeza ahí fuera —regañó a Paula—. ¡Mathilde!
— ¡Oh! Pepe, le di el día libre. Su sobrina se casaba hoy y tenía muchas ganas de ir. Le dije que no te importaría. ¿Hice bien? —preguntó Jazmin, haciéndole gestos coquetos mientras lo miraba.
—Claro que sí —respondió Pedro—. Necesito ponerme al día y ver a Gaston. Ha estado llevando él solo durante demasiado tiempo el peso de todo esto.
«Supongo que eso es culpa mía también», pensó Paula, embargada por una terrible sensación de soledad. «Debo estar loca por haber permitido que me traiga aquí».
— ¿Qué es lo que te detiene? —preguntó Jazmin.
—No puedo dejar a Paula sola.
—No seas ridículo —le espetó Paula, ruborizándose al captar la mirada de desdén que le estaba dirigiendo la otra chica—. ¿Es que no está el lagar aquí? —preguntó, echando una mirada a los demás edificios.
—No, está al otro lado del valle —explicó Jazmin, con una mezcla de superioridad y burla que hizo que le hirviese la sangre a Paula—. Estoy segura de que Paula entiende que tienes otros compromisos.
«Y tu eres uno de ellos, supongo», se dijo Paula, viendo cómo la chica le sonreía a Pedro.
—No voy a discutir sobre eso —dijo Pedro con firmeza—. Dile a Gaston que venga a cenar. Y tú también, desde luego. Así nos pondremos al día.
Jazmin tuvo que contentarse con eso, a pesar de que Paula sospechaba que sus planes eran muy diferentes. Lo que hubiera querido habría sido llevarse a Pedro y no le gustaba ver que las cosas no salían como ella había pensado.
—Te enseñaré tu habitación para que puedas descansar un poco —comentó Pedro.
—No necesito una niñera.
—Yo opino lo contrario —respondió él con sequedad—. Y si no fueras tan testaruda, tú misma lo reconocerías.
Paula admitió que tenía razón y subió las escaleras. Pedro la llevó a una habitación amplia y ventilada, decorada con antigüedades. La cama tenía un cabecero de latón y estaba cubierta con un edredón. Había flores en el escritorio, lo que indicaba posiblemente que Mathilde fuera más hospitalaria que Jazmin.
Paula esperaba que no estuviera enamorada de Pedro también.
Probablemente Pedro y Jazmin habían tenido una relación. Tal vez, todavía tenían una relación. «Tal vez por eso me mira de esa manera», se dijo Paula.
—Es muy bonita —le dijo a Pedro, que la miraba con la intensidad de siempre—. Estoy muy cansada.
Le había parecido que Pedro iba a decirle algo, pero entonces afirmó con la cabeza y dijo:
—Si necesitas algo, llámame. El cuarto de baño está detrás de esa puerta.
Demasiado cansada para pensar en nada, Paula se quitó los zapatos de una patada y se metió vestida entre las sábanas. Sus sueños fueron muy reales y muy agitados…
Se despertó de repente y se sentó en la cama, sintiéndose confusa y desconcertada en una habitación que le resultaba desconocida. Tardó algunos momentos en recordar dónde estaba.
Pero no fue muy reconfortante lo que recordó.
Estaba en algún lugar del Lánguido con Pedro, a quien seguramente le hubiese gustado más volver solo y encontrarse con la esbelta Jazmin esperándolo en el umbral de la puerta.
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