miércoles, 1 de mayo de 2019

AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 34




A Paula no le gustaba que le arrebatasen su independencia, ya que le gustaba controlar su vida. Y ahora dependía totalmente de Pedro


Pero él sólo la soportaba por el hijo que ella estaba esperando y del que él se sentía responsable.


Sin embargo, Paula no podía acostumbrarse a estar protegida por él, dado que sólo era algo temporal. ¿Cómo iba ella a sobreponerse a sus sentimientos viéndolo todos los días? Por mucho que quisiera evitarlo, no podía cambiar el hecho de que estaba enamorada de él.


Se levantó de la cama y fue al cuarto de baño. 


La profunda bañera, sostenida por patas en forma de garra, le pareció una tentación. Abrió el grifo y se quitó la ropa. Cuando la fue a poner encima de la cama, vio su propio reflejo en el espejo. Fascinada, se miró el hinchado abdomen y la espléndida madurez de los senos. Nunca dejaba de sorprenderse de los continuos cambios que experimentaba su cuerpo.


De repente, notó que algo se movía en la habitación y dio un grito sofocado.


Instintivamente, tomó la camisa y se cubrió con ella.


— ¡Pedro!


Paula cerró los ojos, imaginándose lo repugnante que él debía encontrar su cuerpo. No quería mirarlo, segura de que, al menos, vería su propia vergüenza reflejada en sus ojos.


—Dios mío —le oyó susurrar.


Abrió los ojos para protestar al sentir que él le quitaba la camisa. Pedro añadió con una voz tan temblorosa que Paula apenas reconoció:
—Deberías estar orgullosa de tu aspecto.


Paula permaneció inmóvil mientras la cabeza de él le rozaba donde una vez había tenido la cintura. La expresión del rostro de Pedro era de profundo respeto y el roce de los dedos era muy suave.


Ella se sorprendió por la oleada de sensualidad que se adueñó de ella, ya que no estaba segura de que se pudiese sentir así en su estado. Pero, ¿por qué debería una futura madre dejar de sentir su sensualidad, sus necesidades, sus apetitos?


Pedro era el único que podía estimular los suyos.


—Estoy orgullosa de mi aspecto. Pero no espero que todo el mundo entienda mi fascinación. Sé que parezco un globo —dijo Paula con un nudo en la garganta.


—Eres hermosa, exuberante y perfecta —exclamó Pedro con una ligera vibración en la voz—. Nunca he estado tan cerca de este milagro antes.


Al oír aquellas palabras, Paula no pudo evitar temblar y el rostro de Pedro expresó preocupación.


—Tienes frío —dijo, quitando una manta de la cama.


—Iba a tomar un baño.


—Adelante, entonces. Yo te ayudaré. No quiero que te caigas, la bañera es muy alta.


Paula no protestó aunque las razones le parecieron poco convincentes.


Pero era como llevar a cabo una de sus fantasías, la de tenerlo cerca, cuidándola como lo haría un amante, en el sentido estricto de la palabra. Si aquel bebé hubiera sido el resultado de una auténtica relación sentimental, sus fantasías serían ciertas. Pero se tenía que contentar con una ilusión.


Sin decir ni una palabra, Pedro le enjabonó la espalda y los senos henchidos, observando con atención las oscuras aureolas de los pezones. El cuerpo de Paula se estremecía. Él parecía fascinado por el cuerpo de ella y Paula se sentía relajada y a gusto.


Luego, Pedro se tumbó con ella en la cama y le frotó aceite en la tirante piel del abdomen.


—No te hago daño, ¿verdad? —preguntó él mientras Paula arqueaba la espalda.


Ella volvió la cabeza en la almohada y sintió como Pedro apartaba un mechón de cabello que se le había deslizado sobre la mejilla. Emitió un gruñido de desaprobación al descubrir el casi imperceptible hematoma que todavía tenía en la mejilla.


—Todo esto te debe resultar muy aburrido —dijo ella en tono de disculpa.


— ¿Aburrido? —gruñó Pedro—. Yo no lo llamaría así, sino un ejercicio de autocontrol y un viaje de descubrimiento. Estoy intentando con todas mis fuerzas no hacerte el amor —susurró, agarrándole la barbilla para que ella lo mirara—, pero me resulta difícil, muy difícil.


Paula no podía creer que estuviera diciendo eso. ¡La encontraba atractiva… así! La manera en la que le recorrió todo el cuerpo con la mirada acabó con cualquier duda al respecto.


—Incluso hueles más… femenina —dijo con voz áspera.


—Sí.


—Estar embarazada hace que algunos sentidos, como el olfato y el gusto, se hagan más agudos. Tú hueles muy bien —susurró ella—, y sabes muy bien — añadió, pasándose la lengua por los labios, con la mirada fija en el pecho de Pedro.


—Se te da muy bien torturar a la gente, ¿verdad? —Exclamó él, sentándose en la cama—. ¿O te has olvidado de lo que dijo el médico?


Aquellas palabras la arrebataron de un golpe toda la sensualidad que sentía.


Mortificada, se cubrió con la sábana. ¡Era ella la que le tenía que haber recordado a él aquellas palabras!


—Lo siento —susurró.


—Quiero a este bebé y no voy a hacer nada para ponerlo en peligro —dijo él.


—No fue culpa tuya… yo… yo —tartamudeó Paula, intentando encontrar las palabras adecuadas—. Hace tanto tiempo desde la última vez que alguien me abrazó que… Son las hormonas —dijo, para explicar las lágrimas que le aparecieron en los ojos—. Conmigo, las fábricas de pañuelos de papel hacen mucho negocio.


Pedro había estado a punto de decir que probablemente no fuese una buena idea que compartiesen la habitación, ya que no estaba seguro de que pudiese vivir con una tentación constante. Sin embargo, cuando Paula se echó a llorar, se tragó el comentario.


—Estaré siempre cerca cuando quieras abrazar a alguien. Estoy aquí para asegurarme de que todo vaya bien con el embarazo —dijo en tono de broma, acariciándole el pelo para tranquilizarla.


—No quiero ser una carga —lloriqueó Paula.


—Dios mío, no seas tonta… —dijo, viéndose interrumpido por el rumor de voces desde la escalera. La cara de Pedro reflejó enfado—. ¡Vaya! Invité a los Dupont a cenar —recordó—. No me di cuenta de que ya era hora. Afortunadamente el estofado no se quema —añadió, poniéndose de pie de un salto.


—No tengo hambre —dijo Paula, a quien no le apetecía la idea de pasar la velada con dos extraños, uno de los cuales la odiaba.


—No tengo tiempo para tratar de convencerte de manera sutil —dijo, enojado—. Baja dentro de quince minutos o te bajo yo mismo.


Paula se quedó mirando a la puerta fijamente y se levantó de la cama.


Conociendo al Pedro, sabía que era muy capaz de llevar a cabo sus amenazas



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