viernes, 19 de abril de 2019

UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 32




Esa noche, antes de salir a cenar, Pedro le puso el collar a Paula y la hizo mirarse a un espejo.


Pedro, no puedo llevarlo —protestó ella, pero le brillaban los ojos de emoción—. Estaría demasiado nerviosa. ¿Y si alguien lo viese?


—Todo el mundo debería verlo, sólo esta noche —le tocó con cuidado los pendientes—. Estos sobran, ¿no crees?


Ella sonrió.


—¿De verdad te gusta?


Pedro se había pasado las dos últimas horas con ella en la cama, demostrándole lo mucho que le había gustado, pero Paula se merecía que la mimase todavía más.


—Es extraordinario. Tú eres extraordinaria.


Y lo decía de corazón. Unas horas antes, en el taller, se había dado cuenta de que quería ser la llave que abriese la jaula en la que se había encerrado Paula. A lo largo del día, había estado dándole vueltas a una idea, estudiándola, como al collar, desde todos los ángulos. Se había permitido pensar en cosas prácticas, como en geografía, carrera, familia. Todo acerca de lo que había reflexionado en su piso de Sidney.


La culpabilidad le había hecho retroceder entonces, pero ya estaba cansado de negar lo inevitable. Quería compartir su vida con ella. No obstante, todavía había demasiados secretos y mentiras entre ambos. Si había traicionado a Rafael la otra noche, había sido para tranquilizarla, para darle algo, ya que todavía no había cometido la mayor traición de todas.


Durante la cena Pedro intentó ser el acompañante perfecto, atento y encantador, pero la comida y el vino le supieron a ceniza. Y rezó por que Paula, de naturaleza generosa, lo perdonase.


Más tarde, en su habitación, le pidió que se desnudase hasta quedarse sólo con las sandalias de tacón y el collar. Le quitó la horquilla que le sujetaba el pelo, dejándolo suelto, como un río de fuego. Observó su rostro reflejado en un espejo y se dio cuenta de que también ella estaba sorprendida por la belleza de su creación, y por el modo en que su propia hermosura la realzaba.


Él ya había sabido que sería así, pero intentó grabar la imagen en su mente, por si era lo único que tenía en el futuro. Ella movió los hombros y observó cómo el diamante cobraba vida entre sus pechos. El engarce perfecto.


Pedro paseó sus grandes manos por su exuberante cuerpo, las bajó por su torso largo, le acarició la curva del vientre. Había acercado el banco que había a los pies de la cama al espejo y ambos se estaban tumbando en él. Paula abrió las piernas y lo miró a los ojos mientras él le acariciaba los pechos y el interior de los muslos.


Le hizo el amor con ternura, sin dejar de mirar su pelo de fuego. La piedra que colgaba entre sus pechos cambió el color de sus ojos, que lo miraron con placer. Cuando llegó al clímax, Paula le sonrió con satisfacción y él cerró los ojos y dejó que el placer se lo llevase también. 


Entonces, supo que había hecho algo inconcebible. Se había enamorado de Paula Chaves.




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