lunes, 22 de abril de 2019

AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 4




Pedro fijó los ojos sobre su perfil y Paula desvió rápidamente la mirada hacia la carretera. La intensidad de aquella mirada tan azul le parecía demasiado desconcertante.


—Estoy seguro de que tienes razón, pero no creo que tu situación actual dure mucho tiempo. Eres muy atractiva.


—Y yo estoy segura de que tienes un gran repertorio de piropos falsos —le espetó—, pero me gustaría dejar claro que lo que yo necesito es un acompañante atento y aceptable, nada más.


—Era sólo un comentario.


Había visto mujeres más atractivas, famosas por su belleza, y había experimentado una atracción inmediata que algunas veces lo había arrastrado, pero nunca había deseado tocar y poseer a una mujer de una manera tan primitiva y urgente como la que sentía en aquel momento.


Esa reacción visceral había sido desencadenada por aquel breve encuentro de miradas. Los músculos del estómago se le contraían cuando recordaba el lazo invisible de aquel contacto fugaz. Pedro frunció el ceño. Su cerebro tenía que seguir funcionando con su habitual claridad y, además, tenía la intención de mantener sus hormonas a raya.


Paula emitió un gruñido de incredulidad. Tendría que dejar bien claro desde el principio que no era una mujer patética que había contratado a un hombre para que la halagara. Él era un mero elemento decorativo y era mejor que lo recordara, pensó muy segura de sí misma.


— ¿Cómo se llama tu prima? Debería tener algo de información para hacer que todo parezca real. Tengo que mantener mi reputación —razonó él, metiéndose de lleno en el asunto.


—Ana. Se casa con un abogado, Alex Taylor, que, como ya te enterarás, me dejó plantada hace un año y medio. De ahí la necesidad de un acompañante. Usted, señor Alvarado, es simplemente una manera de salvar las apariencias —le dijo confesando el asunto totalmente.


De alguna manera, era un alivio que con él no tuviera que guardar las apariencias. No le importaba lo que Pedro Alfonso pensase de ella.


—No podrías aceptar todas las miradas y murmullos de compasión, ¿verdad?


En silencio, él se daba la enhorabuena por haber seguido sus instintos en todo lo que se refería a aquella mujer. Así, ella no se sentía obligada a utilizar ninguna artimaña con él, ya que sólo era un empleado. Si ella supiera quién era, le mostraría una imagen bastante diferente. 


De eso estaba seguro.


—Exactamente —replicó ella, aliviada de que hubiese comprendido su situación—. Supongo que ya te has visto en situaciones parecidas antes.


—Iguales que ésta no —contestó con sinceridad—. Pero tengo bastantes recursos —añadió con una seguridad poco convincente. Ella le lanzó una mirada inquieta.


—Así lo espero —dijo con firmeza.


— ¿No podría haberte ayudado un amigo?


— ¿Estás diciendo que no tengo amigos y que por eso he recurrido a ti?


—Si tú lo dices.


Paula le lanzó una mirada fulminante antes de responder.


—Vengo de un pueblo pequeño donde un simple hecho como la boda de mi prima proporciona horas de entretenimiento. No quiero exponer a un amigo a todos esos cotilleos. Necesito alguien que desaparezca sin dejar rastro. Alguien aceptable pero…


— ¿Fácil de olvidar?


—Tu llamarás demasiado la atención —se quejó frunciendo los expresivos labios.


— ¿Por qué? —preguntó él con mucho interés.


—Hemos tenido dos días de sol raquítico este verano. Estás demasiado bronceado —le espetó. La verdad era que resultaba demasiado arrebatador para pasar desapercibido, pero Paula no quería engordar su ego. Estaba segura de que él sabía perfectamente lo que quería decir. En circunstancias normales, un hombre como él no acompañaría a una chica como ella—. ¿No sabes que tomar demasiado el sol es malo para la piel? ¡Produce cáncer!


—Me halaga que te preocupes por mí, pero he estado trabajando al aire libre, en ultramar.


— ¿Trabajo físico?


Eso explicaba su espléndida musculatura.


—No te preocupes. No se contagia.


El desdén de su voz la hizo sofocarse de rabia.


—Me importa un comino si eres un temporero o un neurocirujano mientras no me fastidies este asunto. No hay nada malo en el trabajo físico.


—Ya me siento mejor.


—Me alegra que uno de nosotros se sienta así —aseveró ella. ¡Ya había tenido suficiente del inaguantable Pedro Alvarado y el día sólo acababa de empezar!




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