lunes, 22 de abril de 2019

AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 5




La iglesia del pueblo era la misma en la que ella había imaginado su boda con Alex y ahora tendría que contemplar con una sonrisa en los labios cómo su prima llevaba a cabo lo que ella había deseado tanto.


«Me da igual», se dijo con firmeza mientras una emoción sofocante la embargaba. No tenía intención de hundirse en la autocompasión aunque le resultase muy difícil.


Paula se sobresaltó cuando Pedro le abrió la puerta. No se había dado cuenta de que él ya había salido del coche.


—Gracias, señor Alvarado —dijo, haciendo caso omiso de la mano que él le tendía.


—Creo que es mejor que me llames Pedro, por aquello del realismo — comentó secamente—. No te olvides del sombrero.


Aquellos ojos entornados habían adivinado el nerviosismo que ella sentía.


Paula lo ocultaba lo mejor que podía, pero la tirantez de la boca y la rigidez de los rasgos, normalmente expresivos, revelaban su confusión interior. Pedro se dio cuenta de que no podía apartar los ojos de los labios rosados y ligeramente entreabiertos de Paula.


Aturdida y algo resentida porque le parecía que él se estaba haciendo dueño de la situación, Paula tomó el sombrero, se lo colocó en la cabeza y metió los mechones de cabello dentro de la copa.


—¿Qué tal estoy?


—Te has dejado un poco.


Tomó el mechón que se le había deslizado por el cuello y lo deslizó por debajo del borde del sombrero. Al mismo tiempo recordó que había oído recientemente que la llamaban «Señorita Eficiencia» en un tono poco halagüeño.


En aquel momento, ella parecía muy joven y vulnerable. ¿Era así cómo había conquistado al viejo zorro?, se preguntó cínicamente.


Los dedos de Pedro eran muy largos y el ligero roce contra su cuello le resultó agradable a Paula, sobre todo porque le permitía distraerse de lo que la esperaba.


—Encantadora. Estoy seguro de que el novio se consumirá de remordimiento.


—En realidad, me da igual —replicó arrogante.


—Menuda actriz estás hecha.


La burla era evidente, pero antes de que tuviera tiempo de ponerle en su sitio, se dio cuenta que le había rodeado la cintura con un brazo y de que aquel rostro bronceado estaba muy cerca del suyo. Él se reía como si ella hubiese dicho algo extremadamente ingenioso.


— ¿Qué demonios…?


—Algunos invitados se nos están acercando rápidamente por la izquierda — le susurró junto a la oreja. Además, se la mordisqueó.


Por alguna razón se le cerraron los ojos y un temblor le recorrió todo el cuerpo. Parpadeando, lo miró fijamente a los ojos. No eran sólo unos ojos arrebatadores. Transmitían inteligencia y sentido del humor, aunque la mirada era implacable. No tenía solamente un físico asombroso, sino que además parecía muy inteligente.


Ser acompañante no podía ser por lo que había optado en primer lugar para su trayectoria profesional. ¿Qué circunstancias personales lo habían llevado a…?


«No es asunto mío», se dijo tan pronto como una voz familiar la sacó de sus pensamientos.


—Paula, ¿eres tú, querida? No te había reconocido. ¿Y tú, George?


Estábamos justamente hablando sobre ti… ¡Qué valiente eres! Bueno, mejor darse cuenta a tiempo.


Paula se mordió los labios mientras asentía. De repente, aquel brazo alrededor de la cintura resultaba muy grato.


—Tía Helena, tío George, éste es Pedro —dijo con voz triunfante.


Pedro se tomó bien el interrogatorio familiar. De hecho, parecía haber adoptado un cierto aire de autoridad que les hacía retirar la mirada.


—Al fin conozco a la familia de Paula —dijo, dándole a su tío un apretón de manos tal que éste hizo una ligera mueca de dolor. El beso que plantó en la mejilla a su tía hizo que ésta se sonrojara y que pareciera tan aturdida como una colegiala—. Es una iglesia preciosa. Normanda, ¿verdad? —comentó, mientras observaba el sólido edificio de piedra. Después, tomó la mano de Paula y entrelazó sus dedos con los de ella.


— ¿Son los padres de la candorosa novia?


—Eso es —dijo Paula sacando la mejor y más relajada de sus sonrisas.


¡Candorosa novia! Su querida prima era demasiado fría como para sonrojarse. Ana había esperado su oportunidad y había acechado a Alex con la astucia y maña de un animal salvaje. Paula siempre había sabido que su prima deseaba a su novio, pero también había estado segura de que Alex ni siquiera miraría a otra mujer. ¡Cómo había podido ser tan ingenua! ¡Cuando tuvo la oportunidad, hizo algo más que mirar!


Era inútil volver al pasado, pensó mientras sentía como si le subiera desde muy dentro una sensación de impotencia que ya conocía. «Con el historial familiar me lo tenía que haber imaginado. Bueno, ahora ya lo sé», pensó, levantando la barbilla.


Pedro tenía abierta la verja del patio de la iglesia y estaba esperando a que la anciana pareja pasase.


—Sonríe —susurró cuando pasaron ellos, todavía de la mano—. Parece que te llevan al matadero.


Los ojos de Paula brillaron de rabia e intentó soltarse la mano.


—Pensaba que estabas aquí para darme coba —le espetó enfadada. Aquel hombre se había olvidado completamente de su papel pasivo.


—Pensaba que no te gustaban los piropos falsos.


—Tampoco me gustan demasiado los insultos.


—Tengo que cuidar mi prestigio profesional —le dijo muy seriamente—. Me gustaría que colaboraras un poco. ¿O es que te gusta el papel de mártir?


Ella se mordió los labios. Desde luego, tenía razón. Debía representar un papel para restañar su orgullo herido.


—No soy una buena actriz. Todo esto me resulta raro, siendo tú un completo desconocido.


—Tienes que representar bien tu papel, Paula. Somos noticia de primera plana —le replicó él. Los labios de Pedro rozaron los de ella, suavemente, pero con mucha familiaridad—. Pensaba que todas las mujeres sabían hacerlo.


Sus labios esbozaron una sonrisa cínica.


—Estoy segura de que las chicas que tú conoces sí saben —le respondió con amargura—. ¿Crees que podríamos dejar el grado de autenticidad al mínimo? — añadió.


Luego dibujó una sonrisa brillante, aunque distraída, para el encargado de acomodar a los invitados, un chico que ella conocía desde el colegio.


— ¿Pau? —preguntó, algo dubitativo.


Se sonrojó cuando ella le lanzó una mirada burlona y se apresuró a decir:
— ¿Del novio o de la novia? ¡Qué pregunta tan tonta! Dudo que te apetezca estar en el lado del novio, ¿verdad?


Tenía una expresión tan consternada y ridícula que Paula casi sintió pena por él.


—Gracias, Ji. No te preocupes. Nosotros buscaremos el sitio —replicó—. Ahí está mi madre —le dijo a Pedro en voz muy baja, moviendo la cabeza en dirección a uno de los bancos de la primera fila.


— ¿La del sombrero rosa?


Pedro había bajado la cabeza para escucharla mejor. Ella asintió.


—Vamos a desentonar. Se pondrá furiosa. La verdad es que me lo debería haber imaginado. A mi madre le encanta el rosa —susurró ella mientras iban hasta donde estaba su madre.


—Pau, ¡cómo has podido vestirte de rosa! No te va con el pelo.


Lydia Chaves era una mujer muy hermosa, con rasgos duros que los años habían suavizado. Como siempre, estaba muy elegante. Paula sabía que nunca podría llegar a ser tan refinada como ella, o a tener la misma inclinación de barbilla o su estilo para llevar un pañuelo de seda. Para Lydia todo eso era tan fácil como respirar. A Paula le llevaba horas y nunca estaba a su altura.


—Señora Chaves, soy totalmente responsable del atuendo de Paula. Lo hizo sólo por complacerme.


La mirada de sorpresa en la cara de la madre cuando saludó a Pedro hizo sonreír a Paula. Aquel no era el tipo de hombre con el que su madre, ni nadie, esperaba verla. Por primera vez desde que había visto a Pedro Alvarado sintió que aquella estratagema había merecido la pena. No le importaba que utilizara ese aire de peligro para lo que a ella le interesaba.


—Es daltónico —añadió con un ligero temblor en la voz. Aquel comentario frívolo tuvo como respuesta una mirada de desaprobación de su madre.


— ¿No nos vas a presentar, Paula? ¿Dónde están tus modales?


—Se llama Pedro Al


—Encantado de conocerla, señora Chaves.


—Llámame Lydia. ¿Eres amigo de Paula? ¡Esta chica es tan reservada!


—Algo más que eso, ¿verdad, cariño?


La mirada azul de Pedro estaba fija en ella con un afecto algo burlón. El tono de su voz daba a entender una intimidad tácita. Él resultaba tan convincente que ella se sonrojó.




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