miércoles, 24 de abril de 2019

AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 11





Sobre el papel, sus credenciales no eran muy brillantes y Paula tenía muchas dudas sobre si tendría oportunidad de demostrar su valía. 


Había algunos ejecutivos que se habían tomado a mal la responsabilidad que Oliver le había dado. Probablemente ya habían envenenado al sobrino para evitar que continuara en la empresa.


La puñalada por la espalda era un arte en el mundo de la publicidad y ella ya había sufrido una gran cantidad de ellas cuando Oliver la convirtió en su mano derecha. En aquel momento, él ya había pasado con creces la mediana edad, pero era un hombre lo suficientemente viril y activo como para dar que hablar a los chismosos.


—Pero supongo que estará dispuesto a escucharte —afirmó Pedro, con una expresión dura. Ella se encogió de hombros.


—El sobrino es un paleto de la llanura australiana —afirmó con desprecio—. Dudo mucho que tenga opinión propia.


Tras el estilo dinámico de Oliver para dirigir la empresa, Paula dudaba que las cosas volvieran a ser iguales.


—Sin embargo, podrías tomarlo de la mano, y hacerte para él tan indispensable como para su tío.


La voz suave de Pedro tenía una nota ácida que hizo que Paula entornara los ojos y pareciera algo más interesada. Él le devolvió la mirada con bondad y esbozó una sonrisa. Paula no sabía por qué, pero aquella expresión le resultaba muy familiar.


—No quiero tomar a nadie de la mano y eso también va por ti —le dijo enérgicamente, volviendo a pensar en sus problemas más inmediatos—. No puedo pasar la noche contigo.


— ¿Por qué no lo dejamos en un término medio? Te echas una siestecita para compensar los excesos de hoy y nos vamos esta noche.


Esa afirmación tan simple hizo que todas sus preocupaciones sobre que él quisiera seducirla parecieran tontas. Se maldijo por haber sido tan exagerada.


Probablemente las luchas dialécticas de carácter sexual le resultaban tan cotidianas como hablar del tiempo. En eso consistía su trabajo, en hacer que las mujeres solitarias se sintieran atractivas. 


Después de todo, para Pedro, ella era sólo un trabajo más, otra mujer solitaria.


—Me parece razonable —dijo ella rápidamente—. ¿Qué vas a hacer tú?


—Dormir, si no te importa —respondió Pedro pausadamente—. Todavía no me he adaptado a la diferencia horaria. He estado fuera del país.


— ¿Eres australiano?


Él asintió.


Paula cerró los ojos y sacudió la cabeza. Desde hacía algún tiempo el hemisferio sur parecía estar representando un papel muy importante en su vida.


El sobrino de Oliver era de allí también. ¡Qué bien le habría ido a ella sin ninguno de los dos!


—Estoy segura de que podemos llegar a un acuerdo civilizado. Ciento mucho haberte retrasado —le dijo ella cortésmente—. ¿Podrías pedirme un café?


«Ya iba siendo hora de que empezase a actuar como la fría mujer de negocios que se supone que soy», pensó Paula para sí.


Pedro la miró fijamente.


—Señorita Eficiencia —le dijo, listo para marcharse—. Tal vez, ya que he cumplido mi contrato, podría usted intercalar de vez en cuando «por favor» y «gracias».


Paula se sonrojó. Todavía estaba mirando a Pedro y pensando que era el hombre más detestable que había conocido en su vida, cuando llegó Ana. Sus labios estaban temblando de rabia.


—Tenía que haberme imaginado que intentarías estropearme el día por despecho.


Paula se quedó sin habla.


— ¿Por qué iba a querer yo hacer eso? —dijo al cabo de unos segundos, en un tono de voz conciliador. Lo último que quería era tener una escena.


—Como si no lo supieras. Alex no te ha quitado los ojos de encima en todo el día —le espetó mirándola de arriba abajo de un modo despreciativo—. Con el tipo que tienes no te va nada ese traje.


—Entonces supongo que Alex sólo estará criticando mi mal gusto — respondió Paula, a la que se le iba acabando la paciencia—. Mira, Ana, no tienes por qué preocuparte. No tengo intención de quitarte a tu marido. Además, no estoy sola, como podrás ver.


— ¿Qué pasa Paula? ¿No ha descubierto todavía que eres frígida? —se mofó, Los ojos de Pedro brillaron de malicia mientras Ana se reía—. Alex me dijo que estar en la cama contigo era como estar con una estatua. No me preocupas en absoluto, simplemente no quiero que hagas el ridículo —dijo vengativa. A continuación, esbozó una sonrisa de triunfo y se fue barriendo el suelo con la falda.




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