domingo, 21 de abril de 2019

AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 1




Paula se probó el sombrero de paja una vez más antes de descartarlo por el de seda en color crema. Aunque le parecía una seta gigante a todo el mundo, le iba estupendamente con la forma ovalada de su rostro. Cuando estaba intentando meter la larga melena castaña dentro de la copa, llamaron a la puerta.


Las claras profundidades de sus ojos color avellana, rodeadas de espesas pestañas, se ensombrecieron de temor.


¡Era él! Respiró profundamente para intentar parecer tranquila y sosegada y fue hacia la puerta, que abrió con un gran ademán de bienvenida. Pero mientras recorría con la mirada la figura de aquel hombre de arriba abajo, la estudiada sonrisa se le fue borrando del rostro. En su lugar, sus oscuras y bien definidas cejas se fruncieron con un gesto de desaprobación.


¡Tenía que haber un error! Se le cayó el alma a los pies cuando descubrió aquellos rasgos afilados y aquella piel morena. ¡No era lo que ella había estado esperando en absoluto! ¿Cómo podría aquel hombre comportarse con propiedad en una reunión de sociedad? ¡Ni siquiera parecía tener modales para comportarse en familia! Y, además, tampoco llevaba chaqué a pesar de que lo había especificado claramente. ¡No volvería a fiarse nunca más de Bety!


La indignación la hizo erguirse por completo, aunque no era muy alta.


Durante un segundo, tuvo la extraña sensación de que lo había visto antes, lo cual era absurdo, ya que aquél no era el tipo de hombre que se olvidase fácilmente. Tampoco era el hombre que necesitaba… Pero la descarga eléctrica que la recorrió cuando creyó reconocerlo era demasiado intensa como para ser ignorada totalmente.


— ¿Señorita Chaves?


Se sintió algo indignada cuando notó que el alto desconocido parecía casi tan sorprendido como ella. Sus ojos azules observaron el traje rosa con una expresión de asombro y luego se entrecerraron en lo que parecía un ceño. Sus facciones permanecieron duras como una roca. Probablemente aquel gesto era lo más cercano al desconcierto que aquellos rasgos podían expresar.


De repente, deseó haberse puesto una falda más larga y le pareció un grave error haberse atrevido a romper las estereotipadas combinaciones de colores. No debía haberse puesto un traje rosa con su color de pelo. Pero era una estupidez ya que, aparte de que tenía todo el pelo oculto dentro del sombrero, aquel hombre ni llevaba chaqué ni parecía un árbitro del buen gusto.


—Pedí traje de etiqueta —le dijo duramente. Él parpadeó pero no pareció muy impresionado—. Sin embargo, no es obligatorio y ese traje no está mal — admitió de mala gana.


La tela y el corte parecían casi de diseño, aunque cualquier cosa le hubiese sentado bien a aquel hombre.


—Es mejor que entre.


— ¿Es usted la señorita Paula Chaves?


Ella se dio cuenta de lo alto que era cuando se tuvo que agachar para esquivar la lámpara del pequeño recibidor. Tenía la voz grave, profunda y con un ligero acento que no podía localizar. 


Paula se sintió aturdida y bastante a disgusto cuando confirmó su identidad. Por el contrario, él estaba completamente tranquilo y miraba a su alrededor con curiosidad. «Claro, hace esto todos los días. Mucho mejor que sea un buen profesional», se dijo a sí misma tranquilizándose.


— ¿Nos conocemos? —preguntó él con una leve nota acusadora.


—Tengo el tipo de cara que le recuerda a todo el mundo a sus primas lejanas —dijo Paula, dándose cuenta que él había tenido la misma sensación inicial que ella. A menos que fuera sólo un intento algo torpe por ser agradable, algo poco probable, ya que no había nada en su actitud que indicase que pudiera ser más amable de lo necesario—. Dadas las circunstancias, es mejor que me llames
Paula.—le avisó secamente.


—Paula es un nombre encantador.


Ella lo miró con recelo pero sólo emitió un pequeño gruñido como respuesta.


—Entre. Le he dejado la flor para el ojal en el frigorífico. Si no nos damos prisa, llegaremos tarde.


Paula fue a recoger el clavel blanco y, cuando volvió, se encontró a su acompañante ojeando sus libros. Alzó la vista cuando ella entró. Paula se dio cuenta de que con aquel hombre a su lado iba a llamar muchísimo la atención, pero no sabía si eso sería bueno o malo.


—Supongo que dadas las circunstancias es mejor que me diga su nombre — dijo ella mientras le daba la flor y se prendía a su vez un ramillete de orquídeas en la chaqueta.


—Me llamo Pedro… Alvarado —concluyó suavemente.




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