viernes, 22 de marzo de 2019
EN APUROS: CAPITULO 10
Maldición. Pedro sacudió la cabeza contrariado.
Le daban ganas de estrangular a aquel fotógrafo con sus propias manos. Y, sin embargo, tenía que reconocer que el hombre hacía su trabajo de la forma más discreta posible. Como estaban en la luminosa sala de estar, no le hacía falta usar el flash: mucho tendría que esforzarse entonces si quería seguir echándole la culpa de su desquiciado estado de nervios.
En el fondo, sabía que la única culpable de su turbación era P.E. Chaves. Como si aquella voz de encantadora de serpientes no fuera ya tormento suficiente, ahí estaba, en carne y hueso, sentada en su sofá. Bueno, no era exactamente su sofá, sino el de Ana, pero ese no era el quid de la cuestión. El quid de la cuestión era Paula o, más exactamente, sus curvas. Aquella mujer era una pura curva.
Como ya se había quitado la chaqueta, podía apreciar con todo detalle lo que había estado escondiendo. Y sospechaba que debajo del ajustado top de punto se atesoraban todavía mayores delicias.
A pesar de la evidente mejora, Pedro todavía habría deseado que llevara menos ropa. El escote era demasiado discreto, y las mangas japonesas ocultaban cualquier detalle de los hombros. Por lo menos, el tejido delineaba de forma maestra la curva de sus senos.
Observó el dulce movimiento de su pecho al respirar, e imaginó que reclinaba su cabeza justo en ese delicioso lugar. Sí, aquella mujer era todo curvas, perfectas curvas, poco a poco, casi sin darse cuenta y por supuesto sin querer, Pedro se iba arrastrando por los turbios senderos del deseo.
Por suerte, antes de dejarse llevar por aquella línea de pensamiento, recordó súbitamente lo que había motivado su presencia en aquella casa, y aquella idea tuvo la virtud de despejar su mente y alejar cualquier pensamiento lujurioso.
Se sentó muy derecho, repentinamente pálido, concentrando toda su energía en evitar que su arrebato pasajero resultara demasiado evidente.
—¿Te encuentras bien?
Él asintió con un gesto, temeroso de que su voz le traicionara.
—Pues a mí me parece que estás muy tenso —intervino Flasher—, como si te apretara la ropa por algún sitio o algo parecido.
Efectivamente, aquel tipo era un genio.
—Es por el otoño, siempre me da una especie de alergia —se inventó.
—Si tú lo dices —admitió Flasher escéptico antes de ponerse a sacar algunas fotos más.
Pedro rezó para que en los negativos no se viera por dónde le apretaba la ropa exactamente.
Se repitió una y mil veces que debía portarse como un profesional, que aquella mujer estaba definitivamente fuera de su alcance, por mucho que hubiera despertado sus más bajas pasiones con una rapidez y una rotundidad que no había experimentado en toda su vida.
Había reaccionado a su presencia como si nunca antes hubiera tocado a ninguna mujer.
Aunque había pasado mucho tiempo desde su última relación, tampoco era para tanto. En cuanto terminara todo aquel lío de la entrevista, se propuso que lo primero que haría sería salir a ligar. Llamaría a un par de colegas y se daría un garbeo por los antros que solía frecuentar. Hasta entonces no podía permitirse la menor debilidad.
Y mucho menos con P.E. Chaves.
Y entonces la miró a los ojos. Efectivamente, eran azules, con unas pintitas algo más oscuras.
Al darse cuenta de ese detalle, aumentó el rumor marino en sus oídos que amenazaba con ensordecerle. Le iba a costar mucho resistir la tentación. Sin embargo, quizá pudiera utilizar aquella evidente atracción mutua en su favor.
Tendría que tener mucho cuidado, pues el menor paso en falso podría costarle el despido pero, si se andaba con tiento, podría sacar beneficios de un inocente flirteo.
Un mujer seducida tiende a ver las cosas distorsionadas, y por experiencia sabía cuánto desean las mujeres caer en ese estado, tanto, que la mayoría no dudaban en besar a auténticos sapos en la esperanza de dar un día con el príncipe azul.
Sí, esa sí que era una buena idea. Fácilmente podría convertirse en el sapo que estaba esperando P.E. Chaves. Se comportaría como el afectuoso y entregado padre que ella creía que era, sensible, amable, lleno de humor, aunque tenía que tener cuidado para no ser demasiado perfecto, sino más bien parecido al protagonista de sus artículos: un poco patoso y bienintencionado, capaz de aprender de los propios errores. En definitiva, un tipo encantador.
—Si te parece, podemos dejar ese tema para más adelante —dijo Paula.
—Perdón, no te estaba prestando atención —se disculpó Pedro de inmediato—. ¿A qué tema te refieres?
—A tu difunta esposa, cómo era y todo eso —dijo Paula con toda la delicadeza de la que fue capaz. Estaba tan conmovida que parecía a punto de asirle de la mano o algo parecido.
¡Aja, estaba a punto de conseguirlo! Su plan acababa de ponerse en marcha: por su cara se adivinaba que estaba a punto de caer en el bote.
—Se parecía mucho a Belen —empezó con expresión doliente. Se detuvo y le dirigió una valiente sonrisa. Sin embargo, cuando la miró empezó a temer ser el primero en caer preso de su embrujo.
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