viernes, 22 de marzo de 2019

EN APUROS: CAPITULO 11




Definitivamente, aquel hombre era demasiado atractivo para ella, pensó Paula angustiada. Sin dejar de mirarlo, se hundió un poco más en el sofá en el que estaban sentados. Gracias a Dios, era inmenso, pero, aún así le hubiera gustado poner mucho más espacio entre los dos. ¿Qué era lo que tenía aquel hombre de especial?, se preguntó intrigada. En su vida había estado expuesta a sonrisas tan dulces como la suya, y a miradas igualmente arrebatadoras, y eso nunca había tenido el menor efecto sobre ella.


—Entonces, ¿quiere saber algo más? —preguntó Pedro pillándola completamente desprevenida.


—¡Sí! No debemos olvidar el objeto de nuestra visita —apuntó Flasher. Por suerte, no eligió aquel momento para sacarle una foto con aquella pinta de pasmarote.


—Eso es —¡la entrevista: había hecho aquel viaje solo para demostrar que Pedro Garcia era el entregado padre que decía ser. Por desgracia, a aquellas alturas, además, lo único de lo que no le cabía duda era que era el hombre más guapo y con la sonrisa más devastadora que había visto en su vida.


Flasher se acercó a ella y le susurró al oído.


—La entrevista.


Paula se quedó mirando la grabadora que reposaba sobre la mesita de roble. Durante más de hora y media, el aparato había registrado cada detalle de su conversación con Pedro, pero en ese momento se limitaba a grabar tan solo aquel incómodo silencio.


Paula apretó el botón de stop. Dio marcha atrás para escuchar las últimas preguntas y después rebobinó cuidadosamente la cinta hasta el principio, una táctica que solía usar cuando necesitaba tiempo para poner sus ideas en orden.


Sin embargo, en aquella ocasión le sirvió tan solo para arañar unos cuantos segundos, en absoluto para aplacar el tumulto que iba creciendo en su interior. «Piensa como una profesional», se recordó a sí misma. Había un tiempo y un lugar para todo, y, desde luego, no era lo más conveniente derretirse de pasión en medio de la entrevista en la que se estaba jugando todo su futuro profesional.


Reflexionó un momento, lo justo para tranquilizarse y ponerse de nuevo en situación.


—Ha mencionado que fue profesor. ¿Cómo se le ocurrió empezar a escribir? —dijo. Se dio cuenta de que Pedro apretaba la mandíbula; fue un gesto casi imperceptible, lo justo para acentuar el hoyuelo, pero no pudo por menos que preguntarse si significaba algo.


—Necesitaba un cambio —replicó evasivamente—. ¿Por qué decidió usted trabajar en una revista?


—Por seguir los pasos de mi padre, supongo —reconoció ella de mala gana.


—¡Ah! ¿Y por eso firma como P.E.?


—No, son mis iniciales.


Por la forma en que Pedro la miraba, Paula casi estuvo segura de que adivinaba lo que le estaba pasando por la cabeza, el recuerdo de los años de lucha, de esfuerzo por intentar complacer a un padre que no consentía en ser complacido, años ocupados exclusivamente en demostrarle que podía ser tan buena, o incluso mejor, que un hijo varón.


Sacudió la cabeza: en aquel momento su obligación era enfrentarse al presente, materializado en aquel apuesto joven sentado frente a ella. Más le valdría acabar aquella dichosa entrevista cuanto antes.


—Hemos adelantado mucho —resumió—. De hecho, creo que no nos queda ningún tema importante por tocar.


—Excepto el de su vida sexual —apuntó Flasher malévolamente.


—Sí, bueno —admitió Paula incómoda. Temía entrar en aquel asunto, pero la curiosidad fue más fuerte que la prudencia—. Cuéntenos algo de tu vida sexual —preguntó, obligándose a creer que lo hacía en beneficio de los lectores.


—Sí lo que pretende es sonsacarme, olvídelo —repuso Pedro—. No creo que a los lectores les interese este tema lo más mínimo.


—Al contrario: creo que lo que más les intriga es la forma en la que Pedro Garcia combina sus obligaciones familiares y laborales con la necesidad de mantener una vida social. Creo que se sentirán decepcionados si no desarrollamos este punto.


—Entonces me temo que así va a ser. No hay mucho que hablar.


—No irás a decirme que no tienes ninguna vida social —le espetó incrédula.


Él le dedicó otra de aquellas maravillosas sonrisas de adolescente.


—Me cuesta creerlo —insistió Paula—. Supongo que tendrás citas, aunque sea muy de vez en cuando. La proporción de mujeres disponibles por cada hombre soltero os pone en una posición claramente ventajosa. Una mujer, aunque se pase la vida buscando, es probable que solo dé con tipos raros o pervertidos, en cambio, un hombre…


—¿Le apetece un vaso de agua fría? —le interrumpió Pedro.


—¿Cómo dice? —Paula parpadeó sorprendida.


—Me da la sensación de que este tema te afecta mucho. Te estabas acalorando, así que lo mejor será que tomes algo —dijo Pedro solícito.


—No, gracias. Lo que pasa es que…


—¿Está soltera, verdad?


—Oh… oh… —intervino Flasher.


Paula abrió la boca para replicar, pero la cerró casi de inmediato. Tenía que evitar ponerse a la defensiva, a fin de cuentas, era una profesional con experiencia, se recordó, así que esbozó una amable sonrisa a modo de respuesta.


—¿Y tienes citas? —continuó Pedro volviendo a la carga.


—Pues… claro…


—¿Cada cuánto tiempo? ¿Todas las tardes? ¿Dos o tres veces por semana? ¿O cada mes, como el síndrome premenstrual?


—¡Señor Garcia! ¡No le consiento…!


—¿No habrá quedado esta noche? A cenar, por ejemplo, y dar después un paseo por el malecón.


—No, claro que no —Paula estaba a punto de ponerse a gritar.


—Me lo suponía. Y, ¿le gustaría que saliéramos juntos?


—¿Usted y yo? ¿Me está pidiendo que quedemos?


Él volvió a son reírle de aquella forma tan enloquecedora. Paula empezó a sospechar que buena parte de aquel encanto era fingido y que en cualquier momento empezaría a soltar las mismas bravatas que todos los hombres que ella conocía.


—Es muy amable, pero…


—¡Vaya! Ya salió el «pero» famoso. A muy pocas mujeres les apetece salir con un viudo con tres hijos.


—¡No es por eso!


—En realidad, la razón no importa mucho, siempre hay un pero.


—Es que, dadas las circunstancias —se justificó Paula—, creo que deberíamos mantener nuestra, llamémosla «relación» en los límites de lo estrictamente profesional. Perdone que me embale, pero es que me ha pillado completamente por sorpresa al pedirme que saliéramos juntos.


—No se lo estaba pidiendo.


—¿Qué?


—Solo quería apoyar mis argumentos: a las mujeres se les permite montones de excusas, ¿no? Pues yo también he tomado una decisión: créame, ya estuve casado una vez y con eso me basta. No estoy buscando a nadie, se lo aseguro.


Paula estaba sentada muy rígida en el borde del sofá. Notaba el rubor extendiéndose como lava candente desde la nuca.


—A decir verdad —continuó Pedro—, estoy completamente de acuerdo con las feministas. Hoy en día no es necesario estar emparejado para ser feliz. Yo tengo mi trabajo, mi casa y los niños. No necesito a nadie para sentirme satisfecho con mi vida.


Parecía como si hubiera copiado la declaración, hasta la última coma, de lo que ella pensaba al respecto.


—No sabes cómo te entiendo —declaró de corazón.


Pedro se arrellanó en el sillón y se la quedó mirando directamente a los ojos. Fue un instante que pareció durar minutos, horas enteras. Paula sintió que todo su sistema hormonal entraba en ebullición.


Flash. El fogonazo de la cámara le hizo parpadear, y volver a la tierra.


—¡Vaya! Se ha terminado el carrete —dijo su amigo.


—Creo que deberíamos hacer una pausa —propuso Paula


—No me importaría tomar un café bien fuerte —pidió Flasher.


—Me parece de perlas —convino Pedro poniéndose en pie de inmediato con aquella actitud tan complaciente, tan encantadora.


Paula le siguió hasta la cocina. Caminaba tan derecha como una marioneta, con los hombros rígidos, dispuesta a defender hasta el fin a la profesional que había dentro de ella.


—Después del café, creo que lo mejor sería que dejáramos la entrevista. Me gustaría observarte en el día a día, ver cómo te las arreglas con tus diferentes obligaciones.


Poco a poco volvía recuperar el control. Más tranquila, se apoyó en la encimera.


—Quiero que los lectores vean cómo es la vida de Pedro Garcia, que conozcan al hombre que hay detrás de los artículos, que sepan, en definitiva, cómo es el auténtico Pedro Alfonso.


—Así que piensa desvelar mi alias —la interrumpió Pedro.


Maldición: aquella sonrisa otra vez. Paula tragó saliva.


—No quiero desvelar nada —dijo, pero su voz sonó temblorosa, porque no sabía cómo iba a ser capaz de mantener su promesa.




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