lunes, 18 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 54




Veinte minutos después, tenía los pies cubiertos de arena, el pelo enredado por culpa del viento y Pedro no había aparecido por ninguna parte. Y estaba a punto de renunciar a su búsqueda cuando vio una figura solitaria en la playa, sentada sobre una tabla de madera que el mar había arrastrado hacia la playa y observando la puesta de sol.


Pedro. Y aquélla era su última oportunidad de huir o de enfrentarse a él y decidir su destino.


Juntos o separados.


En aquel momento, Pedro la vio. Se levantó y caminó hacia ella. Paula intentaba obligar a sus pies a moverse. Hacia delante, hacia atrás, hacia alguna parte. Pero no era capaz de dar un paso.


Pedro estaba ya suficientemente cerca como para reconocer su expresión de perplejidad.


—Hola —le dijo.


Paula susurró:
—Hola —sabía que no podía oírla, pero no era capaz de elevar la voz.


Pedro estaba ya a sólo un metro menos, a medio metro, a unos centímetros.


—¿Qué le ha pasado a tu avión? —preguntó Pedro.


—Los he obligado a pararlo antes de despegar.


—¿Por qué?


—Tenía que verte.


—Pues aquí estoy.


—Sí, aquí estás.


—¿Y ahora qué?


—Ahora creo que deberíamos besarnos.


Pedro posó las manos en sus caderas y la atrajo hacia él. La besó lenta, tímidamente, como si fuera un hombre que no sabía muy bien dónde estaba.


Y Paula se sintió como si acabara de llegar a casa.


Lejos de su casa de Phoenix, lejos de su trabajo, de su vida, de todo lo que conocía, se sentía como si por fin estuviera en casa.


Pedro interrumpió el beso.


—¿Y ahora qué? —preguntó.


—No sé —susurró Paula.


—¿Me amas?


Paula se sorprendió a sí misma al contestar sin vacilar:
—Sí.


—Yo también te amo —dijo Pedro, y la abrazó.


Paula no había sido consciente hasta entonces de lo mucho que anhelaba oír aquellas palabras otra vez.


—Supongo que tendremos que hacer algo al respecto —comentó Pedro.


Paula asintió. Tenía la garganta constreñida por una oleada de sentimientos inesperados.


—Si estamos enamorados, no podemos seguir peleándonos, ¿verdad? —preguntó Pedro.


De la garganta de Paula brotó entonces una carcajada.


—En realidad, creo que sí.


—Pero no deberíamos.


—No, deberíamos intentar llevarnos bien.


—Durante unos días, hemos hecho un buen trabajo en ese sentido —dijo Pedro, sonriendo.


—Y creo que deberíamos intentar hacerlo otra vez.


—¿Durante toda nuestra vida? —preguntó Pedro.


Paula lo miró boquiabierta y Pedro le dirigió aquella sonrisa tan sexy con la que podía conseguir que cualquier mujer estuviera dispuesta a desnudarse ante él.


—¿Quieres casarte conmigo, Paula?


A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas, pero no tuvo que pensárselo siquiera. Podía haber sido algo completamente inesperado, pero de pronto supo que aquélla era la pregunta que más deseaba oír.


—¿Estás seguro? —le preguntó.


Pedro, el eterno soltero, el hombre que hasta entonces había huido del matrimonio, no entendía lo que le estaba diciendo.


—Nunca he estado más seguro de algo, así que no me hagas más preguntas —la abrazó con fuerza—. Quiero una respuesta.


Por una vez, Paula se sintió obligada a responder a sus demandas. Y, por insensato que pareciera, sabía que sólo había una posible respuesta.


—Sí, quiero casarme contigo.


—Entonces será mejor que nos casemos rápido, antes de que cambies de opinión.


—¡No voy a cambiar de opinión!


Pero no tenía ningún inconveniente en celebrar una boda rápida. Ella siempre había pensado que, cuando se quería algo, había que ir inmediatamente a buscarlo.


—Y tengo intención de utilizar todos los recursos que tenga a mi alcance para tenerte satisfecha.


Le dio un beso dulce en los labios que dio paso a otro más apasionado y hambriento y Paula sonrió para sí. Le encantaba el concepto de satisfacción que tenía Pedro.


Una satisfacción que duraría toda una dulce y ardiente noche.



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