domingo, 17 de marzo de 2019
AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 50
Paula no era una gran bebedora, pero normalmente podía soportar un martini sin terminar mareada. Probablemente no había comido suficiente. ¿Por qué si no se sentía entonces como si tuviera sólo dieciséis años y acabara de tomar su primer whisky?
—Estaba pensando que podríamos ir a dar un paseo por la playa después de tomarnos la copa, ¿qué te parece?
Humm, ¿qué le parecía? ¿Y por qué parecía que le había dejado de funcionar la boca? Paula cerró los ojos e intentó levantarse, pero de pronto se sentía increíblemente mareada.
Sí, quizá le sentara bien un poco de aire fresco.
—Eh, claro —consiguió decir por fin—. Creo que no he almorzado lo suficiente… Y la copa se me ha subido a la cabeza.
Claudio dejó un par de billetes en la mesa.
—Vamos —le dijo—.Te ayudaré si estás demasiado mareada para caminar.
Paula dejó que le tomara la mano y saliera con ella del bar, experimentando una vaga sensación de desilusión porque Pedro no había aparecido.
Pero de todas formas, ni siquiera era ya capaz de recordar por qué quería que apareciera.
Dejaron el centro y se dirigieron hacia el mar.
Claudio tenía que sujetarla para evitar que se cayera. Los huéspedes con los que se cruzaban no eran más que manchas borrosas para Paula, que tenía que emplear todas sus energías en concentrarse para poder poner un pie tras otro.
De pronto, se le ocurrió pensar que era extraño que Claudio la estuviera alejando de la zona más concurrida de la playa. De hecho, la estaba llevando hacia las rocas que bordeaban la selva.
Pero Claudio no era capaz de cuestionarlo, así que lo siguió, tambaleándose sobre los tacones de las sandalias hasta que al final decidió quitárselas.
Claudio le estaba hablando, pero no entendía lo que le estaba diciendo.
Se volvió hacia ella y la miró.
—Paula, ¿me oyes?
Paula pretendía asentir, pero en cambio, se oyó farfullar:
—Necesito sentarme —y se dejó caer en la arena, incapaz de dar otro paso o de mantener la cabeza erguida mientras iba perdiendo el control sobre su cuerpo.
—Éste es un lugar tan bueno como cualquier otro —dijo Claudio, sentándose a su lado.
Paula tuvo una sensación extraña.
Definitivamente, había algo que no iba bien.
Claudio se inclinó hacia delante. Sus labios estaban a sólo unos milímetros de los de Paula.
—Apuesto a que eres una mujer ardiente —le dijo. El aliento le olía a cerveza—. ¿Alguna vez has hecho el amor en la selva?
Oh, Dios. Paula intentó levantarse, pero su cuerpo no le respondía.
—No te molestes —dijo Claudio, alargando la mano para acariciarle los senos bruscamente—, en unos minutos estarás completamente desmayada.
—¿Qué?
—¿Es que eres estúpida? ¿De verdad crees que lo que te pasa es que te ha sentado mal un martini?
Dios santo. El miedo la dejó paralizada por primera vez en su vida. Estaba segura de que se encontraba frente a un serio problema y no podía hacer nada para evitarlo.
Una vez más, intentó levantarse, pero el cuerpo le pesaba como el plomo y comenzaba a verlo todo borroso.
Claudio la obligó a tumbarse en la arena y se colocó sobre ella. Paula intentó gritar, pero lo único que oyó fue un agonizante gemido antes de que Cárter le tapara la boca.
—Es una pena que vayas a estar dormida durante el acto sexual más intenso de tu vida —le dijo, mientras movía las caderas contra las suyas.
Entonces Paula oyó voces que no reconoció. Sonidos de risas y de conversaciones. Claudio le cubrió la boca con un beso.
Había alguien a su lado, pero Paula no podía ver quién era. Y sintió que estaba comenzando a desmayarse cuando oyó que una voz desconocida decía:
—Oh, lo siento. Creíamos que estábamos solos. Espero que no os importe que pongamos allí nuestras toallas.
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