domingo, 17 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 49




Se despidieron y Paula le dijo a Lucia que pasaría por allí a las cuatro para ir a buscar su maleta. Salió con las ideas más confusas tras su conversación con Lucia.


¿De verdad estaría saboteando su vida amorosa? Paula era la primera en admitir que no le gustaban las relaciones duraderas. No tenía interés en sentirse especialmente cómoda con ningún hombre en concreto. Al fin y al cabo, la vida era demasiado corta y ella quería verlo y hacerlo todo.


Y además, tenía un plan. Cuando cumpliera treinta y cinco años, comenzaría a abrirse a la posibilidad de una relación permanente. Pero hasta entonces, sería una mujer libre.


Paula se acercó al club Cabaña con intención de tomar un martini. Se sentó en uno de los taburetes de la barra, pidió su copa y miró a su alrededor para ver quién andaba por allí. El director de actividades del centro, Claudio, estaba sentado al final de la barra y en cuanto la vio, le sonrió y se dirigió hacia ella.


Paula se lo había cruzado antes en el vestíbulo y había pensado que era bastante guapo, aunque a ella normalmente no le gustaban los rubios.


—Eh, he estado buscándote por todas partes —le dijo, y se sentó a su lado.


—¿A mí?


—Sí, ha ti. Me fijé en ti desde la primera vez que te vi.


Paula le dio un sorbo a su bebida y sonrió.


—¿Y por qué me estabas buscando?


—Me ha dicho un pajarito que Pedro y tú ya no estáis saliendo juntos, así que me preguntaba si podría invitarte a cenar.


—La verdad es que vuelvo a Arizona esta misma tarde.


—Esperaba poder convencerte de que no te marcharas. Sé que tu reserva dura hasta el domingo.


Paula parpadeó. La situación estaba cambiando de manera muy interesante. Seguramente, no había una manera mejor de olvidar a un hombre que encontrar a otro con el que divertirse.


—La verdad es que debería irme. No creo que a Pedro le haga mucha gracia que me quede por aquí.


Claudio hizo un gesto con la mano, quitándole importancia a su argumento.


—No te preocupes por él. He hablado con él para decirle que iba pedirte que salieras conmigo y me ha dado permiso.


Paula parpadeó, intentando no mostrarse ofendida.


—En realidad no creo que él tenga ningún derecho a darle a alguien permiso para salir conmigo.


—¿Eso significa que vas a cenar conmigo?


La oferta era tentadora. Paula sonrió.


—No lo sé. Déjame pensármelo y dentro de un rato te lo diré. Si puedo hacer algunos arreglos, cambiar el vuelo…


—Claro —contestó Claudio—. ¿Qué te parece si nos retiramos a tomar la copa a una mesa mientras te lo piensas?


Desde luego, no podía decirse que aquel hombre no fuera insistente. Paula, que odiaba beber sola, asintió.


—De acuerdo, una copa.


Con un poco de suerte, Pedro se pasaría por el bar y los vería juntos. SI él quería dormir solo durante el resto de su vida y estaba dispuesto a verla alejarse de su lado sin protestar, peor para él. Pero Paula no era capaz de encontrar ningún motivo por el que no pudiera dejarle claro que, si él no la deseaba, había otros muchos hombres que sí lo hacían.


Hombres incluso a los que él conocía y consideraba amigos.


De acuerdo, quizá estuviera siendo mezquina, pero ya se había permitido casi enamorarse de Pedro y lo único que había conseguido a cambio era convertirlo en su compañero de cama. Una buena recompensa, pero no era suficiente. De modo que jamás le entregaría su corazón a nadie.


Claudio se levantó y esperó a que también ella lo hiciera. Le pasó después la mano por el brazo y la condujo hasta una mesa situada en una esquina.


Se sentaron el uno enfrente del otro. Paula deseaba parecer interesada. De hecho, debería haberla hecho feliz poder compartir una copa con Claudio, pero había algo en él que no terminaba de gustarle.


Fuera lo que fuera, no era capaz de definirlo. Y quizá fuera que estaba siendo exageradamente crítica para intentar mantenerse a distancia de cualquier hombre que conociera.


—Pareces pensativa —dijo Claudio.


—¿Yo? Sólo estaba pensando que me gustaría tomarme otro martini.


Claudio sonrió.


—Ahora mismo.


Le hizo un gesto a la camarera para que le pusiera a Paula otra y pidió que volviera a llenarle el vaso también a él.


Paula se dio entonces cuenta de que no había revisado su maquillaje durante todo el día y comenzó a preguntarse si le habría quedado entre los dientes algún resto del pastel de espinacas del almuerzo. Le dirigió a Claudio una sonrisa y se levantó.


—Tengo que ir al servicio. Ahora mismo vuelvo.


Paula se dirigió al cuarto de baño y estudió su aspecto en el espejo, descubriendo aliviada que no había ningún resto de espinacas. Buscó el lápiz de labios en el bolso, se ahuecó un poco el pelo y decidió que, para Claudio, aquello ya era más que suficiente.


De hecho, apenas le importaba lo que pudiera pensar Claudio de ella. Pero era un hombre atractivo, y, por lo que hasta entonces había visto, en circunstancias normales habría sido más que suficiente para ella. Aunque había algo en él que no le gustaba, algo que la ponía un poco nerviosa, pero quizá fuera el hecho de que acababa de convertirse en un obstáculo para montarse en el primer avión que volara a Miami lo que la tenía tan nerviosa. Sí, probablemente era eso.


Cuando volvió a la mesa, encontró a Claudio hablando por teléfono. Cuando la vio, interrumpió inmediatamente la llamada y se guardó el móvil en el bolsillo.


—Eh, hola —dijo, dirigiéndole una sonrisa radiante.


Paula se sentó y le dio un sorbo a su copa.


Claudio la miraba atentamente.


—Me cuesta mucho creer que Pedro te haya dejado marchar.


Paula se encogió de hombros.


—La decisión ha sido mutua. Ninguno de los dos está buscando el amor.


—Ah, entonces eres una tigresa buscando una presa, ¿eh?


Claudio estaba resultando ser realmente irritante. Paula miró a su alrededor, preguntándose durante cuánto tiempo tendría que soportar aquella conversación.


—Supongo que podría decirse así —contestó, forzando una sonrisa.


Dio un nuevo sorbo a su copa, pero le dejó un sabor extraño. Bajó la mirada hacia el martini y frunció el ceño.


—Está malísimo —dijo.


—¿Quieres que te pida otra cosa? ¿Una bebida afrodisíaca, quizá?


Evidentemente, Claudio era el clásico seductor. 


Paula miró el reloj y se preguntó si Claudio conocería los horarios de los aviones suficientemente bien como para saber que le estaba mintiendo si le decía que tenía que irse.


Pero comenzaba a tener problemas para pensar las palabras con las que formular una frase. En cualquier caso, ¿qué podría decir?




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