jueves, 28 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 56




Una vez que la madre de acogida, Francine Travis, le hubo mostrado el cuarto de Mike, se retiró para darles privacidad. Aunque Pedro le había dicho que sería Paula quien hablaría con él, ella lo había tomado suavemente del brazo, dejando claro que él la acompañaría.


Lamentablemente, también estaba dejando claro que aún lo deseaba. Ella notó al agarrarle el brazo que él tenía el pulso acelerado. Su aroma envió un shock erótico a todo su cuerpo.


La habitación de Mike estaba decorada con esmero, con fotos de animales en las paredes y una alfombra azul brillante. A ella de pequeña le hubiera gustado tener una habitación como ésa. 


Se preguntó cómo habría sido la habitación de Pedro, si su madre la habría cuidado como un santuario o si estaba llena de los monstruos de su padre.


Mike estaba sentado en el suelo al lado de la cama, rodeado de juguetes, que no eran nuevos pero estaban cuidados.


Cuando Mike miró a Paula no mostró ningún signo de que la reconociera. No mostró emociones cuando agarró un bloque azul de Lego y lo colocó en la parte superior de la construcción.


—Hola, Mike. Te echamos de menos en clase y por eso he venido a verte. ¿Qué estás construyendo? —intentó Paula con una sonrisa.


No hubo respuesta. Paula tenía los nervios a flor de piel y no se atrevía a hablar con Pedro porque no sabía qué estaría pasando en su interior. Se sentó en el suelo, al lado del niño.


—¿Puedo ayudarte? —preguntó, y Mike le pasó una pieza roja—. ¿La pongo arriba del todo o abajo? —Mike se encogió de hombros y ella la colocó en la parte inferior para que la torre no colapsara—. Ahí está bien.


Mike miró la torre, o algo más allá, oculto en su cabeza. Era difícil de decir.


Por el rabillo del ojo, ella vio a Pedro sentado en el borde de la cama. No tenía que mirarlo de frente para saber que se sentía tan incómodo como aquel día en su clase con la pequeña Sara. Aquella vez podía ser incluso peor porque aquel niño había pasado por lo mismo que él y ahora estaría reviviendo su infancia en sus recuerdos.


Paula le puso la mano a Mike en el brazo.


—Me gustaría que conocieras a Pedro —dudó, sin saber qué pensaría él de sus próximas palabras, pero sabía que tenía que decirlas para que Mike se sintiera cómodo—. Es mi mejor amigo.


Mike siguió callado y Paula no lo soltó, intentando reconfortarlo. Pensó que estaba sintiendo al bebé moverse en su vientre, algo imposible en aquella etapa del embarazo, y resistió la urgencia de poner la otra mano sobre su vientre.


—Sé que no nos conocemos desde hace mucho, pero espero que pienses que somos amigos. Soy tu profe y tu amiga. ¿Lo sabes, verdad?


Seguía sin haber respuesta.


—Una parte de la amistad consiste en hablar con el otro acerca de lo que te molesta. ¿Hay algo de lo que quieras hablar?


En ese momento, Paula se hubiera conformado con un «no», porque al menos hubiera sabido que la estaba oyendo.


Mike alargó la mano para agarrar otra pieza de Lego. Paula miró a Pedro, que tenía una cara muy parecida a la del chico, y empezó a pensar que aquello no había sido tan buena idea como habían pensado al principio.


Entonces vio las caras de sus padres en su mente, y de repente, su imaginación la transformó en las caras de los agresores. Los dientes de su padre se quedaron al descubierto con un gesto de depredador y los ojos de su madre se volvieron agresivos y salvajes. Por un segundo, compartió el terror que habían vivido Pedro y Mike.


Era como si su corazón le hubiese enviado un mensaje a su cerebro, un mensaje para que actuase. Deseó levantarse a toda prisa y salir corriendo, pero consiguió moverse lentamente.


Sus acompañantes la miraron.


—Tengo que... —dijo ya en la puerta—. Tengo que ir al baño.


Ella salió y al mirar a los ojos a Pedro vio lo que ya sabía que vería. Miedo. Era una plegaria silenciosa para que no lo dejara a solas con el niño. Ella le devolvió la mirada al hombre que amaba, deseando que sus ojos reflejasen todo el amor que sentía. Y salio.



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