jueves, 21 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 34




—¿Que has hecho qué?


¿Por qué Damian lo ponía todo siempre más difícil? ¿Podía ser un don? Pedro recordaba cómo cuando eran pequeños le gustaba romperle las construcciones de Lego cuando las tenía casi acabadas. Debía de ser algo innato.


—Ya me has oído, no estás sordo —Pedro pasó el plumero por la mesita de café de Damian por enésima vez.


Desde el sábado, cada vez que se encontraba con Paula, ella le preguntaba si había arreglado lo de su cita con Paula. Pedro no podía soportar la idea, pero el jueves, cuando solía ver a su hermano, se dijo que no podía retrasarlo más.


—Debo de estar volviéndome sordo o loco, porque he entendido que me habías preparado una cita con Paula. Una cita.


—Ya lo sé —el plumero no descansaba.


—Deja ya a la mesa en paz.


Pedro se puso recto y abrió la boca, pero su hermano se metió en su papel de hermano mayor.


—¿Por qué lo haces?


—Tienes el piso hecho una pena.


—No me refiero a eso, que por otro lado quería que vieras de otro modo. ¿Por qué lo haces?


—Porque pensé que te estaba haciendo un favor —dijo, intentando que su voz sonase irritada—. Muchos hombres se morirían por....


—Ningún hombre la dejaría marchar. Tú lo sabes y yo también. ¿De qué va esto?


Pedro se dejó caer en el sofá, cansado de tanta gimnasia verbal.


—Está buscando un hombre, ya te lo he dicho.


—¿Ya ella se le ha metido en la cabeza que soy yo el elegido? Eso es muy halagador, pero...


—No exactamente.


—No me digas que esto ha sido idea tuya —Pedro se quedó callado y Damian se dejó caer en el suelo a su lado—. ¿Por qué haces esto, Pedro? No soy idiota y te conozco desde que puedo recordar. ¿No te das cuenta de que sé perfectamente lo mucho que la quieres?
Pedro levantó las manos como si fuera a interrumpirlo, pero Damian no se dejó—. Ni te molestes en decirme tonterías. Tú lo sabes y yo también, lo que no entiendo es por qué la lanzas a mis brazos y no te la quedas para ti.


—La he besado —a Damian se le pusieron los ojos como platos—. La besé, pero no está bien.


—¿Qué tiene de malo?


—Qué no puedo tenerla. No puedo darle lo que ella quiere.


—¿Te correspondió en el beso?


Pedro dejó escapar un largo y dolido suspiro.


—Sí.


—Entonces te desea. ¿No puedes correspondería en eso?


—No, Damian, ya sabes que yo no puedo darle el futuro, la familia y los niños que desea.


—¿En serio? —dijo Damian, sarcástico—. ¿Y se puede saber por qué?


—Por mi pasado, porque lo llevo en la sangre. No puedo —Pedro se detuvo en mitad de la frase. Sólo podía hablar de aquello con Damian, porque lo habían pasado juntos, pero sus charlas sobre el tema eran tan esporádicas que le costaba elegir las palabras.


—Entonces dime, mi brillante y siempre racional hermano, por qué iba yo a poder darle un futuro a Paula si tú no puedes hacerlo. Tengo exactamente el mismo pasado que tú, por si lo has olvidado. ¿Qué tipo de lógica estás aplicando?


La idea de que Damian le diera a Paula algo más que la hora lo volvía loco.


—No sé... me pidió que le dijese quién podría estar bien para ella.


—Supongo que ella esperaba que dijeras que tú eras esa persona.


Pedro era consciente de eso.


El juego de Paula había sido transparente para él desde el principio y ya sabía cuál era la respuesta que ella estaba buscando. Había sufrido mucho para no dársela.


—Abrí la boca y salió tu nombre. No sé por qué.


—Pues deja que intente interpretarlo. Dijiste mi nombre porque no puedes fiarte de nadie más con ella. Paula es fantástica y cualquier tipo listo se enamoraría de ella si tuviera la oportunidad. Pero yo no represento un riesgo, ¿verdad? No la tocaré porque soy tu hermano y sé lo que representa para ti. ¿Es eso o me equivoco?


—Yo no estoy enamorado de ella.


—De acuerdo, perfecto —Damian se levantó, tomó una revista de programación de televisión y empezó a hojearla.


—Enserio.


—¿No? —Damian encendió la televisión.


—No. No puedo ser más claro. No quiero seguirle el juego.


—En ese caso, me alegro de que me lo hayas dicho —dijo Damian, estirándose en el suelo—, porque la verdad es que me fijé en ella el primer día que la vi. Está muy buena. He mantenido la distancia sólo porque creía que tú te ibas a lanzar.


—Sólo somos amigos —si Pedro hubiera estado en un jurado escuchándose a sí mismo, hubiera sabido que estaba mintiendo.


—Bien. No tengo su número, así que ¿me lo puedes pasar? No te voy a dar más la lata, ahora que lo has dejado todo claro. Te creo —eligió un canal y dejó el mando a distancia sobre la mesa—. No salgo con una mujer desde el semestre anterior, así que ya es hora de que vuelva al ruedo.


Pedro se levantó y fue al baño.


—Te pasaré su número antes de marcharme —dijo, y cerró la puerta.


Damian iba de farol... Pero ¿y si no era así?


Apenas logró controlar el impulso de darle un puñetazo al espejo. Pedro se obligó a controlarse mirando su cara reflejada, tan parecida a la de su padre, al menos en sus recuerdos.


—¡Oye, Pedro, te estás perdiendo una película estupenda!


Pedro abrió el grifo y se lavó la cara con las dos manos. Paula le había cambiado las ideas y había hecho que deseara ser diferente, más parecido al resto del mundo. Pero no lo era, y ella iba a tener que encontrar la felicidad en otro sitio. Incluso si era él quien tenía que enseñarle el camino.




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