jueves, 21 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 33




—¡Qué calor! —Paula se quitó la gorra azul y se pasó el antebrazo por la frente antes de ponérsela de nuevo.


El sol caía a plomo sobre las gradas de Fenway Park. La camiseta azul cielo que llevaba Paula estaba empapada de sudor casi desde el inicio del partido de béisbol y después de dos horas y media de partido, con el marcador en contra de los Sox, el ambiente se había tornado infernal. Aly le había pasado las entradas aquella misma mañana y ella estaba encantada con el regalo. 


Había dudado si despertar a Pedro, aunque ya eran las once y media, pero al final se había decidido y estaba disfrutando de pasar tiempo con él como si todo fuera normal.


Lo cual no estaba nada mal, pensó Paula mientras tomaba un trago de su nada refrescante refresco. Por lo menos ya no estaba tan triste. Ahora el asunto consistía en hacerle comprender lo maravillosa que había sido la noche anterior, para ellos y para su relación. El beso había sido... bueno, si era un anticipo de lo que podía ser la vida de pareja con él, quería que alguien le diera al botón de avance rápido y llegar a ello cuanto antes. Todas las dudas que había tenido sobre llevar su relación más allá de la amistad se habían disipado con el beso de la noche anterior.


En ese momento todo el mundo se levantó de un salto y empezó a gritar.


—¿Qué ha pasado? —preguntó Paula, que estaba tan perdida en sus pensamientos que se había perdido la jugada.


—El árbitro ha dicho que ese jugador ha llegado tarde a la base y lo ha eliminado, pero ha llegado de sobra —dijo Pedro en su tono normal.


Ella se levantó y, después de asegurarse de que no había niños cerca, gritó algunas frases que no recordaba haber aprendido. Después volvió a sentarse.


—Es increíble —dijo, mientras Pedro se reía—. ¿Qué es tan gracioso?


—Tú. Tranquilízate, es sólo un juego.


—Chaval, he pagado por esas entradas. Sólo habrá merecido la pena si ganan.


—Eso sí que es una actitud deportiva y sana.


—Cállate ya.


—Ahora vuelvo —dijo él, levantándose de su sitio—. No dejes que ningún otro hombre ocupe mi asiento.


—Tal vez lo haga —repuso ella, arrugando la nariz, a lo que él respondió con una mueca que hizo que se partiera de risa—. Si es lo suficientemente guapo.


Paula lo miró por el rabillo del ojo mientras llegaba hasta la escalera de cemento y bajaba hasta perderse de vista.


Después volvió los ojos hacia el campo, pero su mente no siguió su mirada. Estaba pensando en lo que había pasado la noche anterior, en cómo le había respondido al beso con sus labios, en la sensación de su mano sobre la piel, en su... Un escalofrío recorrió su cuerpo a pesar del calor, y empezó a desear muy intensamente que volviera para rodearle los hombros inocentemente con los brazos, como algo habitual. Quería que la besara en la mejilla cada poco rato, como si fuera normal. Deseaba el gesto íntimo de dejar reposar la cabeza sobre su hombro, que le acariciara el pelo y le levantara la cara para besarla...


Su ensoñación se vio interrumpida por la vuelta de Pedro, que portaba una bandeja de cartón cargada de perritos calientes. Echó un vistazo al marcador por si él le preguntaba qué había pasado en su ausencia, pero esperó que no le pidiera muchos detalles sobre las jugadas.


—¿Un perrito caliente? —preguntó él cuando se hubo sentado a su lado.


Paula se planteó hacer una broma poco fina sobre ello, pero al final decidió dejarlo, pues saldría perdiendo ella. Tomó un perrito de la bandeja y estiró el cuello para atrapar con la punta de la lengua una gota de mostaza de la salchicha. Al darse cuenta de que su gesto podía tener una segunda interpretación, miró de reojo a Pedro para valorar su reacción ante su gesto y vio que él la miraba aunque aparentaba no hacerlo. Tal vez no fuera muy sutil, pero no estaba haciéndolo tan mal.


Esperó a que llegara el turno del siguiente bateador y Pedro se girara hacia ella para decirle algo, para aprovechar y dar un buen mordisco al perrito, rodeando con los labios la salchicha más de lo que lo hubiera hecho normalmente. Después lo miró con expresión inocente y cuando se quiso dar cuenta él le estaba preguntado:
—¿Qué tal va tu búsqueda del hombre perfecto?


Hizo como si no lo hubiera oído o como si se estuviera refiriendo a otra cosa.


—¿Cómo?


Él le repitió la pregunta y ella, mirándolo a los ojos le dijo que la había dado por finalizada. 


«Sobre todo teniendo en cuenta que el hombre perfecto me está mirando en este momento».


—No es mala decisión. Ese tipo de cosas no se pueden forzar.


Paula se sintió perdida en aquella conversación. ¿Qué pretendía? ¿Llevarla hasta lo que ella quería oír realmente? Pedro acabó con su primer perrito caliente y atacó el segundo. Si quería llegar a algún lado, más le valía darse prisa.


Mientras los asistentes del partido animaban a los Soxs por una jugada especialmente buena, Paula se volvió hacia él.


—Creo que tienes razón —empezó, no muy segura de a donde quería llegar—. Quiero decir que no tengo nada en común con ninguno de esos hombres, e incluso cuando lo tenía, no había química con ninguno de ellos. ¿Sabes a qué me refiero?


—Eso creo —dijo Pedro, sin apartar los ojos del bateador. Primer strike.


—Y a ti no te gustó ninguno de ellos.


—No.


—¿Por qué? Que yo no conectara con ellos no tenía nada que ver contigo. ¿Por qué no te gustaban?


—Ninguno de ellos era el apropiado para ti —el bateador volvió a atacar la bola con fuerza y sin éxito. Segundo strike.


—Entonces, si sabes tanto de mí y sabes quién no me conviene, déjame que te haga una pregunta: ¿quién me conviene? —aquello atrajo la atención de Pedro, que la miró confundido. Ella no se contentó con eso—. Tal vez deberías buscarme tú a alguien, algún compañero de trabajo, por ejemplo. Tiene que haber alguien perfecto para mí.


Paula dijo esto con un tono de voz desenfadado, para que él comprendiese la broma. Lo único que quería era que dijera «ése soy yo». Se moría por que volviera a besarla. 


Pedro volvió al partido y se encogió de hombros.


—Claro que puedo presentarte a alguien, si quieres. Si es lo que quieres...


—De acuerdo —sonrió—. ¿Y quién es el hombre perfecto para mí?


—Damian.


—¡Tercer strike! —gritó el arbitro y Paula echó a reír.


—¿Damian? —no podía contener las carcajadas—. Venga, hombre... No, en serio...


—¿Tú me estás diciendo a mí que hable en serio?


Paula se calló al instante.


—¿Cómo?


—Te gusta, ¿verdad?


—Me cae muy bien, es un tío genial, pero...


—Estupendo. Le diré que te llame.


Paula esperó ver la continuación de la broma, pero a pesar de que esperó y esperó, nunca llegó. Pedro estuvo callado el resto del tiempo y del descanso.


¿Acaso la noche anterior no había significado nada para él? ¿Acaso había sido un sueño? 


Pedro siempre había sido muy directo y sincero con ella, y ahora se dedicaba a jugar con ella o a... arrepentirse de lo que había pasado. ¿Por qué? Y, ¿cómo podía ser, si había sido tan importante para ella? No, había sido demasiado fuerte.


Se sentía como una niña pequeña que ve cómo su enamorado se aleja de ella en los columpios del parque. Lo que le apetecía era hacer un buen flan de barro y tirárselo a la cara. Tal vez esa fuera la respuesta.


—Claro, por qué no —dijo Paula.


—Por qué no, ¿el qué? —preguntó él, que no había estado siguiendo el curso de sus pensamientos durante los últimos veinte minutos.


—Que saldré con Damian. ¿Qué mujer rechazaría una cita así? Arréglalo todo.


—De acuerdo —dijo Pedro, pero tardó un momento en decirlo. Tal vez se estuviera arrepintiendo de su sugerencia y se sintiera un poco estúpido.


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