lunes, 18 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 25




La lluvia golpeaba con fuerza los cristales de la sala de estar de Paula mientras daba clase con Brandon. Cuando sonó el timbre, el chico y la profesora se sintieron igual de aliviados; ella le entregó el niño a su madre y ella recibió la paga por su trabajo.


Paula solía dar clases particulares en verano a niños que iban algo retrasados en las clases o cuyo inglés no era muy bueno. Normalmente disfrutaba mucho con ello, pero aquel día tenía la cabeza ocupada en otras cosas.


Parecían haber pasado décadas desde su charla con Aly. Entonces, Paula había prometido que le contaría a Pedro lo que sentía. Supondría un gran riesgo admitir que sentía algo por él que iba más allá de la amistad, pero Aly la había convencido, y a cada copa, Paula lo veía más lógico, de que era lo más sincero y verdadero. Y no le haría daño ver si sus sospechas eran ciertas, si él sentía lo mismo por ella,


Al día siguiente, con algo de resaca y mucho miedo, había llamado a su puerta sin respuesta.


El domingo obtuvo igual respuesta.


El lunes lo llamó a la oficina y Laura le dijo que estaba en el juzgado, tenía un juicio y que si quería podía decirle que la llamara más tarde, pero ella dijo no era necesario, que lo llamaría a casa.


Había estado pendiente de oír algún ruido en casa de Pedro toda la tarde, pero sin éxito. Lo llamó a casa antes de irse a dormir y oyó saltar el contestador en el auricular y a través de la ventana. ¿Qué estaba haciendo? ¿Acaso dormía en el despacho? Ya era viernes y seguía sin saber nada de él. Tal vez estaba enfadado con ella por algún motivo, pero no podía imaginarse ninguno. Siempre se había mostrado muy paciente con ella, aunque a veces hubiera merecido que se enfadara.


Echó un vistazo al reloj, aunque realmente no importaba. El verano implicaba que Paula podía hacerse sus propios horarios. Eran casi las cinco y sintió que debía hacer algo productivo, así que tomó el periódico que había comprado aquella mañana con unos bollos y se sentó en el sofá, dispuesta a leérselo entero. Veinte minutos después vio un artículo que le llamó la atención:


Un jurado delibera sobre el futuro de una madre en un caso de violencia doméstica.


Un jurado empezó a deliberar ayer sobre el futuro de una mujer de Boston acusada de treinta y nueve cargos de malos tratos y negligencia, incluyendo provocarle quemaduras a su hija en el brazo con un cigarrillo.


En su alegato final, el ayudante del fiscal del distrito, Pedro Alfonso, habló al jurado de este modo: «esta niña ha recibido golpes, ha sido encerrada en un armario y ha recibido maltrato psicológico. Independientemente de lo que ocurra, tendrá que vivir con ello toda su vida. Gayle Stapleton, la mujer que le dio la vida y que se suponía tenía que cuidarla y protegerla, le hizo esto. ¿Por qué iba a ser su futuro más fácil que el de su hija?»


La defensa argumentó que Stapleton, de treinta y dos años, había sido falsamente acusada. 


Declararon que la niña había sido interrogada con violencia y que había inventado las historias de malos tratos para que la dejaran tranquila.


Paula dejó caer el periódico sobre su regazo. Qué pesadilla. Y qué caso tan duro. Por eso no había sabido nada de Pedro en todo ese tiempo. 


Probablemente estuviera durmiendo en el despacho. Pobre... Pero ¿por qué no le había dicho nada?


Si la situación hubiera sido al contrario, ella sabía que lo hubiera buscado para hablar sobre los sentimientos que le provocaba el caso, o para que le aconsejara o simplemente para que desahogarse. Sabía que él no podía contar nada de los pormenores del caso, pero eso no quería decir que no pudiera dejarla estar allí para cuando la necesitara.


Y justo cuando pensaba eso, oyó una puerta que se cerraba de golpe en el piso de abajo. Se quedó quieta a la escucha y pudo oír claramente el ruido del maletín al caer sobre la mesa del comedor.


Paula se levantó, se pasó los dedos por el pelo revuelto y salió corriendo hacia el dormitorio. 


Abrió sin contemplaciones el cajón de la cómoda y sacó un cardigan de manga corta blanco. Se quitó la vieja camiseta negra que llevaba y desabrochó los dos botones en forma de perla del cardigan antes de metérselo por la cabeza. 


Se miró al espejo y decidió no abrocharse los botones, pero le pareció que tenía el cuello muy desnudo, así que se puso una cadenita de plata con un colgante en forma de corazón. Se desabrochó la cremallera de los viejos vaqueros que llevaba y entonces se detuvo.


¿Qué estaba haciendo? Casi se echó a reír. 


Pedro la había visto muchas veces sin arreglar, casi más que arreglada. Y... ¿qué iba a hacer? ¿Llamar a su puerta y seducirlo?


Rodearle el cuello con los brazos y la cintura con las piernas e indicar el camino a la habitación con la cabeza antes de besarlo y saborearlo por primera vez mientras la llevaba al cuarto donde... Hmmm.


«No, idiota», se dijo a sí misma, mientras volvía a abrocharse los pantalones y se calzaba unas bailarinas negras. «Vas a bajar ahí y a ofrecerte... únicamente como amiga».


Recogió sus llaves, cerró la puerta de su piso y bajó las escaleras de dos en dos. Levantó la mano para llamar a la puerta y vio que estaba temblando. Llamó.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario